Entraron en la habitación y vieron a Antonio tumbado en la cama, conectado a unas máquinas que pitaban según la respiración del enfermo. Tenía la cabeza cubierta por un gran vendaje, pero pudieron apreciar que en la cara no tenía ninguna herida, solo algún hematoma. Alba se acercó despacio hasta la cama donde estaba su padre para cogerle la mano.
—Hola, papá —le susurró sin soltarle la mano—. Todo va a salir bien, ya lo verás. Ahora ya estás a salvo. Estamos aquí.
—No te oye. Recuerda que está en coma —le dijo su madre desde el otro lado de la cama y sin mirarla siquiera.
—Lo sé, pero da igual. Quiero que note que estamos aquí, que se sienta tranquilo.
—Ves muchas películas de hospitales. Siempre con la cabeza llena de pájaros —le reprochó su madre en un tono seco—. Ve a ver si ves al médico, anda. Mientras, yo me quedo con tu padre.
Alba soltó la mano de su padre e hizo lo que su madre le había pedido, no quería discutir. Nada más salir al pasillo vio a una enfermera que se dirigía hacia ella. Arrastraba un carrito con diversos aparatos. Con una sonrisa entró en la habitación y enseguida vio salir a su madre con la cabeza muy alta.
—Me ha echado. Acabamos de entrar y ya me ha dicho que saliera.
—Mamá, es lo normal. Cuando tienen que hacer algo a un paciente, los familiares tienen que salir. —Alba no levantó la mirada del suelo. No quería mirar a su madre a la cara para evitar que siguiera escupiendo su veneno contra ella.
La enfermera tardó unos cinco minutos en volver a salir y al hacerlo se dirigió a las dos para indicarles que ya podían pasar. Le había cambiado el suero, había comprobado la sedación y le había tomado la temperatura y la tensión. Las informó de que todo estaba en orden, pero que su doctor las informaría cuando hiciera su ronda.
Alba le dio las gracias y la enfermera, sonriéndole a ella y dirigiéndole una mirada ceñuda a su madre, se metió en la siguiente habitación para seguir haciendo su trabajo.
Volvieron a entrar en la habitación y Alba se dio cuenta de que su padre tenía una barba incipiente. Jamás había pasado un solo día sin afeitarse, así que tomó nota de volver al día siguiente con todo lo necesario para hacerlo ella misma. Le traería flores y le leería el periódico. A su padre le gustaba mucho leer las noticias y comentarlas con ella. Desde que era una niña era algo que hacían juntos, frente a una taza de café su padre y de chocolate caliente ella, y después de los años aún lo seguían haciendo cuando su padre la visitaba en su trabajo a mediodía.
Pasado un rato, Alba no aguantaba más el silencio de la habitación y bajó para ver si podría hablar con los policías que estuvieron en el accidente. Tuvo suerte; uno de ellos acababa de llegar para lo mismo y la informó de lo ocurrido. Le aconsejó que llamara al seguro por el tema del siniestro y la indemnización y Alba cogió la carpeta que el policía le dio y apuntó todos los datos con cuidado para que no se le pasara nada. Se ocuparía de ello al día siguiente desde su oficina. Le dio las gracias al policía y volvió a subir a la habitación donde estaba su padre.
Según el policía, su padre había vuelto a nacer. El impacto había sido tremendo y gracias a que lo vio venir pudo esquivarlo un poco, pero aun así el accidente fue brutal. El agente dijo que él no había visto nunca nada parecido y que cuando los bomberos sacaron a su padre del coche se temieron lo peor. Se sorprendieron de que respirara todavía y gracias a que la ambulancia no tardó en llegar y le atendieron enseguida había podido salvar la vida. El otro conductor también estaba grave. Un fallo en los frenos del otro vehículo fue lo que provocó el accidente. No le pudo decir nada más.
El día pasó despacio, sin cambios. Alba y su madre se turnaron para bajar a comer. Cuando Alba estaba sentada, tomándose un café después de haberse comido un bocadillo, oyó que alguien la llamaba.
—Alba, ¿eres tú?
Alba se dio la vuelta y vio a una mujer de la edad de su madre, más o menos. Su cara le resultaba familiar, pero hasta que no la miró más detenidamente no supo quién era.
