UN ATARDECER DE OTOÑO de 2008 o 2009 tuve una conversación en un estacionamiento con uno de los guardianes del campus de la universidad en Pennsylvania en la que trabajaba. El señor, un hombre en sus sesenta a quien siempre aprecié y creo que él me apreciaba igual, con una seguridad que se la envidio, me dijo: “Yo pienso así porque soy capitalista”.
Agotado por una larga jornada le dije, sin pensar que no era el momento ni el lugar: “No, señor, usted no es capitalista. Usted es un trabajador asalariado. Usted no es capitalista, sólo tiene fe en el capitalismo, como tiene fe en Jesús; pero de la misma forma en que usted no es Jesús, tampoco es capitalista”.
La trampa de las palabras
LAS PALABRAS VELAN Y REVELAN, cubren y descubren. Las palabras curan y las palabras matan. Cuando no se piensa en las palabras, ese instrumento insustituible del pensamiento humano, otros lo hacen por nosotros y le dicen a cada una lo que deben decir. Entonces, las palabras se vuelven esclavas de los de arriba y esclavizan a los de abajo. Entonces, las palabras engañan y tratan de pensar por uno mismo.
Dentro de cada palabra hay una multitud de significados, muchas veces contradictorios, pero siempre triunfa uno de ellos a conveniencia del poder social de turno, y así cada palabra impone una idea, una forma de pensar y, finalmente, una realidad que se convierte en indiscutible hasta que alguien vuelve a pensar en las palabras con otras palabras.
Por ejemplo, los ideoléxicos tolerancia , libertad , americano , éxito , fracaso , violencia y todas sus combinaciones posibles en combos convenientes.
Por ejemplo, se afirma que los críticos que luchan por los derechos iguales de los diferentes y son antiimperialistas o antibélicos son contradictorios porque se oponen a una guerra contra Irán mientras en Irán ponen a los homosexuales en la cárcel o los condenan a muerte. En cambio, nosotros, los salvadores del mundo, sí respetamos los derechos de los homosexuales (cuando nos conviene; por no recordar que en el siglo pasado el FBI los investigaba, los perseguía y perdían sus trabajos), lo que nos da el derecho de bombardear e invadir países que no lo hacen (excepto si son nuestros aliados, como Arabia Saudí). Luego les decimos qué hacer, nos quedamos con sus recursos e imponemos el imperio de la libertad en ese país y en todos los países que lo rodean. Y a eso le llamamos coherencia .
Theodore Roosevelt, premio Nobel de la paz, decía que la invasión de Filipinas, donde los marines mataban negros por deporte, en realidad era por humanidad , y también decía que “la paz llega con la guerra” . Ciento veinte años más tarde, otro presidente, Donald Trump, bombardea a un ejército enemigo “para evitar la guerra ”. Cuando Irán responde con el bombardeo de dos de sus bases en Irak y su escudo antimisiles resulta inefectivo, dice que “el enemigo se está retirando ”. La voz del poder no necesita pruebas y las pruebas en contra, por evidentes que sean, son mudas.
Cada tanto, como en Azizabad y en tantos otros lugares, decenas de niños en algún país lejano mueren bajo las bombas inteligentes (a veces 60, a veces 90 de un solo golpe) y la acción se la reporta como un éxito porque un supuesto terrorista se cuenta entre las pocas víctimas y la gente decente que en los paises libres vive en paz gracias a dichas acciones de humanidad y coraje , los echa inmediatamente al olvido. Solo nuestros muertos son verdaderos porque duelen.
Entonces algunos pacifistas reaccionamos contra todo tipo de violencia . Y está bien. Pero cuando no diseccionamos como se debe esa simple palabra (no mencionemos el resto de la narrativa), volvemos a caer en la trampa semántica. Porque no es lo mismo la violencia del colonizador que la del colonizado, la violencia del opresor que la del oprimido. La violencia del invasor se la llama defensa propia y a la violencia del invadido se la llama terrorismo .
Y así un largo etcétera, tan largo como cualquier diccionario de cualquier lengua.
Cambia el lenguaje y cambiarás el mundo
WASHINGTON DC. 7 DE JUNIO DE 1844. Al día siguiente de la inesperada derrota de Martin Van Buren a manos de James Polk en la interna del partido Demócrata, el Congreso estadounidense desestima la anexión de Texas por 16 votos a favor y 36 en contra. Ha vencido la sensatez, se dice en los pasillos. La prensa asegura que el candidato del partido Whig, Henry Clay, más ambiguo con el tema de Texas y la esclavitud, “s ólo tiene que caminar hacia la Casa Blanca ”.
Pero James Polk huele una estrategia que dará vuelta todos los debates sobre Texas y la esclavitud que dominan la política ese año. En lugar de seguir discutiendo sobre la anexión , comienza a hablar de re -anexión de Texas. Polk no es un hombre religioso, pero su esposa Sarah lo ha obligado a presentarse como devoto. Más importante que eso: Polk es parte de una cultura de la fe donde más importante que la evidencia es lo que uno cree, y si lo que uno cree contradice la evidencia más clara, más mérito tiene el que cree. ¿Un río no se puede parir en dos? Pues, solo se parte para quienes cierran los ojos y creen que se puede partir a fuerza de creer. La palabra religiosa no tiene ningún compromiso con la realidad y también en política valen más que los hechos, por lo cual la batalla más importante es la batalla dialéctica. Las palabras crean el pasado y fuerzan el futuro. Las palabras crean la realidad como Dios creó el mundo a partir del verbo. A pesar de su desinterés por Dios, aparte de sus propias ambiciones y su escasa preparación, estos son todos los instrumentos intelectuales desde los cuales el presidente Polk y sus gobernados ven la realidad.
La idea de comenzar a hablar de re -anexión de Texas como siempre, no es suya, sino del senador de Mississippi Robert J. Walker. Según el senador, Texas ya estaba incluida en la compra de Luisiana. Luisiana había sido comprada al imperio francés porque el gigante territorio poblado de millones de indios no valía un cobre comparado con la pequeña colonia de Haití. Como siempre, las naciones indígenas no fueron invitadas a la negociación de Luisiana, pero tampoco el imperio español, por lo que difícilmente Texas hubiese estado incluido en el contrato de venta con los franceses. De hecho, luego de cerrado el negocio con Napoleón Bonaparte en 1804, los límites de estos territorios habían sido definidos y pactados con extrema claridad por el tratado Adams-Onís, firmado por el presidente John Quincy Adams y el representante del imperio español en 1819. Este tratado definía el río Sabine, futuro límite entre los estados de Luisiana y Texas, como el límite de los territorios adquiridos a Francia. Por entonces, España se había demorado en firmar el tratado, por lo cual el 14 de mayo de 1820 Thomas Jefferson le escribió al presidente James Monroe: “ no puedo lamentarme de que España no haya firmado el acuerdo, ya que creo que un día Texas será uno de los estados más ricos de nuestra Unión ”. 1Dos años después, España y Estados Unidos firmaron el acuerdo que fijaba el río Sabine como límite entre ambos imperios. En Washington decidieron aceptar los límites “ por el momento ”, ya que consideraban que Texas y Cuba debían ser anexados a la Unión. El 12 de enero de 1828, en la ciudad de México, México y Estados Unidos ratificaron por escrito los acuerdos limítrofes del tratado Adams- Onís. El 5 de abril de 1932, en Washington, los mismos países firmaron esta ratificación. El artículo segundo establecía en detalle los límites y sus coordenadas entre ambas naciones. Entre otros ríos, se mencionan el río Sabine, el río Roxo (Rojo) y el río Arkansas. Por si todos esto no fuese suficiente, se mencionó el mapa publicado en Filadelfia en 1818 como referencia.
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