Como una persona que lleva tanto tiempo en la tierra, adora su independencia, por eso vive solo, pero rodeado de muchos “amigos”. Es un poco embustero, sabe aplicar sus dones naturales para agradar a los demás y conseguir lo que se propone.
Por otro lado, Positano es una hermosa ciudad, con paisajes pintorescos, rodeada de mucha naturaleza, aunque dependiendo con qué ojos se lo mire. La naturaleza parece un simple glamur para que los mundanos no vean lo que pasa del otro lado de esa línea protectora que formaron. Y de esta manera separaron la ciudad a la mitad, nadie quiere a un mundano chismoso entrometiéndose en donde no lo han llamado. Por sus características, la ciudad parece el lugar ideal para ser el hogar de brujas oscuras y demonios, como era de esperarse el hechicero vivía en el medio, igual que Suiza.
Mi reloj marcaba la una de la tarde cuando estacioné mi auto modelo 2008 en el frente de una ostentosa “mansión”. Como era de suponer, mi auto no encajaba con el estilo del vecindario, eso no me iba a detener de tocar el maldito timbre. Mi temperamento aumentaba a medida que me acercaba al encuentro, nada agradable, pero necesario. El sol era abrasador, tal como debería ser un día de finales de primavera. La casa estaba flanqueada por dos estatuas medievales y detrás de ella estaba la escalinata que llegaba hasta la entrada principal; subir esos cinco escalones supuso más tiempo del que necesitaba, aún seguía peleando con mis demonios internos. Intentar controlar el enojo me estaba costando mucho más trabajo, del que había imaginado. Mi pelo ya comenzaba a pegarse en mi nuca. El timbre sonó dos veces con una melodía un tanto infantil. Pasaron unos segundos y nadie contestó, miré por la ventanita del costado de la puerta, tenía los vidrios esmerilados con un borde liso. A primera vista no vi nada que me indicara que el hechicero estaba en casa. Hasta que me enfrentaron esos ojos llenos de rencor y odio. Como una niña asustada, a la que acaban de atrapar, me aparté del vidrio.
Incómodamente abrió la puerta, para cerrarla en mi cara.
—¡Mierda!, Ian, ¡tienes que abrirme! —grité enfadada inútilmente a una puerta totalmente cerrada, que parecía no volverse a abrir.
—¡No tengo que hacerlo! —me reprochó—. No te debo nada, ¡así que mejor vete! —me gritó del otro lado, su voz salió áspera y con resentimiento.
—Hazlo por Chloe, ¡por favor! —volví a contestarle, pero el nudo en la garganta quebró mi voz. Tanto enojo contenido por algunos años estaba haciendo estragos en mi autocontrol. Tampoco había sido mi intención usar a Chloe para captar la atención del hechicero—. Charlemos... y después te dejo libre —afirmé a la puerta pulcramente pintada de blanco.
Escuché cómo se abría la puerta pesada de madera labrada y él apareció con su pantalón de jean negro, y camisa al tono, dejando ver algunos tatuajes que llegaban hasta la base del cuello. Sus ojos me escrutaron por unos segundos, hasta que me dio la espalda y comenzó a caminar hacia algún lado de la casa. Su cabello negro rapado a los costados y su flequillo cayendo en cascada no había cambiado, al igual que sus modales. El recibidor era hermoso, una araña colgaba del centro del techo, los pisos eran de mármol beige y las paredes blancas.
—¡Está bien!, lo hago por ella nomás —me retrucó a lo lejos—. Cierra la puerta, no quiero a más brujas indeseadas husmeando en mi casa.
Era mejor acatar su orden. Hacía tiempo que no lo veía, y en ese lapso se había vuelto aún más desagradable.
—¿A qué viniste? Aparte de perturbar mi paz o lo poco que me queda —preguntó regresando al recibidor.
—¿Podés dejar de actuar como un insensible por un momento? —Levantó sus manos en señal de paz—. Quiero que regreses con nosotras. —Puse mi mejor cara de por favor—. ¡Te necesitamos!, están pasando cosas que no comprendemos y que tienen naturaleza oscura.
