distrayéndome con los autores del siglo de Augusto y con un poco de música; todo a hurtadillas y cercenando para ello algún dinerillo de mi alimento. Las lenguas griega y hebrea me parecían un paraíso comparadas con los más severos estudios; y en la segunda fueron muy aplaudidos mis progresos.
La afición a la cultura de nuestro personaje es manifiesta. El latín era, además, una lengua muy utilizada por los ilustrados lo que no era contradicción para defender lo autóctono o vernáculo (también existía la Academia Latina Matritense formada por preceptores de latín, imitada en otras ciudades españolas). Simón de Rojas seguía, pues, el camino más directo que se le ofrecía en aquellos años para ilustrarse –paralelamente al movimiento oficial de la Ilustración– gracias a que había escuela en el pueblo, a su espíritu ilustrado, al interés de sus padres que pusieron el esmero necesario para la educación del hijo (aunque no por el camino que él deseaba)... Y gracias a todo ello estamos hablando de un Clemente ilustrado.
Antes de la latinidad, Clemente tiene otras aficiones muy propias de la época y que va a continuar más tarde y quizás que le van a marcar en sentido positivo. Transcribo la siguiente nota de su autobiografía referida a su infancia pero extensible al resto de su vida y estudios donde afirma:
Sentíame yo irresistiblemente llamado a la contemplación de la naturaleza, que era la más permanente de mis pasiones, y desde mi infancia, antes de entrar en la latinidad, concebí y comencé a realizar el quimérico proyecto de reunir los nombres de todos los seres existentes 12 .
Vamos demostrando la implicación del personaje en la corriente apuntada y es importante reincidir en que si la infancia es la patria de cada cual (como diría Miguel de Unamuno) la patria de Simón de Rojas también es la cultura en general, incluyendo, evidentemente, ciencias y letras en este concepto.
Sabemos sus quehaceres en el pueblo durante las vacaciones del seminario. Un descendiente de la familia, D. Pedro Herrero Sebastián –resobrino de Clemente–, escribió las siguientes notas manuscritas sobre la actividad del biografiado:
El joven seminarista estaba siempre en constante actividad –lo estuvo desde muy niño–; ayudaba a su padre en tareas agrícolas, especialmente en la recolección de mieses y vendimias, pese a la oposición de sus padres y hermanos, que le adoraban, tanto por su conducta y carácter, como por el éxito en sus estudios, que les llenaba de gran satisfacción y orgullo.
Era frecuente verle muy de mañana con sus libros por el camino de la ermita del Remedio, el Hondón, la Fuente del Pino y barranco del Hornillo; visitaba casi a diario el huerto de la fuente, a la salida del pueblo, donde pasaba largos ratos entretenido, muy alegremente, en el cuidado de plantas y árboles frutales que él mismo regaba con el agua de la fuente, a la parte baja del pueblo.
En estas excursiones o paseos recogía plantas, flores, insectos y minerales, que constituían para él una obsesión y contemplaba gozosamente, si bien, en alguna ocasión, tuvo que aguantar la regañina amorosa de su madre por ocuparle espacios de la vivienda, no muy espaciosa de la calle de la Tajadera, donde vivían 13 .
D. Pedro Herrero Sebastián nos confirma lo escrito en la autobiografía y además nos da pelos y señales de cómo el joven Clemente ocupaba su tiempo, durante las vacaciones, en Titaguas. Sin duda era una ocupación del que quiere saber, del naturalista y hasta del filósofo, inquietudes éstas muy propias del que ansía ser ilustrado, pero teniendo en cuenta también que esta forma de actuar es privativa de todas las épocas, no sólo de la época de la Ilustración.
