—Este lugar es genial. Es una buena elección — contesta Eli sonriendo a Carla de esa manera que cada vez veo más bonita y tierna entre ellas.
—Pero, oigan —dice Faina—. Dejamos las maletas y nos vamos a hacer actividades acuáticas, que me muero por subir al churro ese de agua…
Genio se ríe nervioso, aunque la observa con adoración. Joder, es que están muy enamorados. Y me hace tanto bien ver que dos personas tan buenas se han encontrado…
—No creo que sea buena idea que nos subamos al churro —dice Genio—. Pero si eso es lo que quiere la Reina…
—Faina, llevas un collar que te da descargas para que no te duermas. Ya sé que es acuático y que se puede mojar porque Murdock es un hacha —explica Axel—… Pero una descarga en el agua puede ser…
—Soy como un perro. Me van a salir callos en el cuello, pero seguiré ladrando… No voy a ahogarme. Además, ya tengo quien me haga el boca a boca, y no eres tú, traidor.
Yo miro de soslayo a Axel y no puedo evitar reírme. Faina se mete con él y bromea con el hecho de que no se casara con ella. Le gusta interpretar el papel de la amante ofendida.
—No te perdonaré que eligieses a la Bicho palo, por guapa que sea.
—Yo sí —dice Genio—. Te perdono, Axel —pasa su brazo larguirucho por encima de los hombros de Faina y ella se deja achuchar y querer. Son dos osos amorosos.
—Bueno, como sea. Propongo entrar a nuestras casitas, dejar nuestros equipajes e irnos a la playa a beber mojitos, margaritas y todo lo que se atrevan a servirnos y se pueda tomar aquí. ¿Os parece?
Todos asienten y se movilizan para entrar en sus departamentos. Yo suspiro, me lleno los pulmones del aire caribeño y sonrío mirando al cielo y apoyando mi cabeza en el pecho de Axel.
—Mira, guardaespaldas… es el paraíso.
Axel sonríe, agacha la cabeza y me da un besito en la nariz.
—El paraíso eres tú.
Ah, es que me tiene loca. No me acostumbro a esa honestidad y esa sencillez. Pero la amo.
Axel me da un cachete en el culo y me dice:
—Andando, Minimoy. Quiero verte en bikini.
—Me parece un buen plan —asiento.
Los dos entramos a nuestra casita, y lo hacemos como una pareja normal y corriente. Y no os imagináis cómo agradezco sentirme así con él y no tan en guardia por circunstancias externas.
Me permite soñar con un futuro como el de cualquiera. Y hasta hace poco no creía que pudiera tenerlo.
Media hora después, nos encontramos en la playa de arena blanca, en Juanillo Beach, bajo las sombrillas de esparto oscuro, en nuestro reservado. Axel y Genio se han ido a hablar con los de las motos acuáticas, porque quieren ver si podemos hacer una ruta libre.
Nosotras cuatro estamos tumbadas en nuestras hamacas, cubiertas por la sombra de nuestros parasoles, y cada una con un cóctel hecho a medida.
Yo estoy poniéndome crema como si no hubiera un mañana, porque corro el riesgo de mutar a gambón, y no me apetece. Ninguna de las cuatro hacemos topless, porque esto no es España, pero sé que mi hermana se está quedando con las ganas de liberar las tetas, porque odia las marcas.
—Bueno, chachas, cuéntenme… ¿Qué es de sus vidas? ¿Cómo lleva Mama Tina que vosotras dos seáis costureras? —señala a Eli y a Carla.
—¿Costureras? —Mi hermana está boca abajo en la hamaca y la está mirando sin comprender.
—O patronistas —Faina hace el movimiento de las tijeras con los dedos.
A mí se me escapa el cóctel de la boca como si fuera una manguera, y casi lo saco por la nariz.
—¡Faina! —exclamo muerta de la risa. Tiene la mala costumbre de no avisar cuando suelta una de esas.
Eli está poniéndole crema a Carla en la espalda. Se encoge de hombros y hace un mohín de resignación.
—Tina tiene sus tiempos. Todos tenemos nuestros tiempos.
Escucho a Eli con atención. Hay algo en el tono de mi amiga que no acaba de convencerme. Y no sé si habla solo por mi madre o también por ella misma, o por mi hermana. Mmm… no sé. No me convence.
