1 ...7 8 9 11 12 13 ...21 Las únicas aventuras posibles para este personaje –son además bien lamentables y tristes aventuras– son las aventuras eróticas. Por eso es la circunscripción solamente al aspecto erótica de la vida del personaje. 51
Las peripecias del protagonista ¿son realmente «lamentables y tristes aventuras»? Frente a la realidad del solar, las vivencias eróticas del narrador son efectivamente frustrantes e incompletas. Nunca llegan a una culminación perfecta. Cada una de las escenas es independiente de la otra. La única relación entre todas ellas es el decorado del «falansterio», que adquiere resonancias míticas, pareciéndose a fin de cuentas a la cueva de Alí Babá. Lo que no era sino un antro de promiscuidad se ha vuelto un lugar maravilloso, un escenario teatral o una pantalla de cine, con el protagonista desempeñando un doble papel, el de actor y el de mirón.
Las experiencias sexuales en sí se organizan en el seno de la narración como pasos esenciales y necesarios hacia una salvación, un abandono del puritanismo familiar.
Nací puritano o me hicieron (mi padre, mi tío Pepe, mi tío Matías: amigos del seso, enemigos del sexo) y solamente la educación sexual, la que recibí en esa escuela de escándalos que fue Zulueta 408 me salvó de una suerte peor que la muerte: hacerme hombre de bien. 52
La memoria organiza la narración como si se tratara de un ritual iniciático. El conjunto de los actos, de las sensaciones y de las visiones son las huellas indispensables para la pérdida de la virginidad. Pero la memoria del erotismo supera la realidad erótica. Lo que, en un primer momento, era sórdido se transforma en un marco liberador. Las prohibiciones iniciales logran ser transgredidas por medio de la intervención del recuerdo más que por la realización del acto sexual en sí. Las prohibiciones persisten, la culpabilidad desaparece.
La progresión en el libro de Cabrera Infante no es ni cronológica ni lineal. Es más bien acumulativa. Para el narrador resulta imprescindible enumerar todas las experiencias vividas o imaginadas durante su estancia en Zulueta 408. De esa summa erótica, Cabrera Infante da un cuadro detallado, a veces entrecortado por otra clase de recuerdos, diferentes pero orientados hacia la única obsesión sexual, aún cuando se abandona el marco de Zulueta 408 para el de otro «solar», el de Monte 822: «Las dos hermanas de Zulueta 408 no eran como las tres hermanas de Monte 822». 53
La iniciación ya está bastante avanzada, falta concretizarla. La experiencia es incompleta, apenas marcada por un seno ofrecido para ser en seguida retirado y, luego, por un beso robado, sublimado en la mente del adolescente. Si el contacto es parcial, la visión, por su parte, es más excitante, más larga, ininterrumpida. La visión es la de la mujer sorprendida en su desnudez, que provoca una masturbación instantánea. Puede ser contemplada sin apuros, como Etelvina.
Era la segunda mujer que veía desnuda –la tercera si incluía a mi madre– y si las dos primeras estaban alejadas por los tabúes del incesto y de la infección, esta de ahora era lejana. 54
El voyeurisme se va a seguir desarrollando, sin provocar ningún sentido de culpabilidad, solamente el miedo de ser sorprendido por la mujer objeto de contemplación.
En este libro, la mujer es mero objeto de deseo. Lo es resueltamente, sin cortapisas. No podía ser de otra manera, en ese incesante vaivén entre las vivencias del adolescente y la memoria del narrador. Lo que queda en la memoria son cuerpos, olores, sensaciones. Lo que resulta de la elaboración, del pensamiento, queda relegado hacia otra zona, para poder conservar la sensación en el estado más puro posible, lejos de cualquier tipo de moral o moralismo. El adolescente es egoísta, machista hasta el fondo de sus expresiones, el narrador también lo es. Pero el reproche de machismo sería demasiado sencillo, ya que es demasiado evidente. La galería de mujeres aquí pintadas tiene como función el alzar una barrera contra el tiempo, la distancia y las contingencias políticas.
