Jorge A. Freire - Punta de lanza

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A estas alturas no quedan atalayas que defender, salvo las propias, y las vanguardias son reliquias del pasado. Ser punta de lanza significa dar la cara, ir el primero hacia la gloria o hacia el abismo, que a veces visten igual; ser el abanderado cuyo trapo será recogido, en caso de caer, por el siguiente en la fila; el rompehielos, no el que marca tendencia, pero sí el que abre el camino; el que empezará a contar la historia, y las historias son eso, palabras que cobran forma antes de dormir, pedacitos de la vida de cualquiera y a veces valen solo para entretener y otras para sobrevivir. Cada uno decide cómo dar forma a su barro y el valor de su torno.

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por la tos disimulada,

por la pancarta bajada,

por el móvil en la mano.

Antes de que todo se fuera a la mierda,

los teatros se llenaban,

sin exagerar y no todos los días,

los cines eran templos visitados,

yo tenía pelo,

pero eso fue mucho antes,

todo hay que decirlo,

y estaba como un queso,

pero eso fue antes aún,

que la sinceridad es lo que tiene,

que si sabes usarla, no admite prisioneros,

ni consejos de guerra,

ni actas notariales,

ni hielo en la nevera.

Antes de que todo se fuera a la mierda,

ya no dormía del tirón,

pero al menos descansaba

y buscaba el refugio del calor de los cuerpos,

que ahora ya me son esquivos,

porque hay inviernos que vienen para quedarse

y para eso están los abrigos,

que han de ser de tu talla,

si no quieres congelarte.

Antes de que todo se fuera a la mierda,

yo buscaba las miradas,

buceaba en tu pecera,

y ahora soy una flor muerta

que asoma en tu papelera.

Antes de que todo se fuera a la mierda,

ya me sonaba tu nombre,

que ahora son siete letras

desprovistas de sentido.

Cuentos

Todas las cenicientas están teñidas

y manchan las almohadas,

y me canso de buscar pies descalzos que vestir,

ni yo soy tan bestia,

ni tú tan bella,

y el lobo no era feroz,

y Caperucita odiaba el rojo

y además era daltónica,

cursi,

ninfómana,

mala vecina

y abandonó a su abuela en una gasolinera.

La bruja del cuento era ignífuga,

y la leña estaba húmeda,

y los dulces se pusieron duros,

y los niños no murieron de un torzón,

pero poco les faltó,

mientras sus compañeros de clase

comían en comedores sociales,

sufrían acoso,

no tenían móvil de última generación,

ni paga que gastar.

Los enanitos jugaban al baloncesto,

hay madrastras que cocinan bien,

manzanas sin veneno,

ni sabor,

ni gusanos,

y Blancanieves sufría de insomnio.

No hay besos suficientes para despertarte,

y los espejos no saben mentir,

ni traen mala suerte si se rompen,

porque eso viene de serie.

Los tres cerditos se llevaban mal,

y el casero no soplaba,

sólo regentaba un fondo buitre

y les subía el alquiler.

Pinocho tomaba viagra para poder mentir,

la ratita presumida era cleptómana

y lo confesaba en sueños,

y nadie fue feliz,

ni comieron perdiz,

pero cada uno cuenta los cuentos a su manera

y se engaña como puede,

porque los príncipes rara vez son valientes,

y los patitos feos.

Si me quedara un minuto

Si me quedara un minuto,

no lo perdería diciéndote te quiero,

trataría de besarte,

me agarraría a tus muros,

y dejaría un grafiti en tus paredes,

me ahorraría en notarios,

testamentos,

epitafios,

declaraciones.

Si me quedara un minuto

de la última de mis siete vidas,

no saldría a la calle a coger aire,

que después no podría gastar,

me tumbaría contigo

en mi lecho de papel de fumar

a esperar tranquilo mi regreso,

a que me cante mi cisne,

a que se doblen mis campanas.

Si me quedara un minuto

y me alcanzara el aliento,

rondaría por tus aceras

de miradas tristes,

de pupilas desgastadas,

de iris miopes,

desprendiendo retinas,

agujereando vítreos,

entornando párpados,

tratando de fijar una imagen

que llevarme a mi alma famélica

de hambres atrasadas

y quimeras incumplidas.

