VII. La liberación de las falacias no debe aspirar al éxito definitivo o a la victoria final. Éstos son, de suyo, objetivos inalcanzables, dado que siempre estamos expuestos a caer de modo involuntario e inconsciente en paralogismos. Aparte de que alcanzarlos sería, por otro lado, indeseable en la medida en que también aprendemos a argumentar de nuestros fallos y errores cuando caemos en la cuenta y reflexionamos sobre ellos. Pero el empeño crítico es una empresa incierta a la que no le viene mal cierta “moral de ánimo” o de confianza en que, por lo regular, los buenos argumentos derrotarán a los malos, incluidos los que inducen a error o se prestan a engaños. Ahora bien, lo que el empeño crítico necesita con seguridad y en cualquier caso es una “moral de resistencia” frente a las tentaciones de cinismo, oportunismo y juego sucio; en especial dentro de marcos institucionales cuya estructura misma las favorece, sea deliberadamente o no, debido por ejemplo a las condiciones de opacidad o de asimetría que determinan la comunicación y la interacción discursiva dentro de ellos —pensemos, sin ir más lejos, en el caso de una iglesia jerárquica que define la disidencia como herejía y atribuye a su jerarca máximo la infalibilidad doctrinal cuando habla ex cathedra17—.
“Pase lo que pase, no se apague nunca la llama de la resistencia” —rezaba un lema de la resistencia interior francesa durante la ocupación alemana, 1940-194418—. Sea además una resistencia activa que reivindique respetos y derechos básicos como el de no ser desoídos o engañados.
VIII. Probemos a desnudar el argumento que suponemos falaz: hagámosle mostrar sus vergüenzas, sus defectos o sus carencias constitutivas. Es una estrategia aconsejable sobre todo cuando el argumento se presta a una reconstrucción en forma estándar. Se emplea normalmente en el caso de las falacias llamadas “formales (o lógicas)” y, más en general, en los casos que caben dentro de las casillas de las clasificaciones escolares. Pero también puede extenderse y generalizarse esta estrategia a través del recurso informal de los esquemas argumentativos, con el fin de someter el argumento a las cuestiones críticas pertinentes19.
La lógica tiene, como un buen espejo, la doble virtud de ser fiel y despiadada.
IX. Otra estrategia eficaz para el tratamiento de los argumentos normados y textuales es la reducción ejemplar al absurdo del argumento encausado o la aplicación del método del contraargumento de la misma forma.
Supongamos un argumento A de este tenor: “Todo cuanto existe tiene una causa. Luego, hay una Causa de todo lo existente”. Podemos ponerlo en evidencia mediante alguna muestra absurda o inaceptable del mismo género, como A*: “Todo círculo tiene un punto interior que es su centro —i. e. en cada círculo hay un punto interior equidistante de todos los puntos de la circunferencia de dicho círculo, según reza la geometría euclidiana—. Luego, hay un punto que es el centro de todo círculo”, conclusión que implicaría que todos los círculos euclidianos son concéntricos. O a través de una muestra más analítica, como A**: “Para todo el que es hijo hay alguien que ha sido su padre. Luego, hay alguien que ha sido padre de todos los hijos”. Este modo de poner en evidencia no es el único recurso para declarar el carácter falaz de un argumento de tipo A o, cuando menos, su invalidez. La tradición conocía otro procedimiento: consistía en denunciar el equívoco latente en usar el término universal ‘todo’ en la premisa con un sentido distributivo, donde ‘todo’ significa ‘cada uno (cada cosa existente)’, para pasar a emplearlo en otro sentido compuesto o no distribuido en la conclusión, donde ‘todo’ significa ‘el conjunto de lo existente”, inferencia sancionada como ilegítima. La lógica moderna dispone a su vez de un tratamiento formal como el prefigurado en la muestra A**, en la que el orden de los cuantificadores y sus dominios en la premisa —i.e. “para todo x hay un y tal que...”, donde el existencial cae bajo el dominio del universal—, se permutan de modo incorrecto en la conclusión —“hay un y tal que para todo x...”, de modo que es el universal el que queda bajo el dominio del existencial—. El recurso del contraargumento está especialmente indicado en contextos que se prestan a una normalización formal o esquemática: consiste en aducir un argumento de la misma forma que el puesto en cuestión, pero con una conclusión notoriamente falsa. Considérese, por ejemplo, un argumento B del tenor: “Todos los leones son mamíferos; todos los felinos son mamíferos; luego, todos los leones son felinos”. A pesar de que tanto ambas premisas como la conclusión son todas ellas proposiciones verdaderas, el argumento es una deducción inválida, según revela el contraargumento B* de la misma forma: “Todos los números pares son números naturales; todos los números impares son números naturales; luego, todos los números pares son impares”, cuyas premisas son parejamente verdaderas, pero la conclusión resulta palmariamente falsa, contradictoria por más señas.
