Fernando Martín Polo - Simón de Rojas Clemente

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Simón de Rojas Clemente y Rubio (Titaguas, 1777-Madrid, 1827) es un referente para la ciencia de la Ilustración española. Inicialmente encaminado a la profesión eclesiástica, se enriquece con el estudio del naturalismo, particularmente de la botánica (fue alumno de Cavanilles). Amplió sus estudios en París y Londres, y realizó un viaje por Andalucía que le permitió realizar su «Historia natural del Reino de Granada». Fue bibliotecario del Jardín Botánico de Madrid, y después de años de investigaciones y penurias, fue diputado en las Cortes durante el Trienio Liberal. Con la llegada de los Hijos de San Luis, hasta que lo reclamó el rey para acabar la historia de Granada, siendo también elegido director del Jardín Botánico de Madrid. De esta manera, Rojas Clemente se perfila como un sabio ilustrado sin fronteras.

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Vayamos primero al expediente empezando por la génesis del viaje. Veremos que se dan motivos y razones de todo:

Don D. B. [Domingo Badía] habiendo visto el poco suceso de varios viajes emprendidos en el interior de África con el fin de descubrir lo que encierra aquella parte del globo, examinando maduramente la causa de este corto éxito, halló que el escollo en que naufragaron todos los viajeros era el fanatismo de las naciones musulmanas que mirando como enemigo detestable a todo profesor de distinto culto que el suyo y aún mucho más si es cristiano juzgan un acto meritorio de su religión todo ultraje o atentado que conspire a la destrucción de un infiel [a partir de aquí cuenta que los musulmanes de generación en generación hacen excursiones por el interior de África sin grandes problemas].

¿Por qué pues sólo los europeos naufragan?

[...] El religioso musulmán que mira con un cariño fraterno a todo sectario de Mahomet detesta con horror a todo incrédulo; al primero le ofrece todos los auxilios de la hospitalidad más oficiosa; al segundo le impropera su infidelidad, le roba, le asesina, y luego muy tranquilo ofrece al Eterno este sacrificio. Las operaciones en uno y otro caso no pueden ser más contrapuestas, siendo una misma la causa que las produce.

Bien pensado este razonamiento, hizo nacer en Badía la idea de que un europeo que ocultando su religión y patria representara en África con aspecto de musulmán sería bueno de visitar todas sus regiones.

Para esto sólo era necesario poseer un poco el árabe, aprender algunas oraciones del Corán, vestir su traje, sujetarse a la circuncisión, a todas sus ceremonias o gestiones ostensibles, y tomando un nombre musulmán hacerse reputar sectario del islamismo.

Esta idea le fue confutada por algunos devotos malentendidos que la creían opuesta a la religión cristiana, pero lejos de eso, practicada como corresponde puede tener resultados gloriosos para la misma religión.

En primer lugar, las palabras y acciones (mientras no se opongan a una sana moral) no tienen más valor que el de signo representativo de las ideas faltando este enlace quedan reducidas a cero o a un mero movimiento del aire del cuerpo sin relación [...], cuando de ellas no puede seguirse escándalo del espíritu y por consiguiente, de valor ninguno. Por esta causa un actor sobre el teatro no tiene inconveniente alguno en doblar la rodilla y dar incienso a la estatua del sol u otro ídolo aún en presencia del auditorio cristiano más austero que jamás se lo imputará a delito [...]

El Viejo y Nuevo Testamento están llenos de ejemplares semejantes, Judith se viste de ramera para provocar a Holofernes, y ¿cuándo dejó de graduarse heroica esta acción, visto el gran objeto de ella? Nuestro gran Macario se adorna de petimetre para introducirse con una ramera que convierte, ¿y quién ha sido bastante atrevido para tachar esta acción?

El objeto del disfraz de Badía no es menos digno, se trata de descubrir nuevas naciones, de cuyo descubrimiento puede originarse la introducción en ellas de la verdadera religión. ¿Y se podrá tachar el ardid de Badía? Las naciones de los países que va a viajar no le darían paso de otra suerte. Badía no va de misionero, él va de explorador y como tal debe sujetarse a las gestiones ostensibles de los habitadores que encuentre cuando éstas no sean contra una sana moral. Tal fue el designio de Badía, y jamás se le podrá tachar cosa en contrario.

Sobre este principio formó Badía el designio de atravesar el centro del África [...] Y para ello formó su plan de viaje en el que procuró reunir a los objetos políticos que se proponía, todos los científicos que juzgaba poder desempeñar en sus travesías por aquellas desconocidas regiones 5.

