M. Laura Brehm - La Corte de los Ángeles

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Chloe D'Lacruz es mitad bruja blanca y mitad ángel, y está destinada a ocupar el lugar de su padre en el Concejo de los ángeles, aunque se oponga a la idea y su tío conspire a que eso no suceda, las leyes medievales no están hechas para ser cambiadas. Sus aventuras junto con su amiga Greta, la meterán en más de un problema y, enamorada de un hechicero considerado inapropiado, deberán enfrentar al destino que ya está escrito para ellos.

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—¿Por qué tendría que significar algo para mí? —preguntó sin más.

—¡Oh, vamos! ¿Ahora me vas a decir que no sabes el significado? —Estaba casi indignada, Ian era más difícil de persuadir de lo que recordaba. Hacerse el tonto para tantear el terreno era una artimaña que ya conocía.

—¡Sí, lo sé!, no soy analfabeto —contestó exasperado—. Significa la promesa de Dios. ¿Y qué hay con eso? —Cuando terminó su pregunta retórica se dio cuenta—. ¡Oh, por Dios! —gritó.

—¡Lo sé! Cuando llegó Lizi a nuestra casa, ni siquiera sabía que era una bruja. No sé qué hacer con ella, y lo peor o mejor, depende de por dónde lo mires, ¡tiene visiones!

Él se fue del cuarto sin decir una palabra y al minuto volvió con dos libros viejos, un poco desgarrados y polvorientos. Me dio el más grande, el título decía La promesa de Dios . Lo dejé caer sobre la mesa, no lo quería agarrar, temía de lo que podía enterarme, lo miré, con un poco de horror, él sostenía el otro libro en sus manos. Se fue directo a la sala común y se sentó en un amplio sofá tapizado en color arena con hilos de oro contorneando los pétalos de las flores. Lo seguí y me acomodé en un sillón que estaba justo enfrente de él.

Las hojas pasaban y pasaban, estaba buscando algo que tan solo él conocía o sabía de su significado.

—Lo que sé... —se apresuró a decir, estaba un poco impaciente—. Es que las profecías tratan de Lizi, o, mejor dicho, de la promesa de Dios. Ella nos va a librar de los demonios y las brujas oscuras con sus visiones. La guerra es inminente. Ella va a tener que cuidar los sellos con su vida, para que no caiga en manos equivocadas —puntualizó cada palabra.

—¿Están en tu poder? —Sabía que el hechicero poseía reliquias y artefactos invaluables. Si contaba con los recursos para tener los 7 sellos, estábamos salvados.

—No los tengo... Pero sé quién puede saber de ellos.

—¿Qué estamos esperando? ¡Vamos a buscarlo!

Estaba por levantarme del sillón cuando el hechicero negó con la cabeza.

—Todavía no es el momento. Lizi debe estar preparada y, si no consigue protegerlos, se va a desatar el apocalipsis, eso no es ninguna ciencia, lo puedes leer de la Biblia. Sé que casi tenemos en puerta el solsticio de verano, que coincide con la alineación de Venus, ya que ese planeta se complementa con ustedes. La última vez que pasó eso, las brujas y los demonios destruyeron todo a su paso, hubo mucha desgracia, el ejército de los ángeles no pudo hacer nada, tal vez porque no tenían las herramientas, pero, en definitiva, nadie lo sabe. Y ese es el único día en que las brujas y los demonios pueden combinarse unos con otros. Es ahí cuando las hace casi invencibles, y son tan fuertes para controlar a todos los demonios.

—¡Pero Lizi no puede ser su guardiana!, ella no está preparada, hace apenas un día que se enteró que es una bruja.

—Lisa —su mirada basta para llamar al silencio—, lo más importante ahora es que las brujas oscuras no se enteren de que Lizi ya está entre nosotros. La llevan esperando décadas, tal vez siglos o milenios.

—¿Pero por qué ahora ella va a marcar la diferencia? —Todavía había algo que no llegaba a comprender.

—Lo que sé es que las oscuras llevan mucho tiempo buscando esos sellos, pero solamente se le van a presentar a su guardián. Y si es secuestrada para que ella abra esos sellos, estamos en problemas, en graves problemas.

—¡Ian...! —dije poniéndome de pie—. Ellas están solas en casa.

Él comprendió enseguida lo que significaban mis palabras. Tan rápido como alma que lleva el diablo salió en busca de todo lo necesario para volver a Rosario. Ya no había vuelta atrás. Quiera o no, ahora estaba en medio de una guerra para defender el mundo tal como lo conocemos. Antes de cruzar la puerta de su casa le quería dejar bien en claro algo.

—Tienes terminantemente prohibido acercarte a Chloe de cualquier forma que no sea estrictamente profesional.

Como imanes

Podía escuchar los pasos de alguien acercándose. Deseaba con todas mis fuerzas que cambiaran de dirección, por fin había encontrado un minuto de paz en estos últimos días. Recostada debajo de los árboles, observando cómo los pájaros saltaban de rama en rama, me habían creado mi propio mundo en tan solo cinco minutos y no tenía la menor intención de romper mi burbuja.