Acabo de nombrar sus aficiones en el estudio desde la infancia –estudios primarios– y primera juventud –estudios secundarios–. La vida universitaria, aunque empezaba más o menos a los 15 años, en Simón de Rojas fue a los 14 14 según nos cuenta él mismo: “En 1791 empecé la filosofía en Valencia con el doctor Galiano [Galiana], y obtuve por oposición el grado de maestro en artes de premio , con que recompensa la Universidad al más sobresaliente de los que concluyen los cursos filosóficos” 15 . Lo cual significa que estudió durante tres años filosofía (así viene expresado en su currículum, que veremos más adelante), es decir, estudió dos años para obtener el título de Bachiller en Filosofía, hasta 1793, que complementó con el de Maestro en Artes con un curso más, siendo además el mejor alumno por lo que se ahorró el pago del año escolar que era la recompensa que se daba en estos casos 16 , pero este aspecto conviene completarlo con la siguiente información de La Agricultura Valenciana : “Desde el primer día que este experimentado profesor oyó la voz de tal discípulo, quedó extraordinariamente prendado” y la razón era que había comenzado el curso más tarde, sin embargo “preguntado por su catedrático dio razón de todo lo que había estudiado por sí y sin oír la explicación” 17 de una manera clara, por lo cual el profesor formó de él “un pronóstico de su genio extraordinario y singular” 18 .
He citado antes la afición de Clemente por las lenguas (por la griega y la hebrea en concreto), pues bien, en 1794, a los 17 años “pronunció una conferencia sobre la lengua hebrea, ante la Academia Valenciana, que fue impresa por la misma Academia; el acto estuvo presidido por don Francisco Orchell y Ferrer, profundo conocedor del idioma y catedrático de hebreo por la Universidad de Valencia” 19 . Es de suponer que era una sabatina 20 .
Pero la Ilustración no era precisamente el objetivo de los padres del futuro botánico, quienes habían enviado a su vástago a Segorbe para que fuera sacerdote y sólo para eso (aunque él, como hemos visto, “a hurtadillas” hacía otras cosas): “Mis padres apartaban de mí con artes increíbles cuanto me pudiese separar del estado eclesiástico, que yo repugnaba; mas por no disgustarles, me avine a estudiar teología, en que empleé tres años” 21 . Dos generaciones chocan: una la de los padres, otra la del hijo, o mejor, dos concepciones de ver la vida: una la tradicional, la del sacerdocio, bien mirado en el pueblo –Titaguas era un pueblo muy católico– y en la familia; era un oficio cómodo, sobre todo si se disfrutaba de un beneficio, y daba prestigio. Es la posición que ha prevalecido en el ámbito rural hasta hace no muchos años. Tampoco es que esta posición pueda considerarse anti-ilustrada como principio; la Ilustración, además, era un movimiento urbano, por lo menos fundamentalmente. Simón de Rojas lo sabe y lo comprende, por eso no se enfrenta a sus progenitores, antes bien, los respeta y les obedece. No obstante, debió de haber fricciones entre ellos sobre el futuro del hijo, lo cual es normal, sucede ahora y seguirá sucediendo. En el apartado biográfico a la edición ilustrada de 1879 se consigna esta circunstancia:
Deseando los padres que la voluntad del hijo se identificara con los propósitos que ellos acariciaban, solían interrogarle sobre su verdadera vocación, y cuando más expansivo estuvo respecto de este punto, dijo: “El estado que yo deba elegir, debe dejarse enteramente a mi albedrío si en esa parte no quieren ustedes cargar sus conciencias y la mía. Mi vocación es la de saber, ser libre y hombre de bien”. Siguió, sin embargo, tres años la carrera eclesiástica, haciendo compatibles estos estudios con los de su inclinación predilecta 22 .
Este es un texto bastante elocuente del espíritu ilustrado que abrigaba el joven Clemente. Palabras como albedrío, saber, libre, hombre de bien, son propias de la Ilustración, y pronunciadas hacia el fin del siglo XVIII y de esa forma tan contundente indican no sólo un cambio generacional sino, sobre todo, cultural muy importante.
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