Al llegar al barrio de sus padres Alba aminoró la velocidad, buscando un sitio para aparcar.
—No hace falta que te quedes, hija. Estoy bien —le dijo su madre, viendo que la intención de Alba era quedarse con ella.
—Pero mamá, no sé si…
—Estoy bien. No es necesario que te quedes conmigo, de verdad. Me voy a meter en la cama, estoy muy cansada. Y tú deberías hacer lo mismo. —Ni siquiera la miró al hablarle, parecían más dos extrañas que madre e hija.
—Pero tendrás que comer algo, llevas todo el día sin comer nada. —Alba intentó razonar con su madre—. Subiré, te prepararé la cena y después me marcharé a mi casa, si es eso lo que quieres.
—Hija, de verdad, no te molestes —la volvió a rechazar su madre, chasqueando la lengua como si le fastidiara.
—¿Cómo puedes decir eso? Eres mi madre.
—Si al menos tu hermano estuviera conmigo no me sentiría tan mal —afirmó Caridad a la vez que empezaba a sollozar.
Alba se sintió muy mal. Ese simple comentario le hizo mucho daño. Vale, su hermano no estaba allí, pero ella sí, que también era su hija, ¿no? Pero estaba tan cansada que, sin ganas de discutir, dijo:
—Vale, mamá, lo que tú quieras. No me apetece entrar en esa discusión contigo otra vez. Me voy a mi casa. Mañana vendré a recogerte sobre las siete y cuarto.
—Bien, hija. Hasta mañana.
Salió del coche sin decir nada más y Alba vio cómo se metía en su portal sin volver la vista atrás.
Arrancó y se fue hasta su apartamento. Nada más llegar a su piso cerró la puerta y se apoyó en ella. Cerró los ojos un momento. Se sentía cansada y su madre… Notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. Se despegó de la puerta y fue hasta su cuarto mientras se quitaba la ropa para darse una ducha. Estaba agotada por todo: el accidente de su padre, los nervios de no saber y, por si fuera poco, la actitud de su madre, que seguía siendo tan fría con ella como siempre. Lloró mientras el agua caliente caía por su cuerpo; lloró por su padre, lloró por su vida, que era tan vacía como ella se sentía ahora. Y sola, se sentía muy sola. Cuando no le quedaron más lágrimas salió de la ducha, se secó despacio y se puso una camiseta. Abrió la nevera. No le apetecía ponerse a cocinar, por lo que cogió un paquete de embutido, del armario sacó unas rebanadas de pan de molde y comió allí mismo, en la encimera de la cocina.
Recogió lo que había usado y se metió en la cama. Allí volvió a llorar hasta quedarse dormida.
Capítulo 2
Cuando el despertador sonó, a las seis y media de la mañana, Alba seguía profundamente dormida. La noche anterior le costó conciliar el sueño y ahora estaba muy cansada, pero se levantó de golpe al recordar que podría ver a su padre. Se puso en marcha recordando que debía recoger a su madre y que juntas irían al hospital. Su hermano aún no se había puesto en contacto con ella. No sabía si habría escuchado el mensaje de voz que le dejó en el móvil. Intentaría llamarlo desde el hospital después de tener noticias sobre el estado de su padre.
Se vistió con unos vaqueros ajustados y un jersey amplio de hilo en color beige, no se molestó en pintarse y se recogió su larga melena castaña en una coleta. Se calzó sus Converse y, cogiendo el bolso y las llaves, salió por la puerta.
Al llegar a la calle de sus padres vio que su madre ya estaba esperando en el portal. Miró el reloj del coche: las 7:12. Bueno, por lo menos no podría reprocharle que llegaba tarde.
Caridad abrió la puerta del coche y montó sin decir nada. Alba no se lo tomó en cuenta e intentando hacer las cosas bien preguntó:
—Buenos días, mamá. ¿Has podido descansar?
—Un poco. ¿Nos vamos? —propuso su madre mirando al frente.
Alba suspiró, pero no dijo nada. Por lo visto, no iba a haber tregua. Ni un buenos días, ni si había dormido bien… Nada. Condujo en silencio hasta el hospital, donde dejó a su madre en la puerta de urgencias mientras ella iba a aparcar el coche.
