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En oposición al racionalismo dominante de la modernidad que impele a los individuos a transitar por un proyecto común (político, económico, intelectual o religioso) adecuado y beneficioso para todos , la vida posmoderna de Occidente parece promover un estar juntos mucho menos ambicioso por inmanente; un estar juntos proclive –paradójicamente– a la dispersión; que viene marcado por una especie de razón sensible o erótica y que reivindica cierto interés sentimental del orden de la empatía , del deseo o de la imaginación. 39La razón erótica que propone Maffesoli encarna la necesidad de un principio que reconcilie y contemple, aun en su constante devenir contradictorio, la naturaleza compleja de la realidad en su carácter activo. En este sentido, el sociólogo distingue dos términos, el de unidad y el de unicidad . La unidad alude a la dimensión de lo cerrado, de lo estático, de lo completo; mientras que la unicidad alude a la posibilidad de mantener concomitantemente cierta cohesión (relativa) de los diversos elementos fragmentados de la propia socialidad. La cohesión de la socialidad es posible solo en la medida en que se cristaliza una relación de unicidad entre las cosas del mundo. Se trata de cierta propensión estilística a la convergencia, de cierta posible unión (dinámica) de materialidad y espíritu.
Incapaz de captar el aspecto prolijo, imaginativo y simbólico de la experiencia cotidiana, el racionalismo moderno ignora la coincidencia de los opuestos, donde entes y fenómenos completamente antagónicos pueden entrelazarse y lograr cierta conjugación existencial . Al buscar inexorablemente la esencia y la constancia del mundo, el racionalismo, en cambio, asume la existencia de unidades indivisibles, inalterables, lineales y unívocas para la configuración y el entendimiento de la vida en colectivo.
Es de esta manera que el saber erótico propende a una aceptación del mundo tal como es y no tal como debiera ser . Se trata de un saber interactivo que incorpora en sí los momentos sombríos y las insuficiencias individuales tanto como las pasiones y las luces que permiten el desenvolvimiento de unos u otros espacios de relación interpersonal. Un pensamiento del acompañamiento , es decir, una metanoia (que piensa al lado) por oposición a un pensamiento de la exclusión, una paranoia (que piensa de una manera dominante). Una razón sensible actuando en la interlocución implica entonces la incorporación de la experiencia vivida, del sentido común y de lo afectivo en la consecución más o menos imprevisible del encuentro. No se trata de la realización dramática de un intercambio verbal que deriva del programa estipulado por las consignas y prescripciones de la modernidad. No se trata del seguimiento eficiente de principios, ideales y métodos que hayan pautado la producción discursiva y el quehacer intelectual y socioemocional de las instituciones; al anquilosarse, tales encauzamientos de la praxis social resultan áridos y contraproducentes para testimoniar la complejidad y riqueza intersubjetiva de la experiencia verbal que se comparte; particularmente ante los mundos emergentes e inusitados de la vida grupal contemporánea.
La razón sensible obliga a un reconocimiento del deseo mismo de conocer y de relacionarse. Quien desea algo es aquel que no posee aquello que busca; el que desea desea aquello que no tiene, desea algo que no coincide consigo mismo. Se alude aquí, una vez más, a la alteridad, a lo extraño del otro y de lo otro y a un sujeto que no se basta a sí mismo y que para ser requiere de la relación y del encuentro con quienes lo rodean. Maffesoli se opone a la figura del pensador experto (poseedor de saber) y propone la figura del contemplador deseante de experiencia mundana, en permanente tensión consigo mismo, pero, sobre todo, no autosuficiente. En consecuencia, habría un distanciamiento respecto de la práctica de un diálogo concebido como ejercicio metódico de expansión dialéctico-científica, en cuanto interrogación incisiva y puntillosa, en cuanto respuesta o afirmación erudita, en cuanto exclusión de terceros para la adquisición de un conocimiento firme .
