Gema Guerrero Abril - No te arrepientas de quererme

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Alba siempre ha estado condicionada por la opinión de los demás. Cuando su padre sufre un grave accidente y conoce a David, el médico que le trata, se siente atraída por él. La falta de conexión con su madre la ha hecho sentirse insegura y comprende que, si quiere que eso cambie, debe enfrentarse a sí misma y a sus miedos.
Dudas, desconfianzas y, sobre todo, amor harán al final que Alba y David se den cuenta de que se aman por encima de todo.

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—Alba, tranquila, ya verás como todo sale bien. Papá es muy fuerte.

—Mamá sigue como siempre y ya no puedo con sus pullas. Pitu, te echo de menos. No sé si seré capaz de llevar esta situación yo sola.

—Y yo a ti también te echo de menos, a todos, pero dame tiempo. En cuanto pueda volaré hasta allí. Voy a intentar aligerar este proyecto para poder cogerme unos días, pero no sé si voy a poder hacerlo pronto. Esto está cada vez peor, aquí también se nota la crisis y cada vez hay más competencia.

—Por favor, que sea cuanto antes. No sé si soportaré esto mucho más. —Suspiró y se dijo a sí misma: «Paciencia, Alba. Tu hermano volverá enseguida».

—Llámame en cuanto os digan algo más. Tengo que colgar, entro a una reunión. Dale un beso a mamá. Te quiero, peque.

—Adiós, Pitu. Yo también te quiero. Un beso.

Colgó el teléfono un poco más tranquila. Había podido hablar con su hermano y saber que iba a hacer todo lo posible por venir para compartir estos momentos la libró un poco del peso que sentía en sus hombros. Jesús era casi cuatro años mayor que ella, pero siempre habían estado muy unidos y desde que se marchó a Argentina Alba se sentía muy sola. Había ido a visitarle cada año por vacaciones y Jesús pasaba las Navidades en Madrid, pero para Alba era muy duro ir a la casa de sus padres y enfrentarse a las provocaciones de su madre. Todo le parecía mal. Juzgaba su trabajo como administrativo en el bufete, ya que Alba había estudiado Derecho y no le gustaba ejercer; tampoco le gustaba que Alba diera las clases de baile en el gimnasio, pues decía que esos bailes solo eran para mujeres fáciles; y, para colmo, no veía con buenos ojos que perdiera el tiempo cada vez que la llamaban del restaurante casi sin avisar. Todo lo que hacía estaba mal pensado, mal pagado o, en definitiva, era una cría que no pensaba nada más que en sí misma. Nada más lejos de la realidad.

Y la gota que colmó el vaso fue que desde que rompió con Israel, hacía casi dos años, la relación con su madre había empeorado considerablemente. No sabía cuál había sido el motivo de la ruptura; solo lo sabían unas pocas personas y a Alba no le apetecía contar la verdad. Solo se había acabado y punto redondo. Su padre no la presionó, pero su madre era otra cosa. A cada oportunidad le lanzaba una sarta de palabras hirientes. No se preocupó nunca de preguntarle a su hija si estaba bien, si necesitaba hablar con alguien, y a Alba que su propia madre la emprendiera así con ella la sacaba de quicio.

Inspirando profundamente, se encaminó a la sala donde debía esperar. Al abrir la puerta vio a su madre hablando con el médico moreno del día anterior. La verdad, era muy atractivo y, sin saber por qué, sintió que se ruborizaba. El estómago se le licuó y notó las piernas como de gelatina. Intentó disimularlo lo mejor que pudo y armándose de valor se acercó hasta ellos.

—Buenos días —saludó Alba a la vez que se acercaba.

—Buenos días. —El médico se volvió al escuchar su voz y la miró de arriba abajo.

—El doctor me ha dicho que en un rato podremos ver a tu padre. —Su madre se acercó a ella y le sonrió. Alba le devolvió la sonrisa.

—¿Cómo está mi padre, doctor? —le preguntó intentando controlar su voz, que le temblaba ligeramente.

—Estable. No ha habido cambios y eso para nosotros es bueno. Le vamos a llevar a una habitación para que esté más tranquilo y podáis acompañarle. Le mantendremos en coma de momento —su voz era grave y hablaba despacio, parecía nervioso—, pero ese no es el problema. Le decía a tu madre que lo que más nos preocupa es el coágulo de su cerebro. Esperemos que se vaya reabsorbiendo.