—¡Chloe! —me llamó Greta ansiosa mientras se recostaba a mi lado—. ¡Lisandra ya volvió!

No esperaba a que llegara tan pronto, miré la hora en mi celular, y apenas eran las cuatro de la tarde. Estaba disfrutando del aire libre y de la libertad que eso implicaba.

—¿En dónde está? —me reincorporé sentándome con las piernas cruzadas. Gre hizo lo mismo.

—En la cocina, vino con ese tal hechicero, Ian.

—¿Y qué tal es? —la pregunta quedó perdida en el aire, mientras me incorporaba y me dirigía a la casa—. ¿Es... es excéntrico...? —Volví la mirada a mi amiga que aún no se había movido. La puerta que usábamos para que los mosquitos no entraran a la casa se abrió de repente golpeando mi cabeza. De un momento a otro estaba tendida en el suelo, sin saber qué había ocurrido, una voz masculina empezó a llamarme por mi nombre. Cada vez lo pronunciaba más fuerte, intenté que mis párpados se abrieran, por alguna extraña razón se me dificultaba la tarea, cuando al fin se abrieron, vi a un hombre, su expresión de preocupación estaba reflejada en sus ojos, pero sus ojos eran lo que más me llamaba la atención, de color violeta con motitas doradas, él estaba tan cerca de mí que podía verme reflejada en ellos. Su cabello negro caía en cascada sobre su rostro. Todo en él era brillante, resplandecía, bañándome de su calor, su perfume. Pestañeé un par de veces para acostumbrarme a su resplandor.

Enseguida me acordé de lo que nos había dicho Lisa, con practica podríamos verlos tal cual son. Estaba casi segura de que se refería a esto.

—¡Hola, extraño...! —dije intentando abrir los ojos nuevamente. Mi mano se dirigió automáticamente a la parte posterior de mi cabeza—. Auch.

—¿Estás bien? —uy ágilmente se apresuró a ayudarme.

—¡Tus ojos, son tan... tan...! —terminar la frase parecía algo irrelevante. Necesitaba tocar su rostro para saber si era de verdad. Cegada por su hermosura no era consciente de que lo había dicho en voz alta. Mi mano acarició su rostro que aún se encontraba a unos escasos centímetros del mío.

—Bueno, señorita, me imagino que el golpe fue más fuerte de lo que pensaba. —Pasó una mano por mi cintura y con la otra tomó mi mano, acercándome a su cuerpo, sabía que tenía que comportarme, pero era inútil, sentía la misma atracción que sienten los imanes.

Cuando logré que mis piernas no se tambalearan le solté la mano. Aunque mis ojos no podían dejar de observarlo. Nuestras miradas estaban en la misma frecuencia. De alguna manera, de nuevo alguien se empeñaba en interrumpirnos. Me llamaba, qué inoportuno, pensé.

—Chloe, ¿estás bien? ¡Tenemos que irnos! —me insistió Greta.

—¡Ya voy! —aun no sabía a dónde ir. Pero daba por seguro que ella se encargaría de guiarme. Todo mi ser se resistía a liberar la mirada del hechicero, había una conexión irracional entre los dos, como si estuviéramos destinados a estar juntos. Aún no lo conocía y ya lo quería en mi vida—. Voy por un vaso de agua primero —le contesté recuperando la compostura.

Estaba hiperventilada, la falta de oxígeno no me dejaba pensar con coherencia, todo daba vuelta a través de esos intensos ojos violetas. Una vez en la cocina, fui hasta la mesada y me apoyé con mis dos brazos. Intentando calmar mi corazón. Más lejos de su presencia, las ideas se me iban aclarando. Tal vez el hechicero estaba usando algún truco en mí. Por qué Greta no se percató de él. Y ella tiene un imán para los chicos guapos y peligrosos. El vaso de agua ya no era importante, hasta que una mano me lo extendió; por la adrenalina que recorría mi cuerpo, sabía perfectamente de quién se trataba ese brazo desnudo y musculoso. Giré y me apoyé en la mesada, al igual que lo hacía él, lo miré de nuevo, era algo de lo que jamás me cansaría de hacer. Sonreírle parecía la mejor idea, y él me devolvió la sonrisa, mostrando unos dientes blancos y prolijos, sus labios eran carnosos y se movían con mucha gracia, su mirada era pícara, algo ocultaba. Lo examine más de cerca, llevaba una camisa negra apenas abrochada, en donde dejaba ver un gran tatuaje que recorría su pecho y se extendía hacia su brazo derecho, que al llevar la camisa arremangada lo podía ver. Sutilmente se notaba que debajo de esa camisa había un cuerpo bien formado. Los pantalones caían en su cintura sujeta por un cinturón azul oscuro, igual que su pantalón. Algo muy peculiar era que no poseía zapatos, estaba descalzo.

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