Esa ausencia de poblados en el sudoeste peninsular durante el Bronce Final, que en cualquier caso estarían levantados con materiales poco consistentes, ha ocasionado una profunda división entre los prehistoriadores, pues mientras para unos se debe a un exiguo poblamiento de la zona que sólo se solucionaría gracias al impulso de la colonización mediterránea; para otros se debería simplemente a la escasa atención dedicada a esta época y, por lo tanto, a una falta de documentación que ayude a conocerla mejor. Es decir, el esplendor del Bronce Medio, con culturas como El Argar en el sudeste peninsular o el denominado Bronce del sudoeste, que nos ha dejado una completa información sobre las necrópolis de esta zona, habrían acaparado buena parte de la investigación arqueológica; al mismo tiempo, la irrupción de la colonización fenicia y griega habría centrado buena parte de los estudios históricos de la Prehistoria reciente, dejando de lado una fase larga y, para algunos incluso brillante, del sudoeste como es el Bronce Final. Por el contrario, el interés que siempre ha suscitado el Bronce Final es innegable, de hecho, fenómenos de enorme calado como la orfebrería, la metalistería o las estelas de guerrero han proporcionado una ingente bibliografía; sin embargo, la necesidad de hallar los poblados o las necrópolis para analizar aspectos fundamentales de la sociedad que produjo esas manifestaciones no se ha visto compensada arqueológicamente a pesar de las numerosas prospecciones arqueológicas emprendidas en todo el sudoeste peninsular en las dos últimas décadas, mientras que se seguían hallando yacimientos de importancia de otras épocas. Además, no parece que la escasez de poblamiento durante el Bronce Final sea exclusivo del sudoeste peninsular, pues un problema similar lo encontramos en la Meseta, donde apenas tenemos información sobre sus poblados y escasamente conocemos algún enterramiento bajo el suelo de las casas. Por lo tanto, deberíamos buscar las causas de esa parquedad en la documentación arqueológica y no achacar a la falta de investigación su insuficiente conocimiento.
La contradicción que existe entre la gran densidad de población que se detecta en los inicios de la Edad del Bronce en el sudoeste peninsular y la baja demografía en las últimas fases de este periodo histórico parece estar directamente relacionada con un cambio climático que afectó a toda la península, pero que, como es lógico, se deja notar con mayor intensidad en las zonas que estaban más pobladas, como el valle del Guadalquivir y Huelva. Según los diferentes estudios sobre el paleoclima de la península, después de la Edad del Bronce se produjo un largo periodo de estiaje que afectó gravemente a la economía agropecuaria, acabando así con los centros dedicados a la agricultura extensiva junto a los valles de los grandes ríos, principalmente el Guadalquivir y el Guadiana, y a las tierras de pastos, lo que pudo determinar una masiva emigración hacia las tierras del interior; un momento en el que no pocos investigadores hacen arrancar la trashumancia. El abandono de la agricultura a gran escala y la práctica de la trashumancia serían los responsables de la aparición de los asentamientos de carácter estacional en detrimento de los grandes núcleos de población estables. En consecuencia, el sistema sociopolítico sufriría un drástico cambio hacia sociedades más disgregadas que estarían sostenidas por jefaturas locales interrelacionadas por lazos de parentesco; muy diferente por lo tanto al sistema anterior, basado en la explotación minera a gran escala y en la agricultura extensiva que permitió una organización social que, en el caso de El Argar, ha sido incluso considerada como el germen del primer estado peninsular.
Parece que ese cambio climático, y no sabemos si algún otro tipo de catástrofe natural que pudo afectar directamente al valle del Guadalquivir como se está investigando en los últimos años, supuso el desplazamiento y la ocupación de las tierras más septentrionales y cercanas a la vertiente atlántica, donde surge el denominado Bronce Final Atlántico, un periodo de gran actividad económica como ya se ha aludido. Se da además la circunstancia de que los elementos más sobresalientes del Bronce Final son comunes al ámbito atlántico, caso de las armas de bronce, los oros o las estelas de guerrero, por poner los ejemplos más conocidos, elementos que, paradójicamente, son testimoniales en el valle del Guadalquivir durante el Bronce Final, lo que indica que el eje de la actividad comercial se había trasladado hacia las tierras del interior, donde surgen yacimientos de gran interés en los que ya se documentan objetos de importación procedentes del Mediterráneo. Además, la economía pecuaria predominante facilitó la movilidad de la población y, por consiguiente, el intercambio de productos, lo que justificaría la presencia de armas y otros objetos de prestigio de tipo atlántico en la Meseta. Por último, como veremos más adelante, un fenómeno como las estelas de guerrero, exclusivo en los primeros momentos de las zonas del interior de Portugal y del occidente extremeño, va a suponer una prueba más del comercio atlántico hacia el interior peninsular, pues exhiben objetos, principalmente armas, de evidente origen atlántico, como las espadas de lengua de carpa o el propio escudo escotado, todo un símbolo de estas estelas y de las intensas relaciones atlánticas a larga distancia.
Una economía que se basaba principalmente en la explotación ganadera debió generar una organización social basada en jefaturas que a su vez necesitarían rodearse de un grupo privilegiado a modo de aristocracia guerrera, dentro del ámbito familiar, para defenderse de las razias para robar el ganado, así como para controlar las vías de comunicación, algunas de las cuales vigilarían otros medios de producción de enorme importancia estratégica como la minería, especialmente la del oro y el estaño, este último muy demandado en esos momentos para la elaboración de las armas de bronce, mientras que el oro sería primordial para fomentar los vínculos sociales entre las jefaturas, ya sea como regalo, como tesoro de la comunidad o como dotes para fomentar los matrimonios mixtos.
En cuanto a los objetos que caracterizan a estas sociedades del Bronce Final, además de los torques, brazaletes y pendientes de oro macizos, o las armas de bronce (fig. 1), destacan especialmente las cerámicas, porque serán la guía para dibujar un territorio culturalmente homogéneo. Así, las cerámicas de la época se caracterizan por estar elaboradas a mano en hornos de cocción reductora, lo que hace que sus superficies sean de color oscuro. Las formas más comunes son los platos, las copas y, especialmente, las cazuelas, muy características de la época. Los acabados de estas cerámicas suelen ser lisos y muy bruñidos para darles un aspecto metálico que en ocasiones alcanzan calidades extraordinarias; destacan especialmente las decoradas con motivos geométricos en forma de red, las denominadas «retículas bruñidas», a veces decoradas por fuera, otras por el interior y, en alguna ocasión, por ambas superficies, lo que ha permitido crear grupos según su distribución geográfica. Otra característica de los conjuntos cerámicos del Bronce Final del sudoeste es la carencia de grandes contenedores para el transporte y el almacenamiento, lo que indica una escasa actividad comercial de productos alimenticios que demostraría la economía de subsistencia que prevalece en esos momentos. Por último, destacar que el mayor número de cerámicas decoradas con motivos geométricos se atestigua a partir de la colonización fenicia, por lo que no se puede descartar que su generalización se deba a un impulso derivado de las nuevas modas introducidas por los comerciantes mediterráneos, aunque este es un tema muy sensible que aún está en proceso de estudio.
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