Parece anunciarse un dialogar que quiere separarse de una libido dominandi , esto es, de un saber vinculado a razones instrumentales y ligado a las relaciones universalizantes del poder para recuperar una libido sciendi , esto es, “un saber erótico que ama el mundo que describe” porque, de ese modo, “purgándose de lo general, de la verdad, de lo que se supone que es lo justo, se puede vislumbrar lo plausible y lo posible de las situaciones humanas”. 40Se trata, en efecto, de una racionalidad amorosa , relacional, conjuntiva y autoconsciente de su propia imperfección e imprevisibilidad.
En semejante experiencia de interlocución, la metáfora jugará un papel fundamental porque ella habrá de integrar –siempre provisionalmente– diferentes sentidos del ejercicio cognoscitivo asociado al encuentro. La metáfora se ubica en la intersección entre el ámbito sensible de la vida social y su codificación en el acto de conocimiento. Constituye algo así como un logos revelado en imágenes, un significado convertido en forma . Pienso, pues, en un diálogo dinamizado por un juego estilístico de imágenes que acentúa poéticamente lo cotidiano y lo simbólico. Un diálogo más o menos inútil que involucra cierta preeminencia de lo aparente y que asume la forma (y no solo el contenido) como una dimensión clave para su realización dispersa. En efecto, con la noción de formismo “Maffesoli indica la preeminencia de la apariencia, evidenciando la forma como seno de todos los fenómenos estéticos que delimitan la cultura posmoderna. Mientras que la modernidad y su dialéctica pretendían ir más allá de lo contradictorio, dando un sentido y finalidad al mundo, el formismo reúne los contrarios y favorece un sentido que se consuma en el presente, en actos, que no se proyecta y que se experimenta en el juego de las apariencias y las imágenes”. 41
De hecho, Maffesoli distingue la noción de forma respecto de la noción de fórmula . 42La fórmula como vector cultural propende a buscar soluciones , instala certidumbres , se mueve por una lógica de la respuesta. La forma (es decir, su expresión filosófica denominada formismo ), por el contrario, se regodea en el replanteamiento y la multiplicación de problemas y explora, en todo caso, las condiciones de posibilidad que permitan ofrecer respuestas inacabadas, particulares, abiertas y situadas en su momento concreto. Hablar en términos de forma implica reivindicar a cada instante cierta caricaturización de lo real; cierta inadecuación, más o menos deliberada, respecto del tono de objetividad que la prescripción discursiva occidental exige para el intercambio cotidiano. Un hablar compartido que impugna, en acto, la tendencia a relacionarse en términos de fórmula y que, por lo mismo, no es consecuente con el mandato constante de la expresión ilustrada y clara. Se trata de un hablar compartido que llega a fomentar cierto abigarramiento en el decir y que puede tornarse afectivo, exagerado, oscuro y cavernoso , más que diurno y eficaz.
La modernidad, tanto en los cimientos de la organización política y el ideal democrático como en los sistemas interpretativos que ha desarrollado, subraya la noción de representación para el conocimiento del mundo en sus verdades esenciales y universales . Maffesoli sugiere la sustitución de la representación por la presentación , no como un simple cambio lingüístico, sino como un giro fundamental en la configuración de las relaciones con el mundo mismo y su conocimiento. La presentación como actitud epistemológica y política deja ser lo que es y se ocupa de resaltar la riqueza, el dinamismo y la vitalidad de los plexos existenciales del momento actual, lo cual no impide (sino que más bien favorece) los replanteamientos críticos respecto de lo instituido y la promoción tácita o explícita de prácticas más o menos intersticiales o micropolíticas de sublevación y resistencia social o teórica. La presentación se niega a suscribir el ejercicio de reducir, depurar o perfeccionar la realidad heterogénea en la que se vive. No es posible testimoniar la diversidad del mundo (ni transformarlo creativamente) a través del despliegue exclusivo de la mirada racionalista. No se piensa en verdades unívocas, sino en las paradojas y las efervescencias interminables de la vida social.
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