Tenemos la razón del viaje: explorar una parte de África. La forma de hacerlo: fingiendo ser un musulmán. Motivo: los musulmanes de África son muy fanáticos y fracasaría en la empresa si no se hiciera así. Queda claro en esta exposición que si no actúa de esa manera el fracaso es evidente y la vida de cualquier viajero cristiano estaría en peligro 6. Es interesante la justificación teológica (bastante convincente, por cierto) de esta actuación desde el punto de vista cristiano; antes de la Ilustración quizás no habría podido razonarse con esa seguridad, aunque siempre, en el fondo, también subyace que este viaje puede revertir en resultados “gloriosos” para el cristianismo. Es importante resaltar que ya desde el principio, desde el plan del viaje, se habla de los “objetos” (objetivos) políticos y científicos, y Badía es calificado como un explorador, lo cual es ciertamente ambiguo porque bajo ese califi-cativo puede esconderse un científico o un espía. La política no está ajena al viaje desde su misma gestación; probablemente Simón de Rojas no estaba al tanto de ello, al menos no poseemos datos en este sentido.

La continuación de la exposición del viaje es el detalle de las diferentes vicisitudes por las que pasó Domingo Badía para que su plan fuese aprobado: presentación al Príncipe de la Paz, paso por la Academia de la Historia, entrevistas con Pedro Cevallos (ministro de Estado), conocimiento de los reyes del asunto, opinión desfavorable de la Academia (quien en todo caso sugiere que vaya acompañado 7) y del ministro, por el contrario, los reyes son favorables y Manuel Godoy se mantiene en un terreno neutro tirando unas veces a favor y otras en contra con respecto a todo este asunto. Pero veamos el momento en que se nombra por primera vez a Simón de Rojas. Están hablando Badía y Cevallos:

–Bien, bien, yo me veré con S.E.

–¿Y en cuanto al sujeto que la academia quiere que venga conmigo?

–V.M. que está embebido en su plan, y ha propuesto ir sólo, sólo irá.

–Sí, Sr., sólo iré, pero diré a V.E., yo propuse ir sólo por aminorar los gastos, conformándome al estado actual del erario y aún por esto pedí para mí mismo una dotación tan corta. Además también por la dificultad de hallar un hombre dotado de las raras prendas que una empresa tal exige, un hombre que no se acobarde o que relajando su conducta me comprometa a mí o a la expedición. Pero viendo el dictamen de la academia, desde luego cedo en este punto, y por esta causa he buscado personalmente por Madrid un hombre que llenase mis ideas, el cual hallé en los Reales Estudios de San Isidro, y está adornado de los conocimientos particulares que acreditan estos documentos (presentándole los de Don Simón de Roxas Clemente) [esta entrevista es del 7 de agosto de 1801 y “los conocimientos particulares” se refieren al currículum citado en el capítulo anterior 8].

–También esto sería un aumento de gastos, y aquí tenemos que los gastos son ciertos y las utilidades son inciertas.

–Perdone V.E.: las utilidades científicas son tan ciertas como los gastos, parte de las políticas también lo son, lo restante es probable, y a eso vamos.

–Ya, eso sería bueno cuando V.M. estuviese seguro de poder traer esas utilidades que dice pero, ¡la vida de un hombre es tan frágil...!

–Por esto se trata de que vayan dos. Y en fin Sr., ¿qué le digo a este hombre?, ¿que no piense más en esto? Quedó parado el Ministro y respondió:

–No, no le diga V.M. nada. Venga V.M. por ahí y se le dará el Real Despacho de Comisión.

Despidióse Badía conociendo evidentemente por esta sesión cuán opuesto se hallaba el Ministro a su expedición y por consiguiente se preparó a la lucha [...]

Se le envió a Madrid la Real Orden cuyo contexto le pareció singular pues suponía que Badía iba al África a instruirse como se envía un muchacho a correr Cortes para instruirse en la carrera diplomática 9.

La Orden de 20 de agosto de 1801 (la cual adjunta Badía en el expediente) fija el salario de Badía: 3.000 reales mensuales. Y, en efecto, es un poco “singular”, habla del “objeto de instruirse” sobre África, además, al catalán no le gusta que el rey se reserve la posibilidad de determinar qué instrumentos deben comprarse y cuáles no. Para nuestro estudio interesa sobre todo la parte de la misma donde el rey quiere estar al tanto de quién va a acompañarle “reservándose S.M. [...] elegir el compañero en la comisión a cuyo efecto quiere que V.M. proponga los sujetos que le parezcan más a propósito para elegir al más digno” 10.

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