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Dibujo de un preso republicano durmiendo, realizado por Gerardo Lizarraga en el campo de concentración de Argelès, Francia, 1939.
Y recuerdo también con fascinación absoluta la exposición “Después de la alambrada. El arte español en el exilio 1939-1960”, comisariada por Luis Jaime Brihuega Sierra, que con una impronta divulgadora y didáctica, desde finales de 2009 recorrió diversas ciudades españolas. A pesar de que no abordaba en directo el aspecto concentracionario del tema, centrándose concretamente en los distintos exilios geográficos, sociológicos, ideológicos y estéticos que desgarraron e impregnaron el arte español del siglo XX, así como en los elementos que asociaron o disociaron el arte producido antes y después de la contienda fratricida, verdaderamente supuso una gran aportación de datos e información, convirtiéndose en una muestra referencial acerca del exilio artístico republicano, lo que en sí mismo fue en ese momento un acontecimiento, y que coadyuvó al conocimiento entre el gran público de este suceso histórico tan silenciado por la crítica oficialista del régimen.
En el marco de las actividades expositivas promovidas por la Universitat de València en febrero de 2010 el edificio de la Nau acogió en una de sus salas la citada muestra permitiendo por primera vez al público valenciano contemplar, a través de 200 piezas de cincuenta creadores, las claves temáticas y formales del imaginario artístico del exilio así como en los elementos que asociaron o disociaron el arte producido antes y después del conflicto que asoló el país durante tres años. Fueron cedidas para la ocasión por más de setenta colecciones públicas y privadas de dentro y fuera de las fronteras españolas, aunque no sólo se expusieron aquellas que realizaron durante su exilio sino también algunas otras que crearon durante el periodo republicano. Tanto es así que la exposición permitió ver por vez primera en nuestro país algunas de las obras de Remedios Varo (“El Tiforal”), Moreno Villa (“Nocturno”), Manuela Ballester (“Retrato de Totli”) y Elvira Gascón (“Cristo”). Fue considerada como una de las exposiciones que más y mejor analizaban en profundidad los distintos exilios geográficos, sociológicos, ideológicos y estéticos que impregnaron el arte español del siglo XX. Y lo hacía plateando una reflexión estética e ideológica sobre el arte del exilio español en su conjunto.
De excepcional por su contenido y la riqueza de sus obras artísticas reunidas, la exposición “Exilio español en la ciudad de México” que se celebró por primera vez en el Museo de la Ciudad de Madrid en octubre de 2010 y que ofrecía una panorámica muy completa acerca de la presencia en este país de numerosos artistas plásticos republicanos de diversos ámbitos. Se concibió como una muestra artística que reunió a varios cientos de pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, libros, infografías, notas periodísticas y objetos personales de refugiados españoles muchos de los cuales pasaron por los campos de concentración franceses, norteafricanos, alemanes y austriacos al finalizar la guerra española. Coordinada por Rafael de Tovar y de Teresa permitió conocer las obras de numerosos artistas republicanos que se exiliaron a tierras mexicanas donde reiniciaron sus vidas, formaron sus familias y reanudaron su actividad creadora. Se publicó un catálogo profusamente ilustrado y con textos seleccionados por sus coordinadores Dolores Plá y Álvaro Vázquez Mantecón. Su contenido trata del exilio español a la ciudad de México a causa de la guerra civil y del trauma que supuso para todos aquellos que tras pasar por los campos de concentración franceses y nazis debieron partir y cruzar el Atlántico hacia un mundo desconocido.
Ángel Hernández García (Hernán). “Prisioneros”. Escultura.
La ciudad de México acogió dicha muestra en julio de 2014 gracias a un trabajo de colaboración entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Gobierno de la Ciudad de México, a través de la Secretaría de Cultura capitalina. Se contó con la participación de museos, universidades, fundaciones, organismos civiles, el Ateneo Español, el Centro Cultural de España, el Museo de Arte Moderno, la UNAM, el IPN, el Colegio de México y otras instancias que facilitaron el préstamo de materiales. En el acto inaugural, Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, resaltó la importancia del exilio republicano por su aportación no sólo en el campo cultural, sino también en el ámbito de la ciencia, la ingeniería, la economía y en la política. Aseguró que “se conjugaron circunstancias, voluntades y biografías que dieron lugar a la más grande aportación cultural que México recibió durante el siglo XX”. El jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, valoró la valía del exilio acogido por el presidente Lázaro Cárdenas entre 1936 y 1939. En tanto que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, coordinador de Asuntos Internacionales de la Ciudad de México, afirmó que fue el exilio más valioso que ha recibido México a lo largo de su historia. Y finalmente, Eduardo Vázquez Martín, secretario de Cultura del Distrito Federal, recordó que México, al ponerse al lado de la República Española, defendió el derecho internacional y la legalidad democrática, con lo que se refrendaron las convicciones de un gobierno comprometido con su pueblo.
Vemos como a largo de estos últimos años se fueron sucediendo en diversos lugares de la geografía española las exposiciones monográficas y retrospectivas relacionadas con el exilio artístico republicano promovidas por universidades, diputaciones, entidades culturales, fundaciones, museos y galerías privadas. A la vez, comenzaron a parecer libros, ensayos y monografías en los que se documentaban la vida de los artistas republicanos, su odisea del exilio y su paso por los campos de concentración. Aunque todavía quedaban muchos puntos oscuros y algunos huecos historiográficos que rellenar, el camino recorrido por parte de instituciones, fundaciones, entidades, museos y universidades ha servido para recuperar esta historia.
La postura oficial
Aunque el tema del exilio artístico es un tema transversal del destierro republicano su recuperación y actualización se ha venido desarrollando en las últimas décadas a la par que éste y refleja muy bien las condiciones de vida que sufrieron miles de refugiados republicanos. En este sentido, desde que la monarquía borbónica llegó al poder de la mano del dictador, y concretamente, tras su muerte y el inicio de la transición política se produjo tímidos intentos de reconciliación con la España errante con el aplauso de los distintos gobiernos democráticos.
Por razones ideológicas evidentes el régimen franquista durante muchos años había establecido un silencio sepulcral acerca del drama que supuso el exilio, los campos de concentración y los de exterminio. Sólo tras la implantación de la democracia y el régimen de libertades comenzó a registrarse tímidamente un proceso de recuperación de esta memoria perdida y olvidada al mismo tiempo que un cambio de sensibilidad por parte de gobiernos y que tuvo un eco favorable como no podía ser de otra manera por parte de la monarquía. Recuperado su protagonismo político como garante de la democracia la Corona como estrategia adaptativa, conciliadora y un tanto oportunista se vio en la tesitura de romper con la injusticia y anomalía que suponía la dictadura y fomentar una política de concordia entre los españoles a pesar de que sus intereses y valores eran necesariamente opuestos al republicanismo. Se produjo una extraña y curiosa paradoja acerca de la actuación de la Corona ya que exaltar los logros de la II República contravenía necesariamente a los de la propia monarquía borbónica cuyos malos recuerdos, desgobierno y despotismo estaban en la mente de todos. Si ya resultaba comprensible la postura que adoptó el régimen franquista contra los exiliados republicanos, a los que mantuvo en la marginación, más inconcebible y era de nota la actitud adoptada por el régimen borbónico contra un sistema que la estigmatizó y la hechó del poder ante el júbilo popular generalizado y que ahora ocupaba el poder gracias a los designios directos de un dictador vencedor que paradójicamente incumplió por decreto la legalidad de la línea sucesoria a la Corona.
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