Cristina Griffo - Valentia

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¿Qué ocurre cuando, aparentemente, en el mejor momento de tu vida descubres que la persona que tienes a tu lado no es quien tú creías? Es lo que le ocurre a Lara, la protagonista de esta historia, cuando detecta que Alex, su pareja de origen checheno, esconde una sed de venganza que acabará arruinando su vida.Con la ayuda de Anna y Bruno, desde Roma, a quienes le une una profunda amistad; de Amparo, su terapeuta y amiga en Valencia, donde reside, y, sobre todo, de su familia desde Venezuela, Lara conseguirá superar la tragedia y encontrar de nuevo la alegría de la vida. Sin embargo, cuando parece haber dejado todo atrás, los fantasmas del pasado vuelven a su vida con un intrigante acertijo por resolver. Con la ayuda de Diego, un atrevido argentino, Lara logrará unir todos los rompecabezas y abrirse a una nueva historia de amor.

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Hubo un solo hombre en su vida que sabía mirarla de esta manera: Alex.

El recuerdo le estremece el estómago y un dolor sube hasta casi ahogarla. Respira profundamente, desvía la mirada y se levanta de la silla con la excusa de ir a retocarse el maquillaje.

Anna sigue muy entretenida conversando con Bruno.

El aseo es muy grande, limpio y reformado con buen gusto.

Lara se sienta en el banco de madera revestido en tela con cojines de flores. El ambiente huele a velas perfumadas. Se recuesta y cierra los ojos.

Los recuerdos pasan por su mente de forma violenta como escenas de una película.

2. Recuerdo de una pasión

Lo había conocido durante un stage formativo en un hotel de la ciudad de Chicago, en Estados Unidos, tras haber conseguido el máster en Técnica de Gestión y Dirección Hotelera.

Alex tenía el cabello rubio y los ojos grandes y verdes como las olivas griegas. A primera vista, daba la impresión de ser una persona fría, introvertida, pero luego se revelaría cálido y cautivante.

Él había empezado como interno el mismo día que ella y se habían visto por primera vez en la cocina del departamento de Food and Beverage, comida y bebida, en lo abreviado FB/Main Kitchen, donde se comienzan las prácticas formativas. Cada estudiante llevaba un badge, una identificación con su nombre sin indicaciones del lugar de procedencia, por respeto a la privacidad.

Los estudiantes, durante las primeras semanas, debían lavar, sacar, limpiar, cargar y vaciar lavavajillas, una carga de trabajo extenuante. El chef decidía cuándo el novato estaba listo para pasar a los alimentos y aprender a pelar y cortar desde los más sencillas julianas y rodajas hasta lo más complicado brunoise y chiffonade. Había que ser rápido y estar concentrado.

Aun teniendo largas horas de trabajo, Alex no podía quitarle los ojos de encima, la belleza de Lara lo tenía encantado, como un hechizo. Él terminaba sus tareas antes que ella, justo a tiempo para pararse a observarla. Conseguía sonrojarla con sus miradas de deseo y a ella eso le gustaba, a pesar de que le habría costado varias semanas admitirlo.

Un día ella le preguntó:

—What are you looking for?

Y él le respondió en el mismo idioma:

—Eres muy guapa, estoy loco por ti desde el primer momento en que te vi.

Si pasaba que, sin querer o queriendo, se cruzaban en el pasillo entre la mesa de mise en place y el fregadero, le daba una sacudida que no era electricidad. Se había desencadenado una fuerte atracción entre ellos que Lara no se podía permitir, ella estaba allí para completar el curso y no había lugar a romances, pero cuanto más luchaba en contra de este sentimiento, más se sentía como un barco a la merced del mar en plena tempestad.

Al día siguiente cambiaban de turno a otro departamento sin saber si les había tocado trabajar juntos. Lara tenía que estar a las 6:30 en FB/breakfast, sala de desayunos, según las indicaciones publicadas en la pizarra del piso donde se alojaba.

Era el último día de la cocina.

Apenas el chef tocó la campana al final de la clase, ella se quitó el guante izquierdo, giró la palma de su mano hacia Alex, asegurándose que nadie más la observaba, y le mostró durante tres segundos lo que había escrito: «141-1».

Había tomado la iniciativa y lo dejó boquiabierto.

Él entendió de inmediato que se trataba del número de su habitación y el piso.

Los pequeños cuartos de los estudiantes se encontraban por debajo del nivel del main lobby, la entrada principal del hotel. Los pisos asignados a ellos se identificaban con el signo «menor» y se entraba a través de un ascensor de servicio, no accesible a los clientes del hotel.

Los pisos con números impares eran para las mujeres y los pares para hombres.

No estaba prohibido el paso al sexo opuesto, sin embargo, había un reglamento que era preciso respetar. Durante las horas nocturnas los hombres no podían permanecer en áreas femeninas y viceversa.

Las habitaciones tenían los elementos indispensables: cama, mesa de noche, armario, una silla y un lavamanos con un pequeño tocador. Los baños y duchas estaban en el baño común del piso.

Lara cerró el puño y pensó que había hecho una estupidez.

Se cambió, cogió su almuerzo y se fue rápidamente.

Mientras se duchaba, preparaba mentalmente un discurso para Alex.

Le iba a decir que le gustaba, pero no quería distracciones hasta terminar el curso, que no quería estropear tantos años de estudio y que lo había invitado a su cuarto solo para dejarlo claro.

Al cabo de cinco minutos de haber llegado a su cuarto, tocaron a la puerta. Alex no había tardado en llegar.

Cuando ella abrió, él entró como una exhalación y la besó con abrumadora pasión. Tanta que a Lara se le había olvidado el discurso.

Se paró el tiempo, no existía el espacio. Estaban flotando en una danza de amor. Se amaron toda la noche arrastrados a una dimensión desconocida.

Lara sentía que había encontrado un alma que estaba esperando desde hacía una eternidad. Dos cuerpos fundidos en uno, sin necesidad de hablar se lo habían dicho todo.

Cuando amaneció, el despertador los devolvió a la realidad.

3. Cena de despedida

—Lara, ¿te sientes bien? —le pregunta Anna entrando en el baño del restaurante—, te estamos esperando para empezar a comer, el pesce crudo se ve delicioso.

Anna se sienta al lado de ella en el banco, aterrizando en los cojines blandos.

—¿Todo bien? —insiste Anna.

—He tomado mucho Prosecco, estoy un poco achispada.

Lara apoya su cabeza delicadamente en el hombro derecho de su amiga.

Anna la conoce, no se trata de alcohol.

—Sabes que puedes contar siempre con mi apoyo, cuando quieras te acompaño a consulta con Gabriella.

Anna se refiere a la terapeuta, amiga de la familia, que la ayudó a mejorar como madre cuando intentaba comprender la compleja labor de educar a sus hijos.

—¿Quieres? —le pregunta Anna con extrema dulzura como solo ella sabe.

—Me lo pienso, ¿vale? Gracias por preocuparte por mí.

Lara no quiere abordar el tema y desvía la atención de su amiga:

—Tengo hambre…, vamos a la mesa.

La noche sigue sin más contratiempos. Diego es el protagonista, narra historias muy divertidas, tiene una manera de entretener que hace pensar que las mujeres caen rendidas ante él.

La comida es excelente, los antipasti, entrantes de pescado crudo en presentación de lonchas finas, son sublimes, en particular, aquellas de gambas.

Lara pide una pasta casera trofie con lubina y calabacines, Anna y Bruno quieren pasta paccheri con pez espada y tomates cherry y Diego escoge gnocchi con gambas rojas.

Todos acompañan la comida con un vino blanco Fiano di Avellino.

—Me dijo Anna que vives en España, ¿en qué ciudad, Lara? —pregunta Diego curioso.

—Vivo y trabajo en Valencia, me encanta. Tiene el aire de una gran ciudad, pero no es caótica como las capitales. Muy bien organizada, a la justa medida de las exigencias del ciudadano, tiene de todo: historia, arquitectura, arte, ciencia y el sol que brilla por más de trescientos días al año. Además, yo adoro las ciudades costeras, la vista y el sonido del mar me regeneran.

Ahora se siente más relajada.

Le gustaría saber más sobre la vida de Diego, pero prefiere no preguntar.

Cuando llega la hora de despedirse, Diego se ofrece para acompañarla al hotel. Lara acepta agradecida.

—¿A qué hora tienes el vuelo mañana? —pregunta Anna que no quiere que se vaya.

—A las nueve, un horario cómodo.

—Te espero el próximo mes para mi fiesta de cumpleaños, no puedes faltar, me lo prometiste.

Anna la abraza fuerte.

—Te quiero mucho. Cuídate y llámame. ¡Buen viaje!

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