Bien, el discreto lector/a sabrá en cada caso a qué recurso, más informal o más técnico, podría o debería atenerse: lo cual no dependerá solo del argumento mismo, sino también de los agentes discursivos en juego y de la situación de uso −contexto y campo de discurso, competencia del interlocutor o del jurado o del auditorio, etc.−. En todo caso, la ventaja de la contrastación del argumento en cuestión con un claro absurdo o con un manifiesto contraejemplo reside en la evidencia y contundencia con que puede actuar este procedimiento.
Para la falsa moneda se han hecho los contrastes.
X. Hay, en suma, varios y diversos procedimientos de hacer ver y hacer saber, o de explicar y justificar, que un argumento dado es especioso. Pero no hay métodos efectivos ni de detección, ni de prevención de toda suerte de falacias, como tampoco hay vacunas universales o estigmas indelebles. Así que tratemos de convertir las reglas de juego del dar y pedir razones en hábitos de conducta argumentativa, y procuremos estar precavidos frente a la eventualidad de argumentaciones que resulten sutil o sigilosamente falaces, aunque a veces sea difícil hallar o identificar una falacia determinada y tengamos que confiar en el olfato discursivo y la sabiduría pragmática que cabe esperar no solo de las luces teóricas, sino de la práctica deliberada y consciente, sobre aviso, de la argumentación.
«Buen entendedor. Arte era de artes saber discurrir; ya no basta: menester es adivinar, y más en desengaños», avisaba Gracián20. Valga como invitación no a la desesperación, sino a la cautela.
1E. Damer (20055th rev), Attacking faulty reasoning. A practical guide to fallacy-free arguments. Belmont, (CA): Thomson Wadsworth, p. 43; las cursivas pertenecen al original. En consecuencia, una enumeración de los criterios del buen argumento puede deparar a contraluz una matriz clasificatoria de las falacias; esta es efectivamente una tarea a la que se aplica Damer, entre otros muchos autores en este campo.
2Cf. Falacias. Trad. de H. Marraud. Lima: Palestra, 2016; p. 18.
3Cf. A. de Morgan (1847) Formal logic, London: Walton & Maberly; H. Joseph (1906) An introduction to logic, Oxford: Clarendon Press; Scott Jacobs (2002) “Messages, functional contexts, and categories of fallacy. Some dialectical and rhetorical considerations”, en F.H. van Eemeren & P. Houtlosser, eds. Dialectic and rhetoric: The warp and woof of argumentation analysis, Dordrecht: Kluwer, pp. 119-130.
4Véanse, por ejemplo, los socorridos listados del ya citado Damer (20055th) o de M. Pirie (20033rd) How to win every argument. The use and abuse of logic. London (New York: Continuum. En español, cf. los de R. García Damborenea (2000) Uso de razón, Madrid: Biblioteca Nueva o A. Herrera y J.A. Torres (20072ª), Falacias, México: Torres. En la red, “Fallacy Files” < www.fallacyfiles.org> presumía de una “complete alphabetical list of fallacies” con 175 especímenes, aunque el artículo “Fallacies” de Bradley Dowden en la Internet Encyclopedia of Philosophy suma 205 —30 más que la anterior— bajo lo que llama “partial list of fallacies”, modestia que augura a los taxónomos una tarea de Sísifo, es decir: inagotable. Por lo demás, también disponemos de versiones y actualizaciones españolas de la famosa Guía de falacias de Stephen Downes, por ejemplo, en http://filotorre.sinnecesidad.com/falacias.pdf. Cuando me refiera a falacias concretas en este libro, daré por supuestos estos listados y sus denominaciones tradicionales. En fin, para un replanteamiento general de los problemas de detección e identificación subyacentes en las taxonomías tradicionales de las falacias, me remito a mi (2015), Introducción a la teoría de la argumentación. Lima: Palestra; cap. 3, §1.2, pp. 178-200.
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