1 ...7 8 9 11 12 13 ...16 ―¡Peor para ti, bruja! Morirás en la hoguera, tú y tus compañeras, y la fuerza de las llamas me transferirá vuestros poderes.
El hecho de haber vencido aquella batalla le había dado un atisbo de esperanza y cuando, a pesar de la condena de los inquisidores, ella y sus cuatro compañeras fueron transferidas a Genova, creyó que el peligro se había alejado. Es cierto, después de la relación con el Podestà no le había venido la menstruación. Era evidente que llevaba en el vientre un hijo, o mejor, como podía percibir, una hija. Rechazaba que fuese hija del maligno. De todos modos la iniciaría en las prácticas mágicas y esotéricas, justo como habían hecho con ella su madre y su abuela, es más, sentía dentro de su corazón que aquella hija tendría poderes sobrenaturales realmente fuertes, capaces de contrastar cualquier poder maligno y llevar hacia el bien a su estirpe. Pero, después de unos meses, el maligno había vuelto a actuar, se había aliado con el Consiglio degli Anziani y había enviado a Genova a unos hombres encapuchados para devolverlas a ella y a sus cuatro compañeras a Triora, donde serían ajusticiadas. En el mes de marzo, Artemisia estaba casi al final del embarazo. Cuando llegó a Triora, el jefe del Consigli degli Anziani, Giulio Scribani, quiso cerciorarse personalmente de su estado, ya que no podía permitir que, junto a la bruja, fuese quemada en la hoguera una criatura inocente. Artemisia usó todos sus poderes para penetrar en la mente del anciano, en el que inculcó el concepto de que ella sería sacrificada en la hoguera, con tal de que su sacrificio sirviese para salvar a su hija y a sus compañeras. El Podestà había hecho preparar las cinco hogueras y ya estaba deleitándose con el espectáculo de aquella noche, en la que, debido a una rara conjunción astral, en ese día del equinoccio de primavera, día de plenilunio, tendría lugar un eclipse total de Luna. Pero Giulio impuso su voluntad.
―No quiero asistir a una bárbara matanza. He enviado una comadrona a Artemisia, conoce los métodos para conseguir un parto anticipado. El recién nacido será confiado a una matrona. Sólo Artemisia, que es la más poderosa de las brujas, será quemada. Las otras, atadas a sus palos, asistirán a su ejecución, luego serán marcadas de manera tal que quien se tope con ellas las reconozca como brujas y las evite. Cada una de ellas tiene ya un extraño tatuaje sobre la pierna derecha, en la parte interna de la pantorrilla. Están diseñados tres tomos, que representan los libros que han estudiado para convertirse en adeptas de su secta. ¡Haremos completar el tatuaje con unas llamas que envuelvan los libros y el mismo tatuaje se hará a cada primogénita descendiente de las brujas!
El Podestà lanzaba chispas de odio hacia el anciano pero no podía contradecirle. Por lo menos podría asumir la parte de los poderes de Artemisia. Pero ésta, atada al palo, a la espera de que las llamas encendiesen su montón de leña, permanecía concentrada y formaba una barrera protectora frente a sus amigas, que estaban en contacto telepático con ella. La posición en semicírculo de los otros patíbulos detrás del suyo favorecía la protección. De esta manera, cuando de la multitud de espectadores se elevaron los grito ¡No las escatiméis, quemadlas a todas! , y un hombre, con una antorcha encendida en la mano, consiguió saltar la barrera de los guardias y acercar la llama a la hoguera de Teresa, dos soldados lo cogieron por los brazos y lo devolvieron al medio del público con una patada bien dada en el culo. El hombre rodó por el suelo y se paró justo a los pies de Larìs, que le lanzó una mirada de desaprobación.
Unos segundos más tarde, el verdugo cogió una antorcha de un brasero, en primer lugar la levantó bien alta para mostrar a todos las llamas, luego la acercó a la pila de leña a los pies de Artemisia, que se incendió.
