Ludmila Ramis - Game Over

—Me encontré con ese tipo aquí mismo —comenta Ciro al tomar con gentileza la caja de mis manos mientras los tres ascendemos tras presionar el botón—. Creo que vive en el mismo piso que vivirás tú, ¿acaso te molestó, Annie?

Con un suspiro me cruzo de brazos, cierro los ojos y apoyo la frente en su hombro. Bueno, no en su hombro, porque no llego, pero sí en su brazo.

—No, pero por alguna extraña razón siento que en algún momento lo hará.

—En ese caso, no dudes en avisarme. Podría darle una advertencia verbal y Tyra... —chequea su reloj para asegurarse de que todavía no debe recogerla— se encargaría de la física. Ya sabes que es bastante agresiva cuando quiere.

—Me sorprende que a veces uses el cerebro como algo más que un mero objeto decorativo que tienes ahí adentro, Hyland —reconoce Bill antes de levantar el consolador—. En fin, si ese sujeto te molesta, me lo dices de inmediato. Le meteré mi batidora por el trasero.

A diferencia del extraño, Ciro ríe sin piedad. Su cuerpo entero tiembla de gracia y me aparto cuando el abuelo empieza a preguntarle qué es tan gracioso.

Miro las puertas del elevador y reprimo una sonrisa.

Es hora de conocer a Ibeth Ridsley.

Capítulo 2

Crisis de identidad

Jaden

Acabo de bailar en un club de strippers por primera vez. Me caí del caño, pero estoy bien. Enviaron una ambulancia e hice sonar la sirena (la del ambulanciero, porque me acosté con él en la parte de atrás).🤠

¿Qué tal tu noche?

¡Estoy algo ebrio, no recuerd mi nombr.e!1!

Suerte con eso, Jae-Jae. Te amo hasta y después de la tumba, pero no mueras antes, porque soy la hermana mayor por 3 minutos y 5 segundos.

Tampoco me mates por lo que encontrarás en el departamento.

—¡Aiden! —grita un emocionado Inko.

Casi se me cae el teléfono del susto cuando me rodea por los hombros y apoya gran parte de su peso en mí.

—¿Qué? ¡No! —Deslizo el móvil en mi bolsillo y nos tambaleamos alrededor de un árbol—. Estoy seguro de que no me llamo así. Mi nombre debe ser extrañamente espectacular, algo como... —Retengo el aliento, pensativo—. Palmiro o Demócrito... ¡no, espera! —Me detengo en seco y nos sostenemos las miradas—. ¡Tal vez me llamo Umeko!

Enarca una ceja y tira de mí para que avancemos. Estamos cerca de mi departamento.

—¿Y cómo llegas a la conclusión de que tu nombre es extrañamente espectacular y de origen italiano si no recuerdas cómo te llamas?

—Porque parezco tallado por Miguel Ángel. —Hago un ademán a mi rostro y él ladea la cabeza, intrigado.

—¿Te viste en un espejo desde que pedimos la primera cerveza?

—No, pero estoy seguro de que soy por lo menos un 8. —No acepto ser menos que eso—. ¿Tú qué opinas?

Me separo de él y paso los dedos a través de mi cabello. Acomodo el cuello de mi camisa y meto ambas manos en los bolsillos delanteros de mis jeans antes de regalarle la mejor expresión seductora que se me podría ocurrir para una foto.

Se cruza de brazos y me escanea con sus ojos grises.

—Date la vuelta, Edén.

Comienzo a hacer lo que me dice, pero lo señalo con el índice a media acción.

—No creo llamarme Edén tampoco, y ni se te ocurra tocar. No quiero tus huellas dactilares sobre esta mercancía.

No definiría una sesión de modelaje un sábado por la madrugada frente a un local de salchichas alemanas como algo normal, pero con la cantidad de alcohol en sangre que tengo, ya ni sé qué lo es.

Creo que ni la gente sobria sabe lo que es normal en este punto de la humanidad y de la vida. Me agrada.

A la mierda lo normal.

—Hay que admitirlo, eres guapísimo. Un 9,5 según mi apreciación. —Suspira a mis espaldas—. O sea, ¡échale un vistazo a esa retaguardia! Ese trasero es como un 11, Kaden... ¡Kaden, te llamas Kaden!

