Precisamente las actas de doctor se extienden en este apartado de citación de reconocimientos en que los honores (muy parecidos a los que consta en el título de Maestro en Artes), simbólicos algunos, y protocolarios, pero al fin y al cabo honores, que le dispensó el tribunal eran relativos al derecho a opositar a una cátedra 71 , a ser inscrito en el libro de los que sobresalen, a que se rubriquen sus méritos con el sello del anillo, a que le trasladen estos distintivos con el manto que usan los doctores de la facultad, a la imposición de la diadema doctoral en la cabeza, y por último se le da el beso de la paz con bendición en atención a sus merecimientos.
2.2.3. Las relaciones entre Clemente y Lagasca
Una de las nuevas realidades de Clemente tras la llegada a Madrid que va a marcar su vida definitiva y positivamente es el conocimiento del botánico Mariano Lagasca quien se encontraba exiliado en Londres a su muerte, tras la cual y en paralelo a la autobiografía de Clemente, inserta comentarios a estas memorias al principio y en notas a pie de página. Así, ya desde el segundo párrafo de la primera página valora esta amistad:
Unido con él desde el verano de 1800 por una estrecha amistad, que no pudieron romper, ni la ausencia, ni los esfuerzos repetidos de almas mezquinas, ni las amenazas de la vil adulación, ni las vicisitudes políticas que han agitado nuestra desgraciada patria desde aquella época, pudiera yo presentar original una noticia bastante circunstanciada de su vida [...] siendo tal nuestra mala fortuna, que ni hablar podemos la verdad, ni menos defendernos de las calumnias... 72 .
En la página siguiente apunta que la autobiografía de Clemente está tergiversada pues hay datos de su vida que “se omiten concernientes a sus opiniones y vida política” por lo que “se insertará aquí íntegra la noticia biográfica publicada [...] añadiendo la parte concerniente a su vida política en estos últimos años, ilustrando, corrigiendo o ampliando por medio de notas algunos pasajes que están indicados ligeramente u omitidos del todo”. El documento, pues, no tiene desperdicio y en cada uno de los capítulos irá apareciendo la corrección o puntualización que el aragonés haga de lo que se publicó en la Gaceta de Madrid .
Un pie de página que aparece más tarde es interesante por cuanto permite ver cómo se forma un ilustrado, al margen de la normativa, llámese Universidad, jardín botánico o cualquier otro centro oficial; también interesa porque esta gran amistad que hubo entre ellos llega a hacer que el aragonés ponga las cosas en su sitio a la muerte de su amigo, explicándonos muchos detalles que habrían pasado desaparecidos, dándonos las luces –como gustaba decir a ellos– de muchas incógnitas, entonando así la mejor de las laudatio , desde su exilio de Londres. Escribe Lagasca:
Yo tuve la fortuna de conocerlo en la clase de botánica, cuya enseñanza desempeñaba en 1800 D. Casimiro Gómez Ortega, a la cual concurría a pesar que yo había ya reconocido botánicamente una gran parte de España, poseía un herbario de unas 4.000 plantas españolas o connaturalizadas en la península y había comunicado una porción al célebre D. Antonio José Cavanilles, y entre ellas dos especies nuevas de gramíneas que él publicó en el tomo 6 de sus Icones . Se me aficionó Clemente de resultas de una sabatina que le encargó Ortega, en la cual objeté muchos reparos a la doctrina establecida en su curso elemental, que el tierno discípulo no pudo resolver, y el maestro tuvo que confesar eran demasiados fundados 73 .
Se conocieron, pues, en las clases de Gómez Ortega y a causa de una exposición que Clemente no supo explicar bien, Lagasca (con un currículum personal botánico importante ya) intervino a favor del “tierno discípulo” y en contra del profesor a quien objetó que su método no era el adecuado para poder aprender, lo que el mismo maestro tuvo que reconocer. Esa intervención de Lagasca sirvió de impacto para encender la chispa de la futura amistad entre los dos. Volveremos al principio de esta amistad, pero antes veamos cómo Eduardo Reyes Prósper en su libro Dos noticias históricas del inmortal botánico y sacerdote hispano valentino Antonio José Cavanilles explica este incidente:
Desarrollaba el entonces alumno Simón de Rojas Clemente, una conferencia que le encargara el profesor, cuando el intrépido aragonés le hizo públicamente observaciones, exponiendo la errónea y anticuada marcha, que seguía en el curso Gómez Ortega, dejando al auditorio maravillado de su suficiencia y erudición.
También incide en que ése fue el revulsivo de una amistad que ya no iban a perder nunca, y “dotados ambos de ideas levantadas y sentimientos nobilísimos, se compenetraron en sus aspiraciones y en la senda de su perfeccionamiento caminaban juntos” 74 . Y tras haber comenzado la amistad que nadie pudo romper, el botánico aragonés cuenta que
Desde entonces principió a visitarme, y yo a abrirle francamente cuanto sabía; le comuniqué el método que creía mejor para adelantar en poco tiempo, que era muy diverso del que seguía el profesor; salía conmigo a herborizar por los contornos de Madrid, le regalé las plantas de mi herbario, y le inspiré el gusto que yo tenía para las plantas grameñas y criptógamas, de que una sola se había hablado en la clase. Así preparado hizo progresos muy rápidos, en el siguiente año en que por una felicidad para la nación y para la ciencia fue nombrado encargado del Jardín Botánico el referido Cavanilles, y yo su primer ayudante con el modesto título de alumno. Al fin del curso demostró Cavanilles la familia natural de los helechos, y entusiasmado con las observaciones microscópicas sobre dicha familia, y deseoso de conocer mejor las demás de la clase de criptogamia, hizo una expedición a la sierra de Guadarrama en compañía del actual profesor de mineralogía D. Donato García con el objeto ya de ver si se aumentaban las que existían en el herbario de Cavanilles y el mío para publicar la Introducción a las plantas criptógamas [“Introducción a la criptogamia”] que después publicamos en los Anales de Ciencias Naturales , bajo el nombre de los tres, aunque realmente solo yo la escribí a excepción del prólogo que extendió D. Donato García, pues que mientras se escribía, Clemente estaba en París y en Londres 75 .
Vemos cómo el alumno Lagasca llega a ser profesor del alumno Clemente, cómo la didáctica de la naturaleza se ejerce en la misma naturaleza con la observación de la misma, sobre todo con eso; enseñanza que va a ser el santo y seña de Simón de Rojas y quizás será el motivo de cierta aversión por las clases teóricas. Así lo sugiere el propio Lagasca cuando en 1815 le quería proponer como catedrático de Agricultura del Jardín Botánico y Clemente no aceptó, pero antes en la dedicatoria a Godoy del Ensayo le agradece el que la aprobación del viaje a París y Londres le evitó enseñar en colegios y universidades por considerar esta ocupación como estéril, lo que quizás era una manera de reconocer que la Universidad oficial no funcionaba porque había otra institución que sí que funcionaba –la Iglesia–y que actuaba de freno para que la Universidad oficial funcionara bien. Lo cierto es que el autodidactismo era una de las mejores maneras de saber. Y hay que recordar que los ilustrados fueron, fundamentalmente, autodidactas.
Vemos también en este añadido que Clemente fue alumno del sabio Cavanilles de quien quedó “entusiasmado con las observaciones microscópicas” sobre la familia de los helechos, lo cual fue el acicate que le hizo ir con el profesor de mineralogía para contribuir al tratado citado. E igualmente sabemos que no redactó nada del trabajo sobre las criptógamas por encontrarse por Europa, será por eso que está en tercer lugar en el orden de autoría.
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