Artemisia, antes de que las llamas comenzasen a envolver su cuerpo, volvió la mirada a la luna, que en ese momento estaba oculta por el fenómeno del eclipse y sólo era percibida como una esfera rosácea rodeada por un halo, y dejó que se marchase su espíritu. Debía evitar que sus poderes y su sabiduría se transfiriesen a Carrega, enviándolos, en cambio, con la ayuda telepática de sus compañeras, a las cuales su sacrificio había salvado la vida, hacia la niña que había parido hacía unas pocas horas y que se llamaría Aurora, la primera luz de la mañana. En poco tiempo, las llamas se apoderaron del cuerpo de Artemisia y lo envolvieron, la mujer se transformó en una antorcha humana, los cabellos se quemaron, los vestidos se convirtieron en cenizas, dejando al descubierto la carne, que primero se convirtió en roja y luego en negra. La silueta de Artemisia, que ahora se retorcía, ya sólo se podía intuir en medio del muro de fuego, que ardía ruidosamente. Al final, Artemisia, con un último y prolongado grito de dolor, expiró, mientras las llamas continuaban desarrollando su cruel trabajo. Al acabar, en el suelo sólo quedaría un montículo de cenizas.
Cuando Aurora y Larìs volvieron a la realidad todavía estaban desnudas, tumbadas en el frío pavimento de mármol, con los cuerpos bañados de sudor por la tensión de la experiencia que acababan de vivir. Aurora, todavía aturdida, cogió un quimono de seda, se lo puso, y ofreció uno parecido a la muchacha, que era presa de escalofríos y quedó encantada de colocárselo. Así que Aurora fue a la cocina a preparar una tisana relajante, volviendo después de unos minutos con dos tazas humeantes, que esparcían un aroma de menta en el salón.
―¿Por qué hemos tenido esta visión? ¿Cuál es el significado? ―preguntó Larìs, comenzando a recuperarse.
―Creo haber comprendido que el maligno, que ha permanecido inactivo durante cuatro siglos, está recuperando sus fuerzas y quiere sacrificar unas víctimas para aumentar su fuerza y su poder. Debemos tener cuidado, porque esas víctimas podríamos ser tú, yo o nuestras otras hermanas, descendientes de aquellas que hace cuatrocientos años escaparon de la muerte entre las llamas.
―¿Cómo podemos prepararnos para hacerle frente? ¿Tenemos bastante fuerza para hacerlo?
―Mi querida Larìs, tú y yo deberemos enfrentarnos a un largo y peligroso viaje hasta el templo donde vive el Gran Patriarca, que nos ofrecerá el acceso a la sabiduría universal, de la cual él es el guardián. Se nos concederán la fuerza y la sabiduría que necesitemos.
Paso a paso, sosteniéndose en las cuerdas laterales, habían llegado aproximadamente a mitad del puente que oscilaba con cada uno de sus movimientos, cuando un ráfaga de viento más fuerte hizo helar el corazón de Larìs, que buscó de nuevo los ojos de Aurora para sentirse segura. Con cautela, las dos se sacaron las mochilas de las espaldas, se pusieron los anoraks y continuaron hasta llegar a la una zona herbosa más allá del puente. Desde allí, por lo menos, comenzaban cinco senderos, que se dirigían hacia distintas direcciones. ¿Cuál sería el correcto que debían seguir? Aurora vio dos ramas entrecruzadas con tierra removida alrededor, buscó una rama larga y, poniendo cuidado en no pisotear la tierra removida, destruyó la cruz, luego, con la misma rama, dibujó un círculo de tierra, recitando unas palabras que Larìs reconoció como las de un contra hechizo. Alguien había hecho un sortilegio para crearles dificultades en el camino que debían seguir. Pero Aurora tenía mucha experiencia. Después de completar el círculo y dirigir algunas palabras hacia el cielo, fue evidente que desde el claro sólo había un sendero que era el que había que seguir. Después de atravesar la lengua de un glaciar, el sendero descendía, hasta que las praderías de altura dejaron el puesto a un bosque, cada vez más espeso a medida que se descendía. Con cada cruce, con cada bifurcación del camino, las dos, instintivamente, sabían qué dirección seguir.
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