Fig. 1. Tesoro de Sagrajas (Badajoz), Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Pero la raquítica documentación que tenemos sobre los poblados y las necrópolis del Bronce Final en el sudoeste no debe llevarnos a pensar en un paisaje desolado y aislado de los circuitos comerciales de la época. Parece que la población se concentró en algunos puntos que, desgraciadamente, están muy poco estudiados, pero sí hay indicios evidentes de población en Huelva, así como en otros puntos del valle del Guadalquivir, algunos de gran interés como Mesas de Asta, Carmona o Setefilla, todos ellos ubicados en sitios altos donde la defensa y el control del territorio son determinantes, pero estrechamente ligados, no obstante, a la explotación pecuaria. También existirían pequeños poblados distribuidos por los valles fluviales dependientes de esos lugares estratégicos ubicados en altura, pero su organización en cabañas redondas o de tendencia oval realizadas con materiales perecederos hace muy difícil detectarlos, destruidos por la intensa y continua labor de los campos en épocas posteriores, por lo que los conjuntos cerámicos son la única guía para detectar su presencia.
Más complicado aún es reconstruir el rito funerario de estas comunidades, de las que apenas podemos colegir algún dato muy aislado. Esta falta de documentación, que contrasta con los cementerios de cistas de la época anterior o con los túmulos funerarios de la Primera Edad del Hierro, ha disparado las conjeturas sobre el ritual que se llevaría a cabo; además, el desconocimiento que también tenemos de otras zonas de la península no ha ayudado a esclarecer este punto. De haberse practicado de forma sistematizada la inhumación, parece lógico que ya contaríamos con algunos conjuntos funerarios significativos, sin embargo sólo conocemos de forma muy parcial algunos resultados procedentes de la necrópolis de Mesas de Asta, donde se han realizado algunas prospecciones que parecen apuntar en este sentido; otros hallazgos aislados, como las tumbas de Roça do Casal do Meio, en Sesimbra (fig. 2), no ayudan a despejar la incógnita por la peculiaridad de la tumba, más moderna de lo que se pensaba hasta ahora gracias a los recientes análisis radiocarbónicos del conjunto. La idea más generalizada es que ya se practicaría la incineración, si bien, y siempre en función de la ausencia de documentación arqueológica, los restos cremados podrían haberse echado a los ríos, lagos o al mar, en línea con los rituales que más tarde se generalizan en el área atlántica. Pero no falta quienes atribuyen la introducción de la incineración a los fenicios, lo que justificaría la convivencia de ambos ritos en las necrópolis más antiguas de época tartésica.
Fig. 2. Tumba de Roça do Casal do Meio (según Spindler, Ferreira y Veiga, 1973).
Por último, subrayar que a pesar de este panorama algo desolador del Bronce Final, hay indicios de una actividad minera previa a la llegada de los colonizadores mediterráneos, lógica si tenemos en cuenta que la zona de Huelva debió jugar un papel primordial en los intercambios comerciales atlánticos como parece demostrar el impresionante depósito de armas y objetos de adorno de bronce hallado en la ría de Huelva, en concreto en la desembocadura del río Odiel (fig. 3). Por lo tanto, no se trata de otorgar a los fenicios todo el protagonismo del auge económico del sudoeste, sino que su papel fundamental consistió en potenciar las actividades productivas ya existentes, introduciendo los mecanismos y las herramientas más apropiadas para ampliar la explotación minera y agrícola, y, sobre todo, poniendo al servicio de los indígenas una red de distribución comercial que ampliaba sensiblemente su mercado; así, y en poco tiempo, los indígenas vieron las mayores ventajas que reportaba el comercio con el Mediterráneo, volcando toda su actividad hacia el núcleo de Tarteso en detrimento del eje atlántico que, no obstante, jamás abandonó, entre otras cosas porque buena parte de las materias primas que demandaban los fenicios eran originarias de la fachada atlántica peninsular.