—¡No, Lisandra! —Su voz salió estrangulada por algún recuerdo—. Ya peleé muchas batallas que no eran mías —dijo yendo a sentarse en uno de sus sillones isabelinos que se encontraban cerca de la esquina derecha del recibidor.
—Entiendo lo que me quieres decir... entonces por lo menos escúchame y cuéntame qué sabes sobre lo que está pasando, tú estás en medio de los dos mundos, así que algo debes haber oído.
—Puede ser que sepa algunas cosas, pero sin duda no creo que sea lo que está pasando en tu pueblucho —dijo con arrogancia otra vez.
—Puede que viva en un pueblo, pero no estoy aislada, sé de las cosas que están pasando en nuestro mundo.
—¡Okey! —exclamó poniéndose de pie y yendo para otra sala—. No puedo pensar con el estómago vacío, creo que deberíamos comer algo.
—Lo seguí con el mejor sigilo posible, mientras pasábamos de sala en sala, llegamos a la cocina que era casi el triple de grande que la mía. Sacó del horno dos platos ya hechos, tenían pinta de ser comprados, pero con él nunca se sabe, era una mezcla de comida mejicana con pollo frito.
—¿Ya sabías que vendría o te arruiné el encuentro con alguien más? —señalé la mesa, que estaba organizada para dos personas.
—Sé casi todo lo que está pasando, pero sí, puse una alarma, para que me avisara cuando alguien tratara de rastrearme.
—Ya veo... ¿pasa seguido? O ¿hiciste todo este acting para mortificarme un rato? —Mi pregunta tenía una connotación, saber si tenía muchos enemigos sería algo bueno para el futuro.
—¿Vas a empezar ahora con las preguntas? —me acusó—, yo prefiero comer primero. —Llevó los platos a la mesa para doce comensales que ya estaba preparada, con una sonrisa torcida me contestó—. Y no te creas el centro del universo.
Lo seguí al comedor, que estaba separado de la cocina por un desayunador. Por lo que se podía ver a simple vista, esta era la sala más llamativa, todo estaba decorado en blanco y negro, quién sabe de qué época eran los muebles y a quién se los había robado, se veían muy antiguos, cuando pude dejar de admirar la enorme sala, me senté enfrente de él. Había perdido la cuenta del tiempo que me había tomado admirando la decoración. Creo que el suficiente para que el hechicero llevara tragando la mitad de su plato.
—¿Cómo puedes...? —Este me silenció.
—Sin preguntas —me recordó.
—Ian estaba comiendo con las manos, saboreándose los dedos. Aparte de la arrogancia, había perdido los buenos modales o simplemente lo hacía porque sabía que me molestaba. Intenté comer sin mirarlo demasiado, aunque pusiera mi mayor esfuerzo, era casi imposible. Había pollo por toda la mesa, al igual que parte de algunas salsas que había usado para untarlo.
—Y... —dejé mi frase inconclusa cuando él me clavó su mejor mirada asesina.
—¡Ahí vamos de nuevo!, ¿será que en todos estos años no has cambiado nada? —comentó en medio de una respiración cansada.
—No tengo tanto tiempo como tú. Mi vida es finita. —Enarqué una ceja.
—El tiempo es un misterio para algunos —replicó y siguió su frase—. Otros pasan su vida entera escapando de él, otros lo acumulan y otros lo dejan ir. —Se quedó en silencio contemplando el tenedor que tenía en su mano, el cual nunca usó. —Empieza a preguntar ya, porque veo que el silencio no te sienta bien.
—Sé que hay escritas unas profecías, pero no sé bien qué dicen, no tengo los libros en mi poder, pero estoy segura de que tú tienes una copia. —No le di la posibilidad para que me mintiera en mis narices.
—Puede ser, ¿pero para qué te sirve saber sobre la profecía? —Dio vuelta el tenedor que aún tenía en sus manos, restando importancia a su pregunta.
—Creo que para ti significa algo el nombre Lizi. —Al terminar de pronunciar el nombre, sus ojos se abrieron como platos y luego se cerraron haciendo como si no pasara nada.
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