AAVV - Identidad y disidencia en la cultura estadounidense

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Los artículos que componen este volumen pretenden ilustrar la compleja naturaleza de la producción cultural estadounidense. Desde diferentes perspectivas, se analizan los rasgos singulares de este país, que desde sus orígenes muestra múltiples fracturas. Los muchos y diversos diálogos conflictivos, surgidos a lo largo de su historia, son origen de infinitas creaciones artísticas en el terreno de lo literario, pictórico, teatral y fílmico, además de reflejo de cómo la disidencia es uno de los elementos esenciales de la identidad norteamericana.

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Y si hay algo que la historia difícilmente perdona son las derrotas. Si añadimos la pésima actuación que la administración Bush tuvo frente a la catástrofe del huracán Katrina, más la crisis financiera que estalló en su último año de mandato y que todavía nos ahoga, hay pocas dudas de que el final del ciclo republicano había llegado a su fin y que el próximo inquilino de la Casa Blanca sería un demócrata. “Una demócrata” para ser más exactos, llamada Hillary Clinton.

La gran pelea de aquella campaña no fue demócratas y republicanos, los dos partidos de poder en los Estados Unidos, sino entre dos candidatos a la presidencia del partido demócrata, que, además, se presentaban bajo una de las pancartas que más atrae a los norteamericanos: ser los primeros, hacer historia. Hillary, la primera mujer, frente a Barack, el primer negro, ambos compitiendo por la presidencia de los Estados Unidos.

Cinco años después de aquella lucha de titanes todavía resulta difícil explicar con claridad cómo aquello fue posible. Hillary Clinton tenía prácticamente todo a su favor: el mejor equipo electoral, todo el dinero necesario y el viento de la historia.

La personalidad de Barack Obama y su oratoria entre doctor y predicador tuvieron sin duda mucho que ver en su victoria, especialmente en los momentos complicados de la campaña cuando fue capaz de salvar con limpieza escollos que parecían imposibles. Y hay que citar el llamado “discurso de la raza” 2 pronunciado el 18 de marzo en Filadelfia, con el que desactivó la mina que para su carrera suponía el hecho de que el pastor de la parroquia a la que él y su familia iban, en Chicago, defendía unos puntos de vista indefendibles 3 para el americano medio.

Pero también influyeron mucho en la victoria de Obama otros factores como el equipo de geniales “segundones” que le llevaron la campaña y que se empeñaron en derrotar a los especialistas números uno que Hillary había contratado; sin olvidar el hecho de que los Clinton, Hillary y Bill, tenían tantos enemigos acérrimos como fieles seguidores y despertaban filias y fobias casi a partes iguales. Frente a la esperanza que Barack Obama intentaba repartir, Hillary en algunos inspiraba miedo.

Pero si buscamos el factor determinante y clave en la llegada del primer negro a la Casa Blanca, le tenemos que situar en Iowa, el estado que tal vez mejor representa la Norteamérica profunda, blanca, netamente conservadora, y cuya mayor aportación al sistema, al margen de producir maíz, es decidir quién puede y quién no puede ser presidente de los Estados Unidos. Y en el caso que nos ocupa, el duelo Clinton-Obama, un friísimo día de enero de 2008, Iowa dio la victoria a Obama y lo invistió como “presidenciable”. A partir de ahí, algunos sectores del electorado americano, empezando por los negros hasta entonces reacios en su mayor parte a creer que el sueño de Obama fuese otra cosa que un sueño, empezaron a creer en Obama y a votar por él.

El duelo fue largo, muy largo, no siempre noble y limpio pero sí interesante y preñado de emociones, y acabó inclinándose por Barack Obama un sábado de junio del año entonces en curso, 2008, cuando Hillary Clinton arrojó finalmente la toalla.

La elección de Barack Obama frente al candidato republicano John McCain fue más un trámite que un duelo y se saldó con una contundente victoria de Obama, que podía haberse cantado en cuanto se supo que New Hampshire había votado por él. Y eso se supo muy pronto. Si las televisiones aguantaron algunas horas más sin cantar victoria fue por respeto y, sobre todo, por miedo a volver a equivocarse como sucedió ocho años antes, en el duelo Bush-Gore, cuando los resultados en Florida fueron tan dudosos (todavía lo son) que hubo que esperar semanas para declarar ganador.