Si me quedara un minuto,

no lo perdería escribiendo tonterías.

Punta de lanza

No quiero ser la prioridad de nadie,

ni ser imprescindible,

ni apoyo,

ni soporte,

ni regazo.

No aguanto ese tipo de presión,

pero cargo sobre mis hombros el peso del mundo

y no me atrevo a quejarme,

porque los privilegios son transparentes,

prístinos,

ineludibles,

intransferibles,

no dependen del albedrío,

ni de las formas de las nubes,

ni de cuerdas de instrumentos,

ni de voluntades,

ni testamentos.

Quiero besar pies limpios,

y bocas sucias,

y sacar conclusiones,

y plantearme cuestiones ya sabidas,

y resolver ecuaciones trilladas,

y volver a empezar,

y saberme inútil,

sabio,

genial,

gilipollas,

estupendo,

y hasta guapo.

Quiero que me miren con saña,

que me juzguen con distancia,

que me besen con cariño,

que me desnuden con prisa,

que me vistan despacio,

que me sirvan el desayuno,

volver a dormirme

y soñar contigo,

que sigues a mi lado,

digo yo,

y si no,

me basta con imaginarte,

ser punta de lanza,

adalid,

caballero andante,

molino de viento manco,

vagabundo,

buscavidas,

rompecorazones,

caracola,

kraken,

criatura abisal,

alienígena,

barro en tus manos,

saliva en tu boca,

trombo en tu cerebro,

adrenalina,

pulso en tu muñeca.

Y si no quieres,

no pasa nada,

ya vestí tus ropas

y quemé tus naves,

y viví en tu cuerpo,

como un virus,

sin vacuna deseada,

sin salida buscada,

sin ventanas,

sin quicios en las puertas,

sin aire,

sin canciones,

sin recuerdos que me maten,

y tal vez en otra vida te encuentre,

y no te reconozca,

y no valga de nada,

ni esto,

ni aquello,

ni de lo más allá,

pero las cosas son así

y así se muestran,

como un tesoro escondido,

como la brisa tímida,

como un accidente,

como Hansel sin Gretel,

como una bruja con diabetes,

como una risa sin dientes,

como un cascanueces,

como tu yo sin mí,

como yo sin mi tú.

Y en esas ando,

tratando de encontrar un sitio,

que no me pertenece,

que me acoja,

que me baste,

que me alcance,

que me sobre.

Ciudadano universal

De todos los lugares de los que pude haber sido

no me quedo con ninguno,

en todo caso con Irlanda,

porque soy borracho,

y algo bohemio,

y me gustan los acantilados,

con sus rocas ahí abajo,

mirando hacia arriba,

invitándote a una pinta con mucha espuma,

y mis tierras altas no te llegan ni a la mitad

de tus tacones de aguja,

que se clavan en mi alma de perdedor compulsivo,

de matarife acostumbrado a perdonar vidas,

a celebrar soledades,

de cobrador sin frac que condona deudas

por besos mal dados,

que tiene alma de oveja,

pero se viste de lobo,

porque el hábito sólo es hábito si te habitúas a ello.

De todos los lugares de los que pude haber sido

no me quedo con África,

aunque me gustan sus paisajes y sus árboles invertidos,

y sus negros sin sus mantas,

pero no soporto el calor si no es humano,

y a veces con reservas,

que las fiebres son muy suyas.

Ni tampoco con Europa,

que iguala monedas,

pero hace excepciones,

confunde credos,

impone aranceles,

abona trincheras,

que olvida los pasados

que le hacen repetirse,

que pone diques al mar,

como si valiera de algo.

Ni mucho menos América,

que depende de Vespucios,

de Florencias descastadas,

de conquistadores sin brújula,

de armas en manos necias,

de estatuas amontonadas.

Ni tampoco la del sur,

con sus Magallanes estrechos,

sus mares de sucia plata,

sus Patagonias compartidas,

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