Stefano Vignaroli - Delitos Esotéricos

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Unas desapariciones imprevistas inquietan a los habitantes de Triora, un pueblo del interior de Liguria. Caterina Ruggeri, comisaria de policía, deberá esclarecer los misteriosos delitos remontándose a 400 años atrás: el asesinato de una bruja parece esconder las causas de una esotérica venganza.
Después de haber desarrollado durante unos años la función de Responsable de la Unidad Canina de la Polizia di Stato, Caterina Ruggeri, licenciada en Jurisprudencia, es nombrada comisaria y asignada al Distrito de Policía de Imperia. La nueva comisaria se encontrará involucrada, nada más llegar a su nuevo puesto de trabajo, en una escabrosa investigación, en el curso de la cual deberá ajustar las cuentas a personajes ligados a una secta esotérica, en un pueblo que es un lugar de brujas por excelencia: Triora. A partir del descubrimiento del cadáver carbonizado de una mujer, al término de la operación de la extinción de un incendio en el bosque, la Comisaria Ruggeri, ayudada por su inspector jefe Giampieri, un ex militar experto en tecnología informática y conductor de autos deportivos, deberá extender su investigación a hechos ocurridos en esos lugares incluso en periodos lejanos en el tiempo. Un importante protagonista de la aventura es también el perro de la Comisaria Ruggeri, Furia, su fiel Springer Spaniel, incomparable rastreador, que en más de una ocasión le prestará una valiosa ayuda.
Translator: María Acosta

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La ventana se abrió de par en par, una flecha entró en el salón y, después de haber rebotado varias veces en las paredes, fue a quemar el contenido de la copa. Se levantó un humo grisáceo, de maloliente carne quemada, que recordaba el olor de la bruja puesta en la hoguera cuatro siglos antes. El humo se modeló y tomó la semblanza de una mujer que, girando y danzando, llegó hasta Aurora y se fundió con su cuerpo. Ahora Aurora era Artemisia y Artemisia era Aurora. Larìs asistía inerme a este fenómeno. Cuando desapareció hasta el último jirón de humo, absorbido por el cuerpo de Aurora, y el contenido de la copa se diluyó totalmente, las dos mujeres cayeron en un sueño profundo y tuvieron la visión de lo que había sucedido cuatrocientos años atrás. Aurora vivía la escena en primera persona, en la piel de Artemisia, mientras que Larìs observaba como espectadora, mezclada con la multitud que asistía al suplicio de la bruja.

Artemisia estaba atada al palo, bajo sus pies habían colocado haces de leña obtenidos de la poda de los olivos, y luego troncos más gruesos de madera resinosa de pino y abeto. Sobre el conjunto había sido esparcido también aceite de lámparas. En los otros cuatro palos, que había sido dispuestos en semicírculo detrás del suyo, respecto a los espectadores, habían sido atadas sus otras cuatro compañeras: Viola, Emanuela, Alessandra y Teresa. Ésta última, llamada también Il Maschiaccio ya que había sido sorprendida varias veces yaciendo con otras mujeres, incluso había sido tachada de ser un hermafrodita, persona en la que convivían órganos sexuales masculinos y femeninos. Era una mujer con un clítoris tan desarrollado que parecía un pequeño pene, capaz también de alcanzar la erección. Éstas últimas cuatro mujeres no serían quemadas, aunque algunos haces de leña habían sido puestos a sus pies. Habían confesado sus culpas y habían señalado a Artemisia como su guía espiritual , así que habían sido atadas a los palos, tanto como escarmiento para la población local como para asistir de cerca al suplicio de su inspiradora. ¿Cómo era posible que tuviese lugar la ejecución, desde el momento en que el Doge di Genova había puesto el veto a los inquisidores de la Iglesia, asegurando a las mujeres que no permitiría, en esos tiempos modernos, una condena a muerte tan atroz? El Doge estaba orgulloso por el hecho de que un conciudadano suyo hubiese descubierto, ni siquiera un siglo antes, una nueva tierra, América, poniendo fin a ese periodo oscuro que había sido el medievo. Nunca hubiera permitido, por lo tanto, que la Iglesia, por medio de la Inquisición, quemase vivas a estas mujeres, aunque habían sido juzgadas culpables de brujería, herejía, mezclarse con el diablo, delitos contra Dios, contra la Iglesia y contra los hombres. Todo había comenzado un año y medio antes, en el otoño de 1587, cuando el Podestà, Stefano Carrega, y el parlamento local, habían señalado a las brujas que habitaban en Ca Botina como las principales responsables de la grave carestía, que desde hacía tiempo se había abatido sobre la zona, y habían pedido al obispo de Albenga que instituyese un proceso a las presuntas brujas, con el fin de poner fin a sus fechorías con un castigo ejemplar, la muerte en la hoguera. Habían llegado al pueblo dos inquisidores, dos padres dominicos vestidos de negro, uno era el vicario del obispo y el otro el vicario del Inquisidor de Genova. Los cuervos , como los llamaba la gente del lugar, hicieron arrestar a las cinco brujas que habitaban en Ca Botina, las cuales, bajo tortura, acusaron a otras muchas mujeres del pueblo, no sólo de origen labriego sino también pertenecientes a las familias más nobles. En un momento dado los inquisidores llegaron a arrestar a unas doscientas presuntas brujas y el Consiglio degli Anziani, considerando que ya habían muerto dos mujeres, una por las torturas infringidas, otra caída de una ventana como resultado de un intento de fuga, decidió dirigirse al Doge di Genova, para que pusiese fin al proceso e hiciese que fuesen condenadas sólo las auténticas brujas, las de Ca Botina, el grupo ligado a Artemisia, en total trece mujeres y una jovencita de 13 años. El gobierno genovés, por lo tanto, no del todo convencido de la regularidad del proceso de Triora, decidió ocuparse con más detenimiento. Pasaron algunos meses en los cuales, mientras el Doge di Genova y el Obispo de Albenga no encontraban un acuerdo sobre la competencia para proceder, las mujeres quedaron en prisión a merced de los carceleros que no les ahorraron humillaciones y abusaban de ellas incluso sexualmente. En el siguiente mes de mayo llegó a Triora el Inquisidor Jefe, para visitar a las mujeres en la cárcel y cerciorarse de su situación. Después de haberlas sometido otra vez a la tortura del fuego, confirmó las acusaciones para las trece mujeres y dejó libre a la chiquilla. Las mujeres fueron procesadas con las acusaciones de ofensa contra Dios, comercio con el demonio, homicidio de mujeres y niños.