—Señora Carmen, ¿cómo usted por aquí?
—Hija, Pedro está ingresado otra vez. Neumonía. Esta mañana lo trajo la ambulancia. Está ingresado en la cuarta planta.
—Mi padre también está en esa planta.
—¿Tu padre? ¿Qué le ha pasado? Le vi hace unos días y estaba fuerte como un roble.
—Ayer tuvo un accidente con el taxi. Le arrollaron.
—¡Dios mío! ¿Cómo está? ¿Está muy grave?
—Le han inducido un coma, le han operado y hay que esperar. —Alba le hizo un breve resumen de la situación.
—¿Tu madre está con él?
—Sí, nos hemos turnado para bajar a comer algo. Yo ya iba a subir.
—Pues si esperas un minuto subo contigo. He venido con Nacho. ¿Te acuerdas de mi hijo Nacho? Iba con tu hermano al instituto y solían salir juntos de vez en cuando.
—Sí, claro que me acuerdo.
—Le voy a decir que subo contigo, luego ya subirá él. Así veo a tu madre y la acompaño un momento.
La vecina del barrio de toda la vida se acercó a un hombre que estaba pagando lo que había pedido, le dijo algo y este se volvió. Alba al verle se acordó de años atrás, muchos años atrás, cuando su hermano iba al instituto y ella estaba aún en el colegio. Cuando estaba en el colegio envidiaba a su hermano porque tenía amigos muy mayores, o ella los veía así. El hombre al que estaba mirando era de la edad de su hermano, pero con la misma cara que cuando era un adolescente. Lo saludó levantando una mano y él le devolvió el saludo a la vez que sonreía.
Subió con la vecina de su madre. Carmen era menuda, con unos ojillos pequeños y el pelo corto, muy habladora. Su madre y ella eran vecinas de toda la vida. Le dio ánimos y no paró de hablar mientras subían a la planta. Llegaron a la habitación de su padre, abrió y dejó que entrara Carmen, que saludó a su madre con un beso en la mejilla.
Enseguida se pusieron a hablar de todo un poco y Alba aprovechó para echarle un vistazo más tranquila a su padre. Parecía que estaba tranquilo; respiraba a través de un tubo conectado a una máquina, pero tenía un color normal. Era como si estuviera dormido. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se había prometido no llorar. Su padre estaba vivo y se iba a recuperar.
Al cabo de unos minutos su madre salió de la habitación con su vecina para visitar a Pedro, el marido de Carmen, con lo que Alba se quedó sola. Se levantó y acomodó la sábana a su padre. Se acordaba de todas las veces que eso mismo se lo había hecho él cuando se iba a la cama y venía a contarle cualquier cuento o cantaban juntos alguna canción hasta que ella se dormía. ¡Qué lejos quedaban esos días! Pero para ella era algo muy bonito todo el cariño que su padre la había dado siempre, todas las conversaciones que había tenido con él, todos los secretos y los consejos que le daba. Miró a su padre con mucho cariño y se inclinó para darle un beso en la mejilla. Raspaba, pero seguía oliendo a él. El olor de su padre era especial y siempre la hacía sentirse segura.
Se abrió la puerta y entró el doctor moreno. Paseó la vista por la habitación y entró cerrando la puerta. Miró a Alba directamente, lo que hizo que esta se sintiera un poco intimidada. Nadie la había mirado nunca así.
—Veo que estás sola. ¿Tu madre ya se marchó?
—No, ha ido… Está con una vecina. Hay un… Bueno, está visitando a un vecino. —Se maldijo por balbucear, parecía una adolescente, pero es que ese hombre la ponía muy nerviosa.
—Bien, voy a ver cómo sigue tu padre.
—Por supuesto.
Alba salió de la habitación antes de darle tiempo a volverse, cerró la puerta y se apoyó en la pared. Notaba fuego en la cara. No entendía cómo alguien a quien no conocía podía alterarla de esa manera. Respiró hondo varias veces hasta que notó cómo se tranquilizaba. «¡Dios, solo es un hombre! Pero ¡vaya hombre!». Era muy atractivo y esa voz se la imaginó hablándole al oído mientras hacían el amor y volvió a sonrojarse. «¡Alba, para ya!», se regañó. Cerró los ojos intentando quitarse esa imagen de la cabeza.
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