Despard fue uno de los siete que sufrió la muerte en la horca reservada al traidor. Los otros representan a los obreros en aprietos de diferentes partes de Inglaterra e Irlanda: los trabajadores textiles de los condados occidentales; los artesanos degradados de Londres; los estibadores, cargadores y soldados de Londres; los obreros no especializados de Irlanda, los huérfanos de las fábricas. En el primer censo de 1800, se habían convertido en números, cuyos alojamientos aparecían identificados y enumerados en el gran plano de Londres, confeccionado por Horwood en 1799. Echando la vista atrás, en 1827, William Blake escribió: «Desde la Revolución francesa los ingleses son todos intercambiables: ciertamente un feliz estado de concordancia, del que yo por mi parte disiento».
Unos días después de la ejecución múltiple, en las calles y capillas de Londres se difundió un panfleto de una sola hoja que costaba dos peniques. Es confuso, ambiguo y pretencioso, al estilo que pueden parecer ser los esfuerzos literarios no convencionales; no obstante, en medio de su aparente incoherencia se trata de un subtexto revelador. En los Archivos Nacionales se conserva una copia rota y sucia, recogida en su momento por las autoridades para su estudio. Presentado en un revoltijo de tamaños de fuente y plagado de errores tipográficos, se titulaba «Un esfuerzo cristiano para exaltar la bondad de la Divina Majestad, incluso en un recuerdo, con Edward Marcus Despard, Esquire, y otros seis ciudadanos que sin duda están ahora con Dios en la gloria». Con su declaración de «ciudadanos» que descansan en la «gloria», el título mezcla fraseología revolucionaria y cristiana. Comienza citando el Juramento de la Oakley para formar una nueva Constitución; alude a Irlanda y a George Washington; resalta la carnicería de la decapitación; compara a Despard con Job y con san Esteban (lapidado por Pablo), y con Urías (asesinado por el rey David); califica las guerras de Inglaterra de guerras contra las repúblicas. Subtitulado «Poema heroico: en seis partes», es formalmente heroico en su uso del pareado y en su contenido. La segunda mitad presenta un grito asombroso y casi incoherente contra los cercamientos y los ganaderos, para concluir con insinuaciones de que las pruebas del juicio fueron compradas con dinero del Gobierno. Una nota a pie de página en prosa cita al agrónomo político y partidario de los cercamientos Arthur Young y da a entender que la alta burguesía terrateniente niega a los campesinos hasta una vaca o un cerdo. La quinta parte del poema es un comentario sobre «Deserted Village» [La aldea desierta] de Oliver Goldsmith, el más conocido de los poemas contra los cercamientos de los bienes comunales publicados en el siglo XVIII. Escrito por un irlandés, enseña que la política colonial prefigura la política interior. Y así, con un aire sagrado, el panfleto conecta la insurgencia de Despard con la lucha por lo común. Entendemos por qué le interesaba al Gobierno.
Cuando describí la influencia de Catherine al ablandar piadosamente la sentencia de muerte de Despard en el seminario de historia laboral organizado por la Universidad de Pittsburgh, Dennis Brutus, el poeta sudafricano, se conmovió y le dedicó un poema.
«Para Catherine Despard “la esposa misteriosa”, ante la aprobación de la Ley sobre Delincuencia en septiembre de 1994»
Ahorcado sí, pero no descuartizado,
eso no, ese horror no,
evitadle esa agonía,
que lo condenen por traidor,
sí, sí, que eso permanezca
porque él tuvo su elección
y querría que el mundo supiera,
querría que se dijera de él
que era amigo de la justicia,
que estaba de parte de la verdad
que era un hombre del común.
Morirá, no ansioso por acabar su vida
pero tampoco reacio a afirmar creencias
y pensando que su muerte
y las noticias de la causa por la que murió
encenderán una llama en el corazón de los hombres
y las mujeres protegerán las llamas con sus manos unidas:
muchos mirarán el patíbulo y su cadáver oscilante
y se irán con la cabeza erguida.
[1]NA, HO 42/70, 20 de febrero de 1803. Al ser prisionero de Estado y traidor convicto, los archivos estatales contienen mucho material respecto a la causa contra Despard. Un análisis completo de estas fuentes puede encontrarse en las biografías sobre Despard escritas en el siglo XX por Clifford D. Conner y Jay Mike.