—Entiendo. ¿Y del resto de lesiones cree que se recuperará?

—Confiamos en que así sea. Necesitará mucha rehabilitación, pero creo que volverá a caminar sin problema. Sus piernas han sufrido muchos daños, al igual que alguna vértebra. Necesitará mucho tiempo de rehabilitación cuando despierte y se recupere. Además, tendremos que volver a intervenirle cuando pasen unas semanas. Su espalda necesita otra intervención para retirarle las placas que le hemos puesto.

—¡Oh, vaya! —Alba abrió unos ojos como platos. «Otra operación», pensó—. Aún no sabemos qué es lo que ha pasado, cómo ocurrió el accidente y qué es realmente lo que le ha pasado a mi padre. —Se retorcía las manos, más por lo que sentía al mirar a ese doctor tan atractivo que por los nervios y la tensión de esos dos días que llevaban.

—Yo solo sé las lesiones que hemos tratado. El accidente fue muy grave. Menos mal que llevaba puesto el cinturón de seguridad y le saltó el airbag; si no…, no sé, no estaríamos aquí hablando. — El doctor la miraba a ella directamente, como si estuvieran solos. Su voz tenía un tono dulce y tranquilo.

Alba se sintió mucho mejor al escuchar las explicaciones de uno de los médicos que habían salvado a su padre. No podía dejar de mirarle. Hizo un esfuerzo por contestar.

—Entiendo. Muchas gracias por todo lo que están haciendo por él.

—No hay de qué, es nuestro trabajo. —Le sonrió y antes de marcharse les dijo—: Iré a ver cómo va el traslado de Antonio y ahora os avisarán.

Alba se sintió estúpida. Por supuesto que era parte de su trabajo el salvar vidas, pero es que ese médico la había puesto a cien. Se notaba las mejillas ardiendo. Intentó controlarse.

—Gracias, doctor. Muy amable. —La madre de Alba habló y cuando el médico salió se dirigió hacia una ventana, ya más tranquila—. No hace falta que te quedes si no quieres. Vete a trabajar, yo estaré bien.

—Me quedo, por supuesto. Quiero ver a papá. —Alba se dejó caer en una silla y sin mirar a su madre dijo—: He hablado con Jesús.

—¡Mi hijo! —Se volvió desde la ventana y clavó sus ojos en Alba—. ¿Por qué no me has dejado hablar con él?

—Estaba trabajando, mamá. Ya hablarás con él en otro momento. Le he dicho que volvería a llamarle cuando supiéramos algo más de papá.

—¿Va a venir?

—Me ha dicho que estaba intentando agilizar el proyecto en el que estaba trabajando para cogerse unos días y venir.

—Espero que no le cueste mucho trabajo venir hasta aquí, aunque con lo brillante que es en su trabajo no podrán desprenderse de él tan fácilmente.

Ese simple comentario a Alba se le grabó en el corazón. Todo lo que su hermano hacía era perfecto, mientras que todo lo que ella conseguía a base de mucho esfuerzo no lo valoraba. Por eso necesitaba que su padre se recuperara, para poder tener un apoyo. Nunca había hecho nada del agrado de su madre, todo estaba mal o era una insensata.

Se había resignado a ello, pero había veces en que los comentarios de su madre podían hacer mucho daño y en este momento era así. Parecía que su apoyo y presencia a su madre no le bastaban, pero ahora no debía pensar en eso. Tendría que hacer un esfuerzo y aguantar por su padre. Cuando pudiera ver a su padre y, en unos días, a su hermano todo cambiaría. O eso esperaba ella.

Después de una hora, más o menos, entró una enfermera para decirles que ya podían subir a ver al paciente. Les indicó la planta y la habitación donde le habían trasladado. También les explicó que la policía querría hablar con ellas en algún momento para informarles de los datos del accidente y lo que debían hacer a continuación. Alba le dio las gracias a la enfermera y le dijo que después de ver a su padre bajaría para hablar con los policías. Su madre salió sin más de la sala de espera y se dirigió a los ascensores sin mirar atrás. Alba la siguió, hundiendo los hombros, e hicieron el trayecto en silencio. Al llegar a la planta donde Antonio estaba, Caridad echó a andar delante de su hija, entró en la habitación y Alba pensó que le iba a cerrar la puerta en las narices, pero no, esta vez se equivocó. La dejó abierta.

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