El protagonismo de la arqueología en la interpretación de Tarteso se ve complementado por el auge de los historiadores de la Antigüedad en su estudio. Destaca en este sentido la hipótesis de González Wagner y Alvar, quienes a finales de los años ochenta, y basándose en las ideas de Bonsor, justifican la presencia de los fenicios en Tarteso no sólo por un objetivo meramente mercantil ligado a la explotación minera de la zona, sino también por un interés por colonizar íntegramente el territorio del valle del Guadalquivir, con un gran potencial agrícola. Este protagonismo de los fenicios a la hora de entender Tarteso contrasta con las hipótesis defendidas mayoritariamente por los arqueólogos de la época, que entendían Tarteso, alentados por las teorías autoctonistas de Renfrew en boga en esos momentos, como una cultura de base indígena.
Por último, antes del cambio de siglo calan entre los investigadores la teoría del «World systems» y la de «centro-periferia», ambas de origen anglosajón, que intentan explicar el complejo sistema de intercambio comercial entre el foco cultural y la periferia geográfica afectada. Por último, la incorporación de los estudios basados en la arqueología del territorio y del paisaje ha enriquecido sensiblemente nuestro conocimiento de Tarteso, pues a través de ellos se ha logrado diseñar un territorio que define muy bien el espacio y la cultura de Tarteso.
Veinticinco años después de la celebración del V Simposio Internacional de Prehistoria Peninsular, volvió a celebrarse en Jerez de la Frontera una nueva reunión bajo el título «Tartessos 25 años después. 1968-1993», cuya finalidad era intentar recopilar aquellos avances que se hubiesen realizado en torno al estudio de la cultura tartésica. Aunque el panorama había cambiado sensiblemente, pues la búsqueda de la ciudad había pasado a un segundo plano, el interés se centraba ahora en definir el papel del mundo indígena previo a la llegada de los fenicios, pues era en él en el que se hundían las raíces de Tarteso. Por su parte, el mundo fenicio quedaba ausente de esta discusión, quedando de ese modo patente el carácter autóctono de esta cultura.
En la última década han proliferado tanto las excavaciones arqueológicas como los encuentros científicos sobre Tarteso, lo que ha contribuido a su mejor conocimiento. Quizá la intervención arqueológica más significativa ha sido la llevada a cabo en El Carambolo, cuyos resultados ha permitido conocer su verdadero origen, sin duda fenicio, pero también su posterior desarrollo en las sucesivas etapas constructivas del santuario, ya de adscripción tartésica. Así, debemos entender Tarteso como una consecuencia de la hibridación cultural entre fenicios e indígenas; por ello, no debemos estudiarlo sólo a través de una serie de objetos y yacimientos significativos, sino que debemos incorporar y ahondar en el análisis integral del territorio donde se desarrolló para entender su base productiva y social, lo que a la postre configura su propia cultura.
En conclusión, y para entender mejor Tarteso, habría que asumir que las colonias fenicias del Mediterráneo peninsular responden a una dinámica muy diferente de la que se desarrolló en el área atlántica de la península Ibérica, que es donde se desenvuelve Tarteso. En esta zona aún hay investigadores que diferencian entre lo fenicio y lo tartésico, cuando en realidad la cultura tartésica no es sino el resultado de la convivencia continuada de dos culturas en un territorio bien definido. De este modo, deberíamos clasificar como fenicias u orientales las manifestaciones culturales de los primeros momentos de la colonización, entre los siglo IX y VIII a.C.; mientras que a partir de ese momento y hasta el siglo VI a.C., ya deberíamos hablar exclusivamente de cultura tartésica, pues es muy clara la aportación indígena.
En definitiva, Tarteso se concibe como un espacio geográfico donde conviven dos culturas muy diferentes que se van nutriendo recíprocamente con el transcurrir del tiempo hasta perder su característica original, dando lugar a esa nueva manifestación cultural que denominamos tartésica.
II. Los indígenas del sudoeste peninsular antes de la colonización
Uno de los mayores vacíos de la investigación arqueológica es el que tiene lugar entre el Bronce Medio o Pleno y la Primera Edad del Hierro (o Hierro I), medio milenio aproximadamente del que apenas conocemos algunos objetos como las cerámicas, las armas de bronce, algunos conjuntos áureos o las primeras estelas guerrero. Sin embargo, la percepción de las facetas determinantes en la vida de las gentes que poblaban ese territorio, es decir, los poblados, las creencias funerarias, los rituales religiosos o la organización social, nos son prácticamente desconocidos; una paradoja sin duda, porque estamos hablando de uno de los territorios, el sudoeste peninsular, más aptos para la explotación agropecuaria, minera y marina. Una época, pues, oscura, que dificulta la comprensión de la transición hacia la Edad del Hierro, momento en el que ya comenzamos a tener una información mucho más completa gracias al contacto de las comunidades indígenas con los primeros comerciantes procedentes del Mediterráneo.
Por otra parte, la llegada de los fenicios a la península Ibérica se adelanta cada día más a tenor de los últimos hallazgos que se han producido en la ciudad de Huelva, en El Carambolo y, especialmente en Cádiz, lo que a su vez restringe cada vez más las fechas en las que se estima que finalizaría el Bronce Final; consecuentemente, muchas manifestaciones que se consideraban genuinamente indígenas entran ahora dentro de una época protagonizada por los primeros contactos coloniales, lo que pone en duda la originalidad de algunas expresiones artísticas que hasta hace poco parecían exclusivas de las comunidades indígenas y que determinaron que a esta época «prefenicia» se la denominara como Bronce Final tartésico, un término que, como ya se ha dicho, no ayuda a entender el concepto cultural que aquí tratamos. Esos primeros contactos comerciales con gentes procedentes del Mediterráneo oriental impulsaron un profundo cambio en las sociedades del sudoeste peninsular, fundamentalmente en el área que hoy ocupan las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla, y que se ha venido denominando como foco o núcleo tartésico, pero tardó mucho tiempo en calar en las comunidades del interior que siguieron ancladas durante al menos un siglo en la cultura derivada de la Edad del Bronce.
Debió ser la colonización efectiva del territorio del foco tartésico, a partir del final del siglo IX a.C., la que desencadenó la reacción de las jefaturas que vivían en el entorno inmediato del que sería el foco tartésico, ávidas por entrar en un nuevo circuito comercial que les iba a procurar mejores beneficios que los que le procuraba el mercado atlántico. Hay tener en cuenta que las relaciones entre el interior y el sur peninsular ya serían fluidas desde fechas muy tempranas, o así parece demostrarlo al menos la presencia de cerámicas tipo Cogotas I en Andalucía o la existencia de objetos típicos del Bronce Atlántico, fundamentalmente armas, en buena parte de la Meseta. En efecto, durante el Bronce Final toda la fachada atlántica de la península Ibérica se hallaba inmersa en un circuito comercial muy activo que la comunicaba con zonas de la costa atlántica francesa y británica; un simple repaso a los tipos de armas, calderos, orfebrería o a algunos adornos personales de toda esa zona avala su homogeneidad técnica y artística. Es en esta época aún temprana cuando comienzan a aparecer objetos de claro origen mediterráneo en el interior del sudoeste peninsular, lo que puede llevarnos a pensar que esas primeras incursiones de productos mediterráneos pudieron haber sido realizadas por el interior de la península, desde su costa oriental, y no desde las costas de Huelva como se viene considerando; el hallazgo de numerosos objetos de tipo atlántico en el centro y este peninsular, así como en Baleares o Cerdeña no hace más que reivindicar esta vía por el interior previa a la apertura del comercio por el Estrecho que inauguraron los fenicios. No obstante, los argumentos aún son muy débiles como para certificar esta hipótesis.
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