—No me llamo Kaden.

—Pero si no sabes cómo te llamas, ¿por qué estás tan seguro de que no te llamas como yo te llamo?

Si uno busca en Google «Meme Mike Wazowski», obtiene la forma en que nos estamos contemplando justo ahora.

Fracaso en intentar entender lo que dijo. Es como si me hablaran de los tornados de fuego. No sé nada sobre ellos; no sé que se forman cuando las llamas se combinan con corrientes de viento tumultuosas y tampoco sé que el aro de aire alrededor del torbellino alimenta el oxígeno fresco. Y, por supuesto, que jamás sabría que pueden llegar a alcanzar entre los 30 y 160 pies de altu... ¿Por qué diablos recuerdo cómo se forma un tornado de fuego y no mi nombre?

Supongo que ver a la chica del clima con mi erección matutina me ha nutrido de conocimiento.

—No volveré a beber —prometo al pasar las manos por mi rostro, frustrado.

Inko ríe.

—Es como si yo dijera que no volveré a cantar, Jaden.

Nos quedamos inmóviles antes de saltar por el descubrimiento y señalarnos al mismo tiempo. Nuestras mentes establecen una lenta, pero segura conexión telepática.

—¡Jaden! —recordamos al unísono.

Nos abrazamos y nos damos palmadas en la espalda como padres orgullosos. El hallazgo es motivo de festejo hasta que lo siento temblar contra mí. Me separo de él y veo lágrimas acumuladas en sus ojos.

—Amigo, ¿estás bien?

—Lo siento, es que estoy feliz de que descubrieras tu verdadera identidad. —Su respiración es cada vez más rápida cuando se limpia el rostro con el dobladillo de su camisa—. Todos merecen saber quiénes son, y esto es tan...

Levanta la mirada al cielo y lo imito. No sé qué está buscando ahí arriba. No va a encontrar nada. Es de noche y está oscuro.

—Es tan inspirador... Me dan ganas de cantar —termina.

Inko es como las princesas de Disney. Ante la mínima oportunidad, procede a dar un concierto.

Se parece mucho a mi hermana con su estilo de vida fiestero. A Ibeth siempre le gustó explorar, pero desde que rompió con Rilton hace dos semanas, se convirtió en un libro de aventuras con pies. Si me viera en este estado, no me regañaría. La abuela tampoco. En nuestra pequeña familia apoyamos las estupideces ajenas tanto como las propias.

Solo somos ellas y yo. El abuelo murió antes de que naciéramos a causa de un cáncer de páncreas y nuestro padre lo siguió cuando éramos niños con la misma enfermedad. ¿Nuestra progenitora? Mejor no hablar de ella.

Ibeth y Evelyn Ridsley son todo lo que tuve —y tengo—. Mi hermana es un descontrol y la abuela es un dolor en el trasero ocasional, pero la primera siempre se controla cuando la necesitamos y la segunda solo busca cuidarnos como nuestra madre debió y debería hacerlo a pesar de que ya somos adultos.

Si tuviera la mitad de la fuerza de voluntad o el coraje de ese par, sería invencible. Y dado que ambas toleran el alcohol de una forma antinatural, no estaría alcanzando el nivel máximo de idiotez justo ahora.

—Extraño a mi abuelita.

La madrugada y la cerveza pueden sacar tu lado más filosófico, estúpido o, en mi caso, sensible.

—También extraño a tu abuela —coincide mi amigo en un lamento.

—Tú no conoces a mi abuela.

—Entonces extraño que extrañes a tu abuela, aunque ya la estés extrañando. —Me da una palmada en el hombro con una expresión desolada—. Que en paz descanse, por cierto.

—Pero ¿qué dices? ¡No está muerta, Inko! —Me zafo de su abrazo y subo los escalones hacia la puerta de mi edificio—. Mucho alcohol por hoy. ¿Te quedas a dormir en el sofá o te vas a tu casa?

Hurgo por las llaves en mi bolsillo y sacudo la cabeza en el intento de hacer reaccionar a las neuronas que aún me quedan, o apurar el proceso de producción para que aparezcan otras.

¿Cómo se crea una neurona? Quiero la receta. La necesitaré para recordar en qué piso vivo.