¿Fue una “ruptura” la elección de Obama o un “cambio” como en su día lo fue la elección de J.F. Kennedy, el primer presidente católico en la historia de los Estados Unidos, y lo será más pronto que tarde la elección de la primera mujer?

Con la perspectiva que dan los cuatro años que Barack Obama lleva de presidente y sabiendo ya que continuará por otros cuatro más, no es arriesgado afirmar, creo, que Barack Obama no supone una ruptura aunque sí suponga un gran cambio. Los americanos, una sociedad profundamente religiosa y conservadora en general, huyen de los grandes cambios. El propio sistema político, ideado para escapar del Impero británico, está plagado de controles y equilibrios que dificultan mucho los cambios radicales. El presidente de los Estados Unidos es, sin duda, uno de los hombres más poderosos de la tierra en estos momentos, pero tiene siempre que contar con los otros poderes, empezando por el Congreso, siguiendo por los estados, el Tribunal Supremo, etc y los intereses de los Estados Unidos que no suelen cambiar de la noche a la mañana. Y no olvidemos que los imperios no tienen ni amigos ni enemigos; tienen intereses.

De cara al mundo exterior, los cuatro años de Barack Obama en la presidencia no han sido muy distintos a otras presidencias. Y en los Estados Unidos el único gran cambio de la presidencia ha sido la reforma sanitaria, que ha conseguido extender la atención médica a todos los ciudadanos. Desde un punto de vista europeo y hasta universal, llamar “ruptura” a este importantísimo avance social suena excesivo.

Pero hay algo que sí ha cambiado de forma radical con la presidencia de Barack Obama y que supone una completa ruptura con el pasado de los Estados Unidos: la familia presidencial. Barak, su esposa Michelle y sus hijas Sasha y Malia presentan ante el mundo una imagen que rompe con el pasado. Descendientes de esclavos (Barack Obama no lo es pero sí lo son su mujer y sus hijas) ocupan ahora el vértice más alto de la sociedad norteamericana y sirven de modelo a esa misma sociedad en la que hace unas décadas tenían prohibida la entrada.

Recomiendo encarecidamente la lectura atenta de los trabajos que vienen a continuación sobre todo porque, como decía al principio, los Estados Unidos son un mundo que merece la pena conocerse.

1 Paul Johnson, Estados Unidos: la historia . Trad. Fernando Mateo y Eduardo Hojman. Barcelona: Javier Vergara Editor, 2001.

2 Barack Obama, “Discurso sobre la raza”. Trad. Alberto Supelano. Revista de Economía Institucional . Vol. 10, nº 19 (Segundo semestre, 2008): 385-396.

3 El pastor Jeremiah Wright declaró que la politica exterior estadounidense y la intensa lucha contra el terrorismo únicamente podían generar más violencia; sugeriendo así que la nación debía por tanto aceptar las consecuencias de sus acciones como inevitables.

La insalvable frontera de la nación estadounidense:

la aislada identidad sureña en la literatura norteamericana

Candela Delgado

En un trabajo minucioso de arqueología cultural en la historia de los Estados Unidos de América, se detecta sin dificultad que su sociedad nunca ha producido obras de arte, independientemente del género, que representen una identidad global homogénea. La cohesión que exporta la nación se torna cuestionable al percibir la fractura que aleja el Norte y el Sur del país. Dicha fragmentación comienza ya en los primeros estadios de la formación de la sociedad americana como tal. El continente americano del norte no puede borrar de su pasado los acontecimientos violentos que han contribuido a forjar su propia identidad, en la que han dejado cicatrices visibles. Toda nación pretende silenciar pasajes ignominiosos sin éxito, pero el intento se dificulta cuando precisamente los productos culturales que dan honra a la entidad social y política versan, reiteradamente, sobre aquello que en el proceso de construcción propia se quiso ignorar.

Al respecto, el primer caso claro en los Estados Unidos lo constituye el trato dado a las culturas nativas, aquellas que fueron acosadas, aisladas y sometidas a ocultación en el sistema de reservas. La diversidad, sin embargo, prevalece con persistencia y firmeza tanto en la conciencia del ciudadano como en el imaginario popular. En particular, este artículo se preocupa de analizar la dualidad Norte/Sur, distinguida por sus desemejanzas.

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