Fig. 3. Depósito de la ría de Huelva, Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Primeros contactos comerciales con el Mediterráneo
A esta imprecisa fase se la ha venido denominando como «precolonial», un término que sirve para que todos tengamos una referencia cronológica del periodo que queremos abordar, entre los siglos XII y IX a.C., es decir, los tres siglos que anteceden a la colonización fenicia, si bien supone serios problemas interpretativos. En realidad se trata más de unos hallazgos arqueológicos singulares dentro del Bronce Final que de una fase cronológica. En síntesis, por «precolonial» entendemos la presencia de objetos de origen mediterráneo aparecidos en la península Ibérica antes de la colonización, lo que a su vez demostraría que con anterioridad a iniciarse los mecanismos para crear colonias en el sur peninsular, los fenicios ya conocerían las rutas y las posibilidades comerciales que le ofrecerían estas tierras gracias a contactos comerciales previos desarrollados por ellos o por otros agentes del Mediterráneo. Pero el término «precolonización» no es exclusivo del sur peninsular, si bien es verdad que cuando se utiliza para otras zonas de la cuenca mediterránea tiene connotaciones históricas diferentes, de tal manera que en el Mediterráneo central siempre se vincula con las navegaciones micénicas hacia Occidente, por lo tanto mucho antes de las fechas propuestas para nuestra península. Además, esos contactos micénicos con las zonas centrales del Mediterráneo van unidos a un proceso de aculturación que en ningún caso se detecta entre las comunidades indígenas del sudoeste peninsular, por lo que se trataría de un simple contacto comercial previo y necesario para la posterior colonización, circunstancia que, por otra parte, se ha venido repitiendo a lo largo de los diferentes procesos coloniales de la historia. Es cierto que algunas cerámicas de origen micénico en el curso medio del Guadalquivir y otras zonas del sudeste ha supuesto una nueva vía de investigación de la que aún poseemos pocos datos, pero que en ningún caso deben marcar el punto de inflexión a la hora de sistematizar los primeros contactos precoloniales; por otra parte, a nadie se le escapa que los contactos de la península con otras áreas del Mediterráneo, ya sean de forma directa o indirecta, se remontan a épocas muy antiguas.
El interés por esta etapa previa a la colonización se ha reactivado a la luz de los nuevos datos aportados por la arqueología, aunque desde posturas algo distintas en cuanto al área geográfica mediterránea que habría propiciado ese contacto con la península; el mundo egeo para unos o el sirio-palestino para otros. Pero también se ha concebido la precolonización como un hecho incesante desde las presuntas navegaciones micénicas a Occidente, bien con la intermediación directa de Sicilia y Cerdeña, o bien gracias a navegantes que organizarían ese trayecto comercial tanto desde el Atlántico como desde ambas zonas del Mediterráneo. Quizá lo más interesante de este fenómeno de la precolonización sea poder dilucidar de qué modo se llevaron a cabo esos primeros contactos y las circunstancias en que se desarrollaron. Por último, hay posiciones contrarias a considerar este momento como un incentivo definitivo para el desarrollo de las comunidades indígenas que, según los denominados indigenistas, ya tendrían el suficiente nivel de desarrollo socioeconómico y político como para asimilar sin traumas y en igualdad de condiciones la colonización. En cualquier caso, la existencia de una etapa previa de contactos mediterráneos antes de la colonización fenicia parece hoy indiscutible. También parece lógico pensar que esta etapa precolonial surtió un mayor efecto en las zonas que ofrecían mejores posibilidades comerciales, es decir, en el núcleo tartésico, un territorio en el que ya se debía explotar, aunque fuera de forma incipiente, los ricos recursos mineros y agropecuarios existentes; así, ese potencial económico suscitaría el interés suficiente como para que la zona fuera atractiva a los comerciantes mediterráneos que, seguramente, conocían esos recursos gracias a los contactos indirectos de Tarteso con otras zonas del Mediterráneo central, particularmente con Cerdeña y Sicilia.
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