Así, lo que psicopoética transforma es la manera normalizada de presentarse los lenguajes concretos en el dialogar. Potencia nuevas alternativas de movimiento de dichos lenguajes mediante variantes inéditas de vertebración de expresiones, en correlación permanente con la vida interactiva socialmente determinada de los dialogantes mismos. Digamos que psicopoética surge desde las alteraciones de la relación social ocasionadas por la articulación verbal novedosa o inventiva, en el ámbito del encuentro dialógico. En psicopoética se tiende a desconocer cualquier esencialismo lingüístico (porque no identifica forzosamente ningún contenido significativo con una u otra función predeterminada); se abren nuevas posibilidades de realización de la interacción dialógica acorde con la situación específica; se suelen desobedecer relativamente los órdenes de realidad instituidos por los discursos dominantes y se asume la interlocución como una experiencia liberada del imperativo (tácito o explícito) de la conclusión . En todo caso, psicopoética desnaturaliza la materia verbal de la interlocución y se diferencia de un diálogo normalizado porque comporta una alteración productiva de expresiones. Se trata de una diferenciación imaginativa y emocional respecto de la indiferencia del despliegue discursivo.
Una condición clave para la emergencia del diálogo psicopoético está constituida por el proceso gracias al cual ocurre primero una designificación de la materia verbal (un decir que niega los componentes semánticos de lo dicho) para luego poder abrir un ámbito de realidad distinto del orden del discurso. En la reflexión de Landa:
Es imposible saber de lo que es capaz la palabra, pero sí se puede sostener razonablemente la idea de que debe desistir de sus nexos normales con el mundo, para que pueda dar paso a otra clase de conexiones, como las que implica la palabra en situación poética. Hay –para decirlo al estilo hegeliano– una especie de ardid de la palabra en virtud del cual puede articularse según formaciones y puede darse conforme a situaciones tales que le permitan liberarse de sus determinaciones corrientes. 121
Esta designificación implica una salida de la literalidad comúnmente aceptada en la interlocución, es decir, un rompimiento relativo de lo expresado con sus referencias habituales de realidad. Pero, simultáneamente, habrá de ocurrir también un momento de transignificación de lo dicho hacia la posibilidad inmanente del acontecimiento . La interlocución deviene psicopoética en tanto que produzca una fisura situacional e inventiva en la continuidad de los amarres propios de la ilación del diálogo mismo. O bien en la medida en que acaece una extralimitación de aquello que normalmente implica la expresión utilizada.
La transignificación no se reduce a la mera reasignación de significados a determinadas palabras o expresiones. Implica, más bien, atravesar los límites de los discursos operativos para rehacer (o recomponer) las relaciones sociales mismas con quienes se interactúa. Recomponer relaciones en el sentido de la creación de plexos existenciales inéditos; esto es, en el sentido de provocar efectos poéticos en el terreno de la intersubjetividad. Psicopoética entonces, como espacio de transignificación, supone una reedición compleja de las relaciones interpersonales en el encuentro dialógico-conversacional. Una vertebración de acciones inventivas en el hablar. Un tránsito de usos expresivos más o menos estáticos (es decir, que despliegan significados y sentidos estables y reiterados, y que constituyen una especie de plataforma de significado ) a otros dinámicos o extraordinarios (es decir, que incorporan movimientos traslaticios, sustitutivos y/o revocatorios de órdenes semántico-pragmáticos anteriores). Aun así, toda creatividad vinculada a una producción discursiva extraordinaria en el dialogar estará necesariamente marcada por los usos expresivos vigentes; social y comunitariamente instaurados, que en su función de plataforma o base significativa intervienen en la delimitación, articulación específica, alcances y modos particulares en que ocurren los ardides inventivos del decir, en ese encuentro dialógico.
En cualquier caso, psicopoética requiere cierta audacia expresiva de los participantes. Requiere un manejo irreverente de los significados y una producción de sentidos peregrinos, sorprendentes, extraños o divertidos, que van más allá de las estipulaciones cotidianas. “En concreto”, escribe Landa, “los lenguajes albergan la posibilidad de composiciones verbales que destaquen por sobre las regularidades de la dinámica de aquellos. Esto implica una negación de las convenciones significativas y de sentido como condición fundamental”. Sin embargo, puntualiza enseguida:
La otra condición necesaria es la pertinencia de los intercambios semánticos a que abre cauce aquella negación. Por aludir a un ejemplo un tanto grosero, no puede haber mucha pertinencia en el intento de hacer del término “tocino” una metáfora del vocablo “velocidad”. A lo extraordinario metafórico (es decir, a la suspensión de lo ordinario lingüístico, por parte de la metáfora) debe acompañarle cierta adaequatio entre los significados intercambiables. 122
La ruptura psicopoética en la interlocución no puede ser entonces total ; implica expresiones que se deshacen de sus significados usuales, que abren terrenos distintos en la producción de sentidos, que designifican la materia verbal y acceden a una dimensión transignificativa ; pero que no pueden absolutizar tampoco su renuncia o su desobediencia a esas prescripciones ilativas (y de mínima coherencia referencial) presentes en los intercambios verbales ordinarios.
La condición psicopoética en el hablar no puede ser entendida como un medio para el logro intencional de otros fines subsecuentes. No constituye un recurso previsible ni para acceder a un conocimiento, ni para explicar nada, ni para transmitir valores, ni para promover el respeto y el reconocimiento del otro dialogante, ni para ninguna otra operación por el estilo, es decir, cualquier operación de corte interventivo . Esto sucede porque la condición psicopoética involucra cierta transgresión respecto del despliegue semántico y pragmático de los lenguajes y porque altera o se distancia de funciones verbales de normalización discursiva y de automatismo en el hablar. Psicopoética puede iniciar acaso con algún artilugio expresivo que abre desde ese instante la posibilidad de nuevos modos de relación con los lenguajes concretos: extrañamiento de los temas abordados, ubicación de cosas y palabras en redes inhabituales, infracciones a los códigos prácticos del decir, frustración de los modos de hablar recurrentes, abandono de regularidades previsibles en la interlocución. Psicopoética hace valer sus invenciones y concita mundos intersticiales y transitorios diferentes en el encuentro y, con ello, excita inquietudes y sediciones contra toda prescripción operativa de la intervención filtrada en el diálogo. Subleva de pronto las pasiones de los participantes.
Psicopoética surge sobre el discurrir interminable de la palabra, pero requiere, a su vez, una base situacional y un ámbito de relaciones intersubjetivas que la favorezca. Nunca es una creatio ex nihilo . Constituye una tensión o tirantez productiva entre la verbalidad extendida y la subversión de tales determinaciones normalizantes al interactuar. Pero, en cualquier caso, su emergencia estará vinculada a un contexto propio de realización que incluye, a mi juicio, unos u otros objetos y recursos materiales articulados al quehacer de los dialogantes; determinadas relaciones microculturales de socialización y, desde luego, determinada conexión compleja de corporalidades y subjetividades que concurren (al menos momentáneamente) al encuentro verbal-inventivo en cuestión. El diálogo psicopoético involucra, pues, un espacio-situación concreto de realización siempre inacabada; espacio conformado por una red de vínculos heterogéneos entre personas y cosas (microcomunidades) más o menos dispuestas al intercambio de planteamientos y expresiones y a la acción verbal-creativa, según las circunstancias y condiciones del encuentro.
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