Ese machismo aparente se manifiesta también en el trato del narrador con los homosexuales. La homosexualidad es uno de los temas más sensibles de la literatura cubana contemporánea. De una forma o de otra, casi todos los escritores se ven obligados a referirse a ella, tal vez porque, desde que empezó a ser brutalmente reprimida, represente la expresión de cierta concepción de la libertad individual frente al orden moral imperante.
En La Habana para un Infante difunto , los homosexuales están descritos desde fuera. Forman parte del espectáculo permanente que es el «solar» de Zulueta 408. No son para nada objeto de deseo por parte del narrador, sólo un fenómeno de curiosidad. Su presencia en el relato está ligada a la muerte y al crimen, a un suceso que sacude la muy relativa tranquilidad de los días y de las noches del lugar. Los homosexuales, en el libro, no son las estrellas del escenario. Aparecen en grupo al lado de la anécdota central, siempre un poco apartados: «En realidad el piso estaba emparedado entre dos pisos en que pululaban los pederastas». 55
La zona homosexual es una zona prohibida. Acceder a la vista de un mundo diferente, el de la homosexualidad, significa también un descenso a los infiernos, según el punto de vista de una moral que, a pesar de la expresión cotidiana y exacerbada del deseo, persiste en la mente del narrador adolescente.
En el piso de abajo, el primer piso, ese lugar oscuro y remoto al que no alcanzaba siquiera la luz ceniza, siempre en penumbras, estaba todo habitado por homosexuales. No tiene explicación racional esa congregación de cundangos. 56
El descenso a los infiernos es puramente visual. Es la transgresión de lo prohibido. Pero lo prohibido permanece. El universo homosexual de Zulueta 408 forma parte del decorado pero no entra dentro de la expresión del deseo por parte del adolescente.
En este libro, la sensación erótica sigue un proceso de degradación, incluso en el universo femenino. El erotismo no conduce a la concretización suprema del placer, se vuelve repetitivo al extremo. Todas las experiencias se encuentran colocadas en un mismo plano, desde el beso más simple hasta la eyaculación, como si fueran la consecuencia obligada de una evidencia o de la fatalidad, obra de la promiscuidad en la que se entretejen el deseo y la prohibición de ese mismo deseo.
Fuera del breve paréntesis de Nela, con quien el narrador está a punto de llegar, por fin, a la penetración, es el personaje de Nena la Chiquita el que resume por sí sólo el ciclo atracción-repulsión: «Ella era una mujer muy mayor, casi una vieja, sin un solo diente...» 57
Nena la Chiquita es un antídoto al erotismo. Pero, en ese lugar donde «lo inimaginable era lo cotidiano», 58ella también muestra una sexualidad desbordante, enfermiza y «repugnante». 59El sentimiento de asco es complementario del placer. El erotismo aquí no es refinado, de lujo. Es una acumulación de experiencias, algunas de ellas «lamentables y tristes» como la vida misma.
La historia de mi vida erótica en Zulueta 408, ese tramo del tránsito de mi vía crucis sexual, esa parte de mi pasión parece una larga iniciación al fracaso. 60
Las mujeres se siguen y se parecen. Son meras etapas de esa «larga iniciación al fracaso». Todas están en el mismo nivel, independientemente de la realidad del contacto o de la relación sexual. Un juego, una mirada tienen la misma importancia que una verdadera relación carnal. Chelo, Elenita, Rosita, paradigmas de los amores adolescentes, provocan los mismos deseos que Severa, Elvira o Lucinda, consideradas como «calientapollas». 61
Las expresiones que emplea Cabrera Infante en la recreación de ese itinerario sexual adoptan el vocabulario erótico común a la lengua española. En esta novela no indaga, como en Tres tristes tigres , las innumerables variaciones alrededor del habla cubana y, en especial, habanera.
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