El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor (...) Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa? (Mateo 10:24–25)
El sufrimiento no era sólo una consecuencia de la obediencia al Señor y a Su misión. Era una estrategia central de Su misión. Era el camino para llegar a nuestra salvación. Jesús nos llama a unirnos a Él en el camino del Calvario, a tomar nuestra cruz diariamente, a aborrecer nuestras vidas en este mundo, y a caer en la tierra como una semilla y morir, para que otros puedan vivir.
Nosotros no somos más que nuestro Señor. Está claro que nuestro sufrimiento no expía los pecados de nadie, pero, a través de él, nuestra labor misionera es más profunda de lo que alcanzamos a comprender. Cuando los mártires claman a Cristo debajo del altar celestial, diciendo: «¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?», se les dice que descansen «todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos» (Apocalipsis 6:10–11).
El martirio no es la mera consecuencia de un amor y una obediencia radicales; es el cumplimiento de un designio establecido en el Cielo para un cierto número de creyentes: Esperemos «hasta que se complete el número de mártires que han de ser muertos». Así como Cristo murió para salvar a los pueblos no alcanzados del mundo, algunos misioneros deben morir para salvar a los pueblos del mundo.
Cumpliendo las aflicciones de Cristo 4
Es válido que al llegar a este punto nos venga la preocupación de que, por medio de esa forma de hablar, nuestro sufrimiento se conecte demasiado con el sufrimiento de Cristo, al grado de que podría sonar como si nosotros también fuéramos redentores de los hombres. Pero hay un solo Redentor. Sólo hay una muerte expiatoria por el pecado, la muerte de Cristo. Sólo hay un acto de sufrimiento voluntario que quita el pecado. Jesús hizo esto «una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Hebreos 7:27). «Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:26). «Porque con una sola ofrenda [Cristo] hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10:14). Cuando derramó Su sangre, lo hizo « una vez para siempre » y obtuvo una « eterna redención» (Hebreos 9:12). «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Así que no hay duda de que nuestros sufrimientos no añaden nada al valor expiatorio y a la suficiencia de los sufrimientos de Cristo.
Sin embargo, hay un versículo en la Biblia que a muchas personas les suena como si nuestros sufrimientos fueran parte de los sufrimientos redentores de Cristo. Pero eso no es lo que significa. Por el contrario, es uno de los versículos más importantes para explicar la tesis de este libro: que los sufrimientos misioneros son una parte estratégica del plan de Dios para alcanzar a las naciones. El texto es Colosenses 1:24, donde Pablo dice:
Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia.
En sus sufrimientos, Pablo estaba cumpliendo «lo que falta de las aflicciones de Cristo por (…) la iglesia». ¿Qué significa eso? Significa que los sufrimientos de Pablo completan las aflicciones de Cristo, no añadiendo nada a su valor, sino extendiéndolas a las personas que han de ser salvadas.
Lo que les falta a las aflicciones de Cristo, no es algo que las vuelve deficientes en valor, como si no pudieran cubrir de manera suficiente los pecados de todos los que creen. Más bien, lo que falta es que el infinito valor de las aflicciones de Cristo sea conocido y creído en el mundo. Estas aflicciones y su significado todavía son algo que la mayoría de los pueblos desconoce. Y la intención de Dios es que el misterio sea revelado a todas las naciones. Así que hay algo que le «falta» a las aflicciones de Cristo, en el sentido de que no han sido vistas, conocidas y amadas entre las naciones. Por lo tanto, deben ser llevadas por los misioneros. Y esos misioneros «cumplen» lo que falta de las aflicciones de Cristo al extenderlas a otros.
Epafrodito nos lo explica
En Filipenses 2:30 encontramos una fuerte confirmación de esta interpretación, pues ahí se utilizan palabras similares. En la iglesia de Filipos había un hombre llamado Epafrodito. Cuando la iglesia de allí reunió apoyo para Pablo (tal vez dinero, suministros, o libros), decidieron enviárselos a Pablo en Roma por medio de Epafrodito. Y Epafrodito casi pierde la vida mientras viajaba con este apoyo. Estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él (Filipenses 2:27).
Por lo que Pablo le pide a la iglesia en Filipos que honre a Epafrodito cuando él regrese a verlos (v. 29), y explica sus razones por medio de palabras muy similares a las de Colosenses 1:24. Él dice: «Porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir [similar a la palabra “cumplir” en Colosenses 1:24] lo que faltaba [misma palabra de Colosenses 1:24] en vuestro servicio por mí». En el original griego, la frase « suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí» es casi idéntica a la frase « cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo», que aparece en Colosenses 1:24.
Entonces, ¿en qué sentido el servicio de los Filipenses suplió lo que le «faltaba» a Pablo? y, ¿en qué sentido Epafrodito «cumplió» o «completó» lo que faltaba en el servicio de ellos? Hace cien años, Marvin Vincent lo explicó así:
El don para Pablo era un don de parte de la Iglesia como un cuerpo. Era una ofrenda de amor sacrificial. Lo que faltaba, y que habría sido agradecido tanto por Pablo como por la iglesia, era la presentación de esta ofrenda por parte de la iglesia en persona. Eso era imposible, y Pablo representa a Epafrodito como supliendo esta carencia con su ministerio ferviente y afectuoso. 5
Yo creo que eso es exactamente el significado de las mismas palabras en Colosenses 1:24. Cristo ha preparado una ofrenda de amor para el mundo al sufrir y morir por los pecadores. Esa ofrenda está completa y no le falta nada, excepto una cosa, una presentación personal de parte de Cristo mismo a las naciones del mundo. Y Dios suple esta carencia al llamar al pueblo de Cristo (personas como Pablo) para que vayan por todo el mundo y den una presentación personal de las aflicciones de Cristo.
Al hacer esto, nosotros cumplimos «lo que falta de las aflicciones de Cristo». De esa manera terminamos aquello para lo cual fueron destinadas, es decir, llegar a la gente que no conoce el infinito valor de estas aflicciones, y darles una presentación personal de ellas.
Cumpliendo las aflicciones de Cristo con nuestras aflicciones
Pero lo más asombroso de Colosenses 1:24 es la manera en la que Pablo cumplió las aflicciones de Cristo. Él dice que su propio sufrimiento es el que cumple las aflicciones de Cristo. «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia». Entonces, eso significa que Pablo exhibe los sufrimientos de Cristo cuando él sufre por aquellos que trata de ganar. En sus sufrimientos ellos veían los sufrimientos de Cristo.
Este es el asombroso resultado: Dios pretende que las aflicciones de Cristo sean presentadas al mundo a través de las aflicciones de Su pueblo. Dios realmente quiere que el cuerpo de Cristo, la iglesia, experimente algo del sufrimiento que Él experimentó para que, cuando proclamemos la cruz como el camino a la vida, la gente vea las marcas de la cruz en nosotros y sienta el amor de la cruz de parte de nosotros. Nuestro llamado es hacer que, al proclamarle a la gente el mensaje de salvación, hagamos que las aflicciones que nosotros experimentamos le permitan a la gente ver la realidad de las aflicciones de Cristo.
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