—Se lo está tomando como puede —asegura Carla—. Acostumbrada a traerle trípodes a casa…
—Perdedores —susurra Eli.
—Y ahora tiene a la rubia como yerna. La llama así en cachondeo —apunta mi hermana.
—¿Es tu mamá machista?
—No. Creo que igual que a muchas como ellas, les ha faltado mucha educación, a todos los niveles.
—No es progre —sentencio yo—. Mamá es de las de un hombre para toda la vida y un hombre para ser una verdadera mujer. Ya sabéis…
—Bueno, a mis padres tampoco les gusta que yo salga con Shrek —dice Faina dando un sorbo superlargo de su mojito—. Pero tampoco se han dado cuenta de que yo no soy un ángel de Victoria’s. Estoy buena, vale — aclara pasándose la mano por las curvas—, pero no soy avariciosa. Dejo para las demás.
Me gusta mucho eso de Faina. Lo valiente que es, lo mucho que se ha aprendido a querer y lo fuerte y segura que la veo. Es fascinante, porque solo ella sabe lo mal que en realidad lo ha pasado, pero oírla hablar, con ese collar de diamantes pegado al cuello, que, básicamente, la electrocuta cuando va a hacer uno de sus Fujitsus, da un subidón de moral a cualquiera.
—¿Y qué tal el sexo?
Carla deja ir una carcajada y Eli entorna los ojos.
—No voy lo suficientemente borracha como para hablar de eso —dice la terapeuta de parejas.
—Bah, qué aburridas… Yo les puedo asegurar que mi Genio tiene el pene de un ogro.
—No quiero saber nada —me tapo los oídos.
—Yo nunca imaginé ver eso, chacho. Es como otra pierna… La primera vez pensé que me añurgaba, ¿sabes?
—Es suficiente… —digo nerviosa. A Carla y a Eli en cambio les parece superentretenido.
—¿Qué es añurgar? —pregunta Eli entre risas.
—Cuando te atoras, rubia. Cuando te atragantas… pero yo me atraganté por abajo.
—Madre de Dios… ¡hala, venga! —exclamo. No quiero ver a Genio como un semental.
—Dios, no —aclara Faina—. Cuando se la vi por primera vez le dije: ¿qué ha hecho Sauron contigo?
—¡Pffff! —Eli y Carla no dejan de reírse.
—¿Y el collar? —indago con todo el tacto que puedo—. Cuando os acostáis… ¿te dan Fujitsus?
—¡Ah, bueno! —Faina deja ir una carcajada—. El otro día tuve un orgasmo mientras el collar me daba una descarga. Me tenían que ver… —mira al cielo—. Parecía la niña del exorcista.
Ahí ya no puedo más y me empieza a dar la risa imaginándomela.
—Por poco me quedo vegetal, medio machanga — Faina nos mira divertida—. ¿Qué? ¿Se ríen? Se me saltó un empaste —me señala un diente que ya está en su sitio—. Tuve que ir al día siguiente al dentista porque parecía Bob Esponja, con dos paletas. Pero estamos bien, gracias. Eli le da una cachetada en la nalga a Carla y le dice:
—Ya estás.
—¿Quieres que te ponga crema? —pregunta mi hermana alzando una ceja negra.
Eli oculta una sonrisa y contesta:
—No. Gracias. Ya me he puesto en la habitación. Eso me da a mí que es una especie de código de lesbianas, para leer entre líneas, porque se miran de ese modo que dice mucho, aunque hablen muy poco.
—¿Cómo lo lleva mi hombrecito? —pregunto con interés, haciendo referencia a mi sobrino Iván—. ¿Ya entiende que sois novias?
Eli se sienta a los pies de la tumbona de Carla y sujeta su piña colada. Es mi hermana quien responde:
—Iván adora a Eli. La ama. Pero no lleva bien que el amor de su vida esté jugando a las médicas con su mamá —guiña un ojo a Eli—. Es un acaparador, la quiere toda para él.
—Tu hijo es mío —responde Eli provocándola—. Pero, aunque a mí me encanta todo lo que tenga que ver con el deporte y las series que le gustan, y somos muy amