En lugar de interesarse verdaderamente por la cuestión social, Cánovas prefirió negar los derechos más elementales a la clase trabajadora y, en última instancia, emplear el uso de la fuerza para contener posibles manifestaciones y desórdenes. En una carta a la reina regente daba cuenta acerca de los resultados obtenidos por su política intolerante hacia el proletariado:
El orden público es perfecto. En cambio, continúan las huelgas; pero absolutamente pacíficas hasta aquí, [...] a punto que de terminarse las de Cataluña, la llegada del general [Martínez Campos] pondría el sello a su conclusión definitiva, tanto por su personal prestigio como porque una de las cosas que envalentonaban a los huelguistas era la falta de superior autoridad militar. 24
Durante décadas, esta actitud de Cánovas hacia la clase obrera estará en la base de algunas políticas conservadoras hacia una mayor redistribución social. Algunos autores han llegado incluso a hablar de la «Dictadura de Cánovas», en la que las libertades públicas fueron reducidas. 25 Junto a esto se integró a la Iglesia en el régimen, con la pretensión de deslegitimar al carlismo y poder aunar esfuerzos en torno a la derecha española alfonsina. Para completar el equilibrio de fuerzas del sistema, la mayor autonomía de la que dotó al Ejército conllevó un abandono por parte de este de cualquier tentación golpista. 26 Este mecanismo funcionó durante más de dos décadas, hasta que en la primera década del siglo XX empezó a gestarse «una tímida cultura antiparlamentaria y antiliberal en el Ejército». 27
Tras la obra de Cánovas hubo que esperar hasta la primera década del siglo XX para encontrarse con Antonio Maura, político conservador que nos permite entender la obra e ideología del régimen de Primo de Rivera tras 1923. En su pensamiento y acción política destaca el concepto de revolución desde arriba ; esto es, mantener el orden social dentro del sistema, a la par que se democratiza la vida política preferentemente desde los municipios. Esta revolución desde arriba habría de proteger la integridad de la Corona a cambio de que Alfonso XIII renunciara a cualquier tentación intervencionista en la formación de gobiernos. 28 No obstante, esto chocó con numerosos conservadores silvelistas y con los progresistas que veían a Maura como «el paladín del autoritarismo y del integrismo radical». 29 Maura denunciaba constantemente este intervencionismo regio:
Hay Estados en que la organización es distinta y el Canciller o el primer Ministro tienen otra significación en la política; pero en España, con nuestra Constitución, la mayor desgracia que puede acontecer a la Monarquía es que lleguen a confundirse los uniformes con las casacas, muy honrosas, pero muy distintas, de la servidumbre palatina. 30
Antonio Maura había asumido la dirección del grupo escindido del Partido Conservador tras la ascensión al poder de este de Eduardo Dato. 31 El alboroto que armaron contra Dato radicalizó las posturas del grupo, según Villares y Moreno Luzón. La Primera Guerra Mundial acabaría por definir su ideario contrario a la democracia oligárquica y tradicional. 32 Mayoritariamente germanófilos, los mauristas quisieron «renovar ideológicamente el conservadurismo español al socaire de las innovaciones que en Europa se estaban produciendo». 33 De hecho, representaba un tipo de pensamiento conservador más evolucionado que las diferentes doctrinas católicas o tradicionalistas. En palabras de Gregorio Marañón:
La agitación que hizo posible la Dictadura se debía a una sorda descomposición, genuinamente nacional, que afectaba a toda la sociedad, desde sus cabezas más eminentes hasta los más profundos estratos del pueblo; y que un gran político de entonces, conservador de nombre, pero de espíritu renovador, don Antonio Maura, definió y se esforzó en combatir como «crisis de ciudadanía». 34
En cuanto a la forma de hacer política, el maurismo ensayó fórmulas modernas de acercamiento a la gente, como mítines en escenarios abiertos o redes asociativas. 35 Así, el deseo «de conquistar la calle a través de métodos de nuevo cuño se esgrimió como opción estratégica frente a la política de notables y el clientelismo de los partidos dinásticos». 36 El maurismo, avanza Cabrera, cayó como consecuencia de «los vicios y corruptelas del sistema que tanto había criticado», al mismo tiempo que «careció de un auténtico liderazgo» para acabar escindiéndose en «dos ramas irreconciliables». 37 Pero, una vez dividido, todas las corrientes derivadas del pensamiento de Maura convergían en unos puntos comunes invariables: la influencia del regeneracionismo noventayochista , una cierta influencia del positivismo crítico del krausismo y la influencia del catolicismo para atraer a los creyentes tanto liberales como integristas reaccionarios. 38
El famoso «Maura, sí» era una reserva moral del grupo neoconservador, una suerte de salvación patriótica, anticipo de su revolución desde arriba , mientras los ministros de la gobernación dinásticos continuaban con el fraude electoral y la represión interna. 39 En principio, Maura no podía considerarse un conservador radical. Las clases medias y altas, «identificadas genéricamente con el ideario de conservación del orden socioeconómico», eran su principal apoyo. 40 Su grupo político había dado entrada a un grupo de jóvenes políticos de estas clases acomodadas destinados a tener un relevante papel en la vida política española. 41 De todos ellos, era Antonio Goicoechea el que consiguió presentar al maurismo como la superación definitiva del canovismo. Intentaba ir más allá en el sentido de rechazar el liberalismo doctrinario a favor de la democracia conservadora. No creía en el individualismo posesivo, sino en el intervencionismo estatal y, sobre todo, no estaba resignado al pesimismo canovista, sino que mantenía la fe «en el espíritu creador y en las inagotables energías de la raza». 42 El propio Goicoechea definía el maurismo como «un partido híbrido, ni sabio ni ignorante, ni blanco ni negro, ni masculino ni femenino. Más bien pudiera decirse que no tiene sexo». 43 A su juicio, el canovismo había configurado un sistema caciquil, mientras que el maurismo aspiraba a eliminar esa democracia liberal corrompida.
Antonio Goicoechea y su relación con el conservadurismo maurista dejaron una gran impronta en esta necesidad de cambiar el sistema. Además, este sistema de gobierno conservador que quería implantar encomendaba al pueblo «la custodia de los grandes intereses sociales» a la vez que las masas se sentirían atraídas «por una constante labor de dignificación y de educación al ejercicio de la ciudadanía». El mensaje hacía ver la necesidad de poner fin a la abstención ciudadana en la vida política, que era precisamente lo que otorgaba tanto poder a los oligarcas. 44 Esto no significaba necesariamente la aceptación pacífica de manifestaciones en contra del orden existente. Aquí radica una de las mayores contradicciones del maurismo, en especial del autoritario: el hecho de defender un cambio de sistema al mismo tiempo que se lucha contra los que fomentan el desorden social . En casos extremos, como los disturbios de 1917, incluso ofreciéndose «voluntariamente a hacer las funciones de policías honorarios». 45
La compleja evolución política de las derechas españolas anterior a la Guerra Civil lleva a constatar la profundidad y rapidez de los cambios en las culturas políticas para atraer la atención del ciudadano en periodos de cambio acelerado. En palabras de González Calleja:
En esas circunstancias, el afán por demostrar que determinados movimientos son más atrevidos y eficaces que sus competidores intensifica y acelera la evolución de los repertorios hacia formas más radicales.
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