En agosto se llegó a la conclusión del proceso, con la condena a muerte para Artemisia y las otras cuatro mujeres más unidas a ella: Emanuela Giauni, llamada Emanuela La Capricciosa , Viola y Alessandra Stella y Teresa Borelli, llamada Teresa Il Maschiaccio , por su costumbre de llevar los cabellos cortos, vestir ropas masculinas y yacer con otras mujeres. Cuando ya parecía que la ejecución de la condena de las cinco mujeres, por ahorcamiento e incineración de los restos, era inminente, intervino el Padre Inquisidor de Genova, pidiendo que fuese respetado su cargo, que hasta aquel momento había sido excluido del proceso. Le correspondía a él, de hecho, como representante de la Inquisición de Roma, juzgar los crímenes de las brujas. De esta manera las cinco condenadas fueron transportadas a Imperia y desde allí, a bordo de una nave, hasta Genova, donde fueron recluidas en las cárceles del gobierno, dado que la Inquisición no tenía suficiente sitio, yendo a hacer compañía a otras presuntas brujas de otros pueblos de la zona. Todo parecía ir sobre ruedas, dado que el Doge había prometido que haría lo posible por salvar sus vidas, ahora que estaban bajo su protección. Las mantendría en la cárcel durante un periodo, luego, cuando la población se hubiese olvidado de ellas, las liberaría, con el acuerdo de no volver a sus pueblos de origen. Pero el maligno, bajo los despojos mortales del Podestà y del jefe del Consiglio degli Anziani de Triora, metieron la pata. No fue difícil para los matones a sueldo de los dos ilustres personajes corromper a los carceleros con unas pocas monedas de plata, sustituir a las cinco brujas con otros tantos cadáveres de unas pobres mujeres, muertas por enfermedad o por las dificultades debidas a la carestía que ahora se había desencadenado entre los montes de la alta Valle Argentina, y devolver las cinco brujas a Triora para una ejemplar ejecución pública.

Atada al palo, Artemisia recorría con la mente las principales etapas de su vida, a partir de su iniciación, cuando, con poco más de trece años, fue colocada en el centro del círculo mágico, creado por su madre, su abuela y otras adeptas de la secta, en los alrededores de la Fonte della Noce, una fuente situada bajo un gran nogal.

Ya entonces había percibido la fuerte presencia del Maligno, una fuerza negativa en el exterior del círculo, que quería sus víctimas para asimilar los poderes y convertir en incomparable su malvado poder. Las enseñanzas trasmitidas de la madre y de la abuela, la adquisición de poderes como la videncia y del uso del tacto y de la vista para percibir y curar los males del cuerpo y del alma, siempre habían sido utilizados por ella para el bien. Había aprendido los poderes curativos de las hierbas, que quitaban el dolor, que ayudaban a las mujeres parturientas durante el parto. Había aprendido a usar, en la justa medida, esporas de hongos venenosos, para aplicar en heridas infectadas para hacer salir las secreciones purulentas. Había aprendido a fabricar talismanes, a recitar fórmulas mágicas rituales, a realizar encantamientos de invisibilidad. Pero nunca usó sus poderes con fines malvados, jamás. Y sin embargo, al final, había sido tildada de bruja y, junto con sus cuatro compañeras de más confianza, Emanuela, Viola, Alessandra y Teresa, había sido encarcelada y torturada con la cuerda, el fuego y el agua. Al comienzo del verano de 1588 fue a su celda el Podestà, Stefano Carrega, que era aquel que había comenzado la caza de brujas y, en ese momento, Artemisia comprendió que era él quien representaba el mal, la gran amenaza que se cernía sobre ella y sus amigas. Ya debilitada por las torturas, fue desnudada y atada de pies y manos a dos palos de madera dispuestos en forma de cruz de San Andrés, de manera que tenía brazos y piernas separadas. Los carceleros le rasuraron los pelos de la zona genital, luego la dejaron sola con el Podestà que se le acercó levantando la túnica y mostrando un gran miembro ya en erección. No había ninguna posibilidad para Artemisia, atada como estaba, de eludir la violencia sexual, pero era consciente que debía ser fuerte en aquella situación, que debía ceder al placer, en caso contrario, por medio del acto sexual el hombre le sustraería todos sus poderes y conocimientos, asumiéndolos. Salió victoriosa. Mientras sentía el calor eyaculado penetrar en sus vísceras, dispuso su mente para estar lo más lejos posible de allí, para que vagase por los bosques que amaba, y a su cuerpo a no sentir ni un temblor, ni un estremecimiento. El Podestá, al no conseguir alcanzar sus fines, se puso furibundo.

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