[2]NA, HO 42/70, 20 de febrero de 1803.
[3]Ibid
[4]C. F. Volney, The Ruins: or, Meditation on the Revolutions of Empires, Baltimore, 1991, p. 70.
[5]Francis Place Papers, BL, Add MSS 27808/224, British Library.
[6]M. Jay, The Unfortunate Colonel Despard: Hero and Traitor in Britain’s First War on Terror, Londres, 2004; C. D. Conner, Colonel Despard: The Life and Times of an Anglo-Irish Rebel, Conshohocken, PA, 2000; y P. Linebaugh y M. Rediker, The Many-Headed Hydra: Sailors, Slaves, Commoners, and the Hidden History of the Revolutionary Atlantic, Boston, 2000, recalcan la dimension atlántica, o la dimensión irlandesa, de Despard. En esto se apartan del estudio clásico de E. P. Thompson, The Making of the English Working Class, Nueva York, 1963.
[7]P. Pinel, Medico-philosophical Treatise on Mental Alienation, Londres, 1800.
[8]R. Moran, «The Origin of Insanity as a Special Verdict: The Trial for Treason of James Hadfield (1800)», Law and Society Review 19, 3, 1985, pp. 487-519.
[9]En 1802, Amelia Alderson Opie escribió un formidable poema titulado «Address of a Felon to His Child on the Morning of His Excution» [Charla de un reo a su hijo la mañana de su ejecución»]. ¿Es la vergüenza el único legado de los crímenes cometidos por necesidad?, preguntaba Alderson.
[10]The Trial of Edward Marcus Despard, Esquire, for High Treason at the Session House, Newington, Surrey, on Monday the Seventh of February 1803, Londres, 1803, pp. 36-37, 220, 265.
[11]«Chaplains Letters and Notes», MS, Mr. and Mrs. M. H. Despard Collection.
[12]M. Foucault, Discipline and Punish: The Birth of the Prison, Nueva York, 1990 [ed. cast.: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, 1978].
[13]J. Farington, The Farington Diary, Londres, 1923, p. 83.
4. El humor patibulario y la horca de la civilización
Entre quienes se movieron con la multitud y se alejaron del patíbulo con la cabeza erguida se encontraba un muchacho de trece o catorce años llamado Jeremy Brandreth, que catorce años más tarde, en 1817, sería a su vez ahorcado por ludista y líder del Levantamiento de Pentrich, «una insurrección completamente proletaria» [1]. Brandreth recordaba el proyecto y la muerte de Despard, de modo que cuando encontró la suya propia, la recibió con paz y generosidad. «Dios os bendiga a todos», exclamó.
La extrema división de clase entre ricos y pobres se mantenía mediante el último recurso, es decir, el ahorcamiento público, que a menudo era de hecho el primer recurso. Los aspectos cínicos, embrutecidos y sangrientos del proletariado inglés, especialmente en Londres, fueron creados por estos actos frecuentes y atroces de terrorismo de Estado. Tyburn, el «árbol mortal», fue el altar de esta tanatocracia. En 1794, John Binns, un radical dublinés residente en Londres, asistió al ahorcamiento de veintitrés hombres y mujeres. «Estaban todos aparentemente sanos, rezando, temblando, y esperando la muerte. En un momento imprevisto, la trampilla se abrió repentinamente bajo sus pies, y en pocos minutos sus cuerpos sin vida estaban a merced del viento, moviéndose de un lado a otro, más parecidos a prendas vacías delante de una tienda de ropa de confección, que a los restos de lo que, solo un instante antes, eran seres humanos animados por el aliento de la vida» [2].
Este medio de imponer disciplina en las relaciones de clase fue severamente puesto a prueba en junio de 1780, en el momento culminante de la Guerra de Independencia estadounidense, por los disturbios de Gordon. Una marcha para exigir al Parlamento que impidiera a los católicos entrar en las fuerzas armadas fue el detonante de una ira de clase, que de repente se convirtió con furia en la insurrección urbana más peligrosa del siglo. Atacaron el Banco de Inglaterra, y liberaron cientos de presos. En respuesta, el ejército disparó y mató a varios cientos de manifestantes, Londres se convirtió en un campo armado, y treinta o cuarenta personas fueron ahorcadas en diferentes lugares de la ciudad.
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