No sabía cómo acercarse a su madre. Después de tantos años todavía esperaba algo de cariño por su parte, pero ese cariño no llegaba, solo indirectas cargadas de veneno, frialdad y reproches por todo lo que hacía, desde su trabajo hasta su ya no relación con Israel.
Después de dar un par de vueltas encontró un sitio y aparcó. Se dirigió a la puerta de urgencias con la cabeza en otro sitio y antes de entrar notó que alguien la cogía de un brazo.
—Buenos días, señorita Pascual.
—Buenos días. —Alba miró al hombre que la agarraba del brazo con el ceño fruncido, sin recordar dónde había visto antes esa cara.
—Soy el doctor Aguirre, uno de los médicos que operó a tu padre ayer.
—Perdón, doctor, no le había reconocido sin la bata. —Alba le miró. No parecía mucho mayor que ella, pero en la cara se veía bien claro: ¡¡peligro!!
—¿Vienes a ver a tu padre?
—Sí, claro. Espero poder verle y… —Alba notó un nudo en la garganta; no se imaginaba cómo se iba a encontrar a su padre.
—¿Estás bien? —le preguntó el médico guaperas.
—Sí, lo siento. Es que para mí mi padre es muy especial. Si le pasara algo, yo… yo… —Se tragó el nudo que se le formó en la garganta y miró hacia otro lado; no quería llorar delante del médico—. Perdone, es que no sé.
—No tienes que disculparte, es normal. Y, por favor, no me trates de usted. Me llamo Andrés. —Le tendió la mano y Alba se la estrechó.
—Soy Alba. Mucho gusto. —Alba retiró la mano; no le gustó mucho la sonrisa que vio en los labios del guaperas—. Voy a ver dónde está mi madre. Adiós.
—Por supuesto, pasa.
Entraron al hospital y Alba fue directamente a la ventanilla de admisión para que la informaran de dónde esperar para poder ver a su padre. Notaba la mirada del doctor en su espalda (bueno, mejor dicho, en su culo). En otras circunstancias se habría vuelto, le habría plantado cara y le habría soltado cuatro frescas, pero hoy no le apetecía. Le indicaron que esperase en la misma sala del día anterior. Supuso que allí estaría su madre y antes de entrar buscó su móvil en el bolso. Tenía que hacer varias llamadas.
La primera, al bufete. Tenía que explicar su ausencia, aunque al día siguiente tendría que volver a su trabajo. Habló con Beatriz, otra de los administrativos que trabajaban allí. Le contó la situación de lo que había pasado y esta le prometió hablar con los jefes y que después la llamaría para preguntarle novedades. Le tranquilizó saber que Beatriz se encargaría de lo más urgente.
—No te preocupes, Alba. Yo me ocuparé de todo. Cuando vuelvas hablamos. Por el trabajo estate tranquila.
—Gracias, Bea. Mañana volveré a la oficina, pero hoy necesito que cojas la carpeta con el caso de los Monreal. Suárez la necesita para esta misma mañana. Está sobre mi mesa, encima de todas, la encontrarás fácilmente. Es la roja y dejé un pósit encima con el nombre del caso. Si hace falta algún dato más, en mi ordenador está el archivo del caso. Ya sabes las claves.
—No te preocupes, yo me ocupo. Ahora estate tranquila. Luego hablamos.
—Gracias otra vez. Chao.
Después de colgar volvió a marcar el número de su hermano. Al tercer tono oyó su voz, que hizo que se le doblaran las rodillas. Las lágrimas se agolparon en sus ojos a la vez que intentaba tragar el nudo que notaba en la garganta.
—Pitu, ¡gracias a Dios! Por fin te encuentro.
—Alba, ¿qué ha pasado?
—Es papá —dijo al borde del llanto—. ¿Escuchaste mi mensaje?
—Sí, nena, lo escuché. Lo vi a las diez de la noche. Ayer tuve un día muy difícil y no tuve fuerzas para llamarte, lo siento.
—Ya. Papá tuvo un accidente. Aún no nos han dejado pasar a verlo, pero creo que hoy sí. —Alba hablaba atropelladamente y a su hermano le costaba entenderla.
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