Julián Peragón - Meditación síntesis

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Es tiempo de búsqueda, de desmitificar la espiritualidad en general, y la meditación en particular. La Meditación Síntesis plantea la urgencia de encontrar un espacio de introspección, que a la vez sea un viaje de transformación personal. Para comprender el laberinto sentimental y los meandros de la mente, este libro propone siete etapas progresivas, cada una de ellas con su propio reto, que nos permitirán superar los obstáculos que nos irán apareciendo en el camino, desde la dispersión hasta el dolor, el sopor, la fantasía La propuesta de la Meditación Síntesis es sencilla, libre de cargas ritualistas, y lo suficientemente flexible como para que cada uno pueda encontrar en ella lo que más se ajusta a sus necesidades, y como para que cualquier meditador por muy veterano que sea- se encuentre en ella como en su casa. En definitiva, lo que buscamos es simplemente estar presentes en nuestra vida real para ganar claridad, paz y libertad.

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Todavía vamos a la meditación como si fuéramos al anticuario, buscando piezas preciosas y acumulando tesoros incalculables… cuando en realidad la propuesta meditativa no es la de acumular un saber, sino la de vaciarse de tanto y tanto mobiliario que acumulamos en nuestra cabeza. Todo lo que pensamos acerca de los beneficios de la meditación probablemente sea un estorbo. Yo también he pasado por muchas etapas, desde las férreas hasta las más amables, las disciplinadas y las rebeldes, las simples y las complicadas, también las sesudas y las de todo corazón. De todas ellas he aprendido algo. Sin embargo, la cuestión fundamental no residía en la técnica, sino en dónde apuntaba dicha técnica. Cuando somos capaces de hacernos esta pregunta, dejamos de ser adoradores de métodos y vamos a lo esencial. Como dicen los chinos, lo importante no es que el gato sea blanco o negro: lo importante es que cace ratones. Seguramente, el fondo de toda técnica meditativa sea la de aterrizar en la presencia. Somos, por así decir, acechadores de presencia.

La presencia es el tesoro de la meditación; no la idea de la presencia sino la experiencia de presencia, que unifica las dimensiones de nuestro ser, que transforma todo lo que envuelve. En el estado mental al que da lugar la presencia sentimos que todo lo que surge se desvanece, que todo es un baile de formas, que todo es impermanente. Si hay algo que permanece es el espacio interno donde todo acontece, es la luz de la consciencia que lo ilumina, es el fondo del Ser que es reflejado paradójicamente en cada circunstancia. Poca cosa más podemos decir.

Si acordamos que toda meditación reclama presencia, podremos empezar a celebrar conjuntamente y a reconsiderar que todo método es meramente un puente que nos lleva de esta orilla, todavía confusa y sufriente, a la otra orilla, donde nos esperan la claridad y la plenitud. La única consideración inteligente es que cada uno encuentre la técnica que le ayude a superar sus obstáculos. La Meditación Síntesisque propongo pretende ser lo suficientemente flexible para que cada uno encuentre lo que más le convenga. Hay diferentes objetivos para cada una de las etapas de la meditación, diferentes técnicas de concentración, numerosas imágenes evocativas y retos de superación. No es tanto una herramienta como una caja de herramientas, un abanico multicolor que cada uno puede desplegar, totalmente o en parte, para construir su propia forma de meditar. No es una resta sino una suma, una casa con las puertas abiertas para que cualquier meditador, por muy veterano que sea, se encuentre como en su casa. Podemos creer en Dios o no, tampoco hay problema. La misma palabra lo dice: es una síntesis de diferentes tradiciones meditativas a la luz del momento presente.

No obstante, no quisiera ponerme a la cola de los que ofrecen una técnica más de meditación, a ver si tiene éxito. Ante todo, me gustaría insistir básicamente en la necesidad de meditar. Da igual si lo hacemos sentado o de pie, caminando o tumbado: lo importante es meditar. Hay un elemento inquietante, que sobrevuela día a día por encima de nuestras cabezas, del que no podemos olvidarnos y que sella la urgencia de la meditación, de ésta que propongo y de cualquiera: una crisis de dimensiones planetarias. La crisis ecológica afecta a todo el planeta dramáticamente; la crisis financiera ha hecho estallar una burbuja artificial de dinero especulativo, creando un tsunami en la economía real, que se tambalea a punto de quedar noqueada; la política está salpicada de corrupción en connivencia con los poderes financieros y las multinacionales; las desigualdades de clase se agrandan y la brecha entre países pobres y ricos se vuelve insalvable; guerras, epidemias y hambrunas confluyen en el mundo entero. La lista sería interminable, y estaríamos a punto de tirar la toalla si no fuera por la esperanza en un mundo mejor.

Precisamente, meditamos para que el mundo sea mejor, y para ello no es necesario retirarse a una cueva ni vivir en un monasterio. Es cierto que el monje irradia su armonía interna aunque esté en la montaña más alta, pero el presente nos pide estar en el mundo, llevar la meditación al mundo real, meditar en casa pero también en la calle, en el parque, en la oficina, en la escuela… en cualquier lugar. La meditación, hoy más que nunca, tiene que evitar a toda costa cualquier atisbo de evasión o de narcisismo. Para ello es necesario reinterpretar lo que entendemos por espiritualidad. Lo espiritual no se puede definir por las formas; ya sabemos que el hábito no hace al monje. Necesitamos formas flexibles y creativas pero, sobre todo, necesitamos reconocer la universalidad de la espiritualidad. Cualquier vía de trascendencia del ego, de ese ego orgulloso, temeroso, egoísta, es espiritualidad. Cuando nos religamos a algo mayor que nosotros mismos que le da sentido a nuestra existencia, también estamos reviviendo lo espiritual. Cuando comprendemos la necesidad de salir de la espiral de sufrimiento psicológico, estamos yendo por buen camino. Ser espiritual es comprender que todo está interconectado y que cualquier acción nuestra, por muy bienintencionada que sea, si está hecha desde la precipitación o desde el interés, si olvida o margina a alguien, si crea confusión o daño, dejará una estela de efectos nocivos que, si lo pensamos bien, no deseamos para nosotros ni para nadie.

Lo importante es despertar, despertar del sueño de la razón y de la algarabía de nuestras vanidades. Esa es la religión de religiones: despertar, darse cuenta, abrir los ojos de par en par y ser conscientes de nuestro ser profundo y de la gran oportunidad de celebrar la vida cotidiana como una posibilidad de transformación. La meditación está ahí, como un tremendo despertador. Ahora, sólo es cuestión de darle cuerda… cada día.

Parte I:

MEDITACIÓN

Sentido

De entrada, es posible que la palabra “meditación” genere perplejidad o confusión en nuestras latitudes, puesto que en la deriva que han ido haciendo nuestras lenguas, meditar significa reflexionar sobre un acontecimiento, o repensar algo hasta dar con la solución. La meditación, así, a bote pronto, nos habla de un pensamiento detenido y cuidadoso sobre un asunto… Sin embargo, desde la perspectiva oriental la meditación no tiene que ver con el pensamiento sino con su ausencia; nos acerca más a la intuición que a la razón. El concepto de contemplación, que implica mirar con atención y observar cuidadosamente aquello que produce placer, nos acerca más a los occidentales al sentido oriental de la meditación.

Definir lo que es la meditación no es fácil porque, en el fondo, la meditación no se deja del todo definir, de la misma manera que nuestros dedos no pueden asir el aire por mucho que aprieten. La meditación está diseñada para ser experimentada, sentida, vivida… pero no para ser explicada. Deja atrás el lastre de las etiquetas mentales y busca una libertad sin moldes cognitivos desde donde sea posible contemplar la realidad sin fisuras. Es un todo; clasificarla es constreñirla, manipularla o banalizarla. No obstante, el problema real no está tanto en definirla como lo haría un diccionario sino, más bien, en apartar el saco de prejuicios y expectativas, deseos y temores con los que vamos a ella.

De hecho, cuando sentenciamos nuestra práctica enunciando “yo medito”, ya empezamos con un añadido que estorba a la experiencia misma: un pronombre personal que salpica la nitidez de la conciencia. Aún más, a la meditación parece sobrarle casi todo, si es cierto que promete desnudez ontológica.

No obstante, algo podemos decir sobre ella si pretendemos señalarla, más que definirla; recordar lo que no es, más que decir lo que es. En definitiva, nos acercamos a la meditación como lo hace el acomodador del cine, que nos guía a la butaca para que cada uno experimente la película pero no para decirnos -eso esperamos- quién es el asesino. Podemos bordear el misterio pero nunca revelarlo del todo, puesto que éste sigue ampliándose; podemos marcar señales en el camino para no perdernos… Lo único que podemos hacer con la meditación es dibujar un mapa orientador.

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