Pérdidas relacionales |
de seres queridos, de seres odiados, de relaciones de intensa ambivalencia, consecuencias relacionales de la enfermedad, separaciones y divorcios, abandonos (infancia), privaciones afectivas, abuso y maltrato físico o sexual, resultados de la migración. |
Pérdidas intrapersonales |
en desengaños por personas, en desengaños por ideales o situaciones –por ejemplo burn-out profesional–, pérdidas físicas o enfermedades limitantes, afectaciones del ideal del yo infantil o de la adultez joven, de la belleza o fortaleza física, sexual o mental. |
Pérdidas materiales |
posesiones, herencias, objetos de alto valor simbólico o emocional. |
Pérdidas evolutivas |
en cada «edad» y particularmente en el paso de fases infantiles, en la adolescencia, la menopausia y andropausia, la jubilación, en cada transición psicosocial. |
La primera referencia al duelo en la literatura psicológica se encuentra en la obra de Freud (1948) Duelo y melancolía. Desde el psicoanálisis, se concibe el duelo como un proceso de retirada de la energía libidinal que estaba invertida en el objeto de amor perdido y su posterior derivación hacia otro objeto diferente.
Esta visión del duelo, como un tiempo necesariamente difícil en el que lo importante es llegar a recuperar la energía invertida y reinvertirla, no es compartida por la mayor parte de los especialistas actuales entre quienes predomina una visión más constructivista y contextualista. El duelo requiere, ante todo, reconstruir el mundo del doliente sin el objeto perdido. Lo perdido ya no está, pero no se trata de olvidarlo o de reemplazarlo, sino de darle un significado, de redefinirlo, de darle un nuevo lugar en la nueva vida y quedar abierto a otros objetos. Así, las tareas que se imponen son: aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones derivadas de esta, adaptarse a un medio en el que lo que se perdió está ausente y recolocar emocionalmente lo perdido y seguir viviendo. Aunque estas son tareas universales, no hay una forma universalmente mejor de hacerles frente.
Trauma
En el extremo más negativo de las vivencias de cambio, se sitúa el trauma. Cada vez más expertos están alertando sobre las consecuencias nefastas que puede tener la trivialización de su uso como categoría diagnóstica. Dentro de esa corriente crítica, es notable en nuestro país la labor del equipo de Pérez Sales, autores del Programa de Autoformación en Psicoterapia de Respuestas Traumáticas (Pérez Sales et al., 2006), que describen el trauma como una experiencia que amenaza la integridad física o psicológica de la persona y que se presenta asociada con frecuencia a emociones extremas y vivencias de caos y confusión durante el hecho, fragmentación del recuerdo, absurdidad, horror, ambivalencia, desconcierto, humillación, desamparo o pérdida de control sobre la propia vida. El trauma tiene un carácter inenarrable, incontable e incomprensible para los demás. También se caracteriza por que supone un cuestionamiento de los esquemas del yo y del yo frente al mundo: quiebra una o más de las asunciones básicas que constituyen los referentes de seguridad del ser humano y, muy especialmente, las creencias de invulnerabilidad y de control sobre la propia vida, la confianza en los otros, en su bondad y su predisposición a la empatía.
Como veremos en un capítulo posterior, es un concepto muy controvertido, ya que, según un juicio cada vez más extendido, tal como aparece en los manuales de la ortodoxia diagnóstica, el dsm-iv (apa, 1994) y el cie-10 (who, 1992), exagera la vulnerabilidad e ignora la fortaleza humana frente a la adversidad, patologizando y medicalizando inapropiadamente lo que debería contemplarse como respuestas normales e incluso adaptativas. Su estudio está de plena actualidad, especialmente enfocado desde una perspectiva positiva en la que se busca comprender las variables y los procesos que explican cómo, a partir de estas experiencias, es posible una mejora y evolución personal.
Punto de giro
Los sucesos, las transiciones y las crisis son, como vemos, experiencias de cambio inevitables y muchas veces de extrema dificultad que pueden dar lugar a lo que se denominan puntos de giro en nuestra trayectoria de vida. El concepto de punto de giro (turning point) se define como:
Una nueva forma de percibirse a uno mismo, a alguien significativo o una situación vital de importancia; esta percepción se vuelve un motivo que conduce a redirigir, cambiar o mejorar la propia vida. Las experiencias de «punto de giro psicológico» son de este modo un marcador o registro de los momentos del curso vital en que ocurren cambios de sentido importantes en las creencias y percepciones sobre uno mismo o lo demás (Moen y Wethington, 1999: 14).
Los puntos de giro ocurren después de vivir una determinada experiencia o de lograr una nueva comprensión de la realidad que conduce a la persona a reconsiderar su forma de vida y a cambiar creencias fundamentales sostenidas durante largo tiempo. Suponen una profunda reinterpretación de uno mismo, de una relación significativa o de ciertas formas de comportamiento, que va acompañada de cambios conductuales, cognitivos y afectivos. A partir de los resultados de una investigación empírica llevada a cabo bajo su dirección, Clausen (1998) identifica cuatro tipos de puntos de giro:
• la persona reformula su compromiso respecto a un rol sobresaliente en la propia vida o respecto a alguna relación significativa;
• experimenta un cambio importante en sus creencias vitales y su filosofía de vida;
• modifica sus metas y proyectos personales;
• cambia en aspectos profundos la visión que tiene de sí misma.
Los puntos de giro emergen la mayor parte de las veces a partir de circunstancias que nos sacan de nuestro vivir cotidiano y despiertan en nosotros la reflexión sobre cuestiones existenciales. Nos vemos enfrentados a lidiar con nuestra responsabilidad ineludible y, aunque en muchas ocasiones optamos por intentar evadirla, en otras sentimos el impulso de reordenar prioridades poniendo lo trivial en su justo lugar: renunciar a hacer aquello que realmente no nos aporta nada valioso pagando el precio que sea, no perder tiempo ni energía en actividades o relaciones formales huecas de interés, entramar vínculos profundos y sinceros basados en la apreciación y el amor y apreciar en el presente los hechos elementales de la vida son ejemplos de punto de giro. En definitiva, los puntos de giro nos impulsan a construir una vida comprometida, con sentido y conexión, que nos lleve a autorrealizarnos.
3. EL ESTUDIO DE LOS MOMENTOS CRÍTICOS DEL DESARROLLO ADULTO
3.1. Estabilidad y cambio en la etapa adulta
Hasta los años setenta, la literatura científica sobre el desarrollo adulto era escasa; la adultez se consideraba un período relativamente estable, al menos en comparación con la infancia y la adolescencia, cuando los cambios son muchos, rápidos y evidentes. Desde esta visión tradicional, se ha estimado que una vez atravesada la adolescencia las personas, comprometidas con un sistema de valores y con una serie de decisiones vitales referidas a su trayectoria laboral y afectiva, entran en una etapa de consolidación del desarrollo; el descontento o las dudas acerca del estilo de vida adoptado es interpretado como una manifestación de funcionamiento poco saludable, de inmadurez o de inestabilidad psicológica; en cualquier caso, como una anormalidad.
Sin embargo, la investigación empírica no ha dejado de acumular evidencia de todo lo contrario. Desde cualquier posición teórica actual, se acepta que el desarrollo adulto normal, al menos por lo que respecta a las actuales generaciones, implica necesariamente hacer frente a desafiantes cambios y decisiones que se viven con un cierto grado de inseguridad, malestar y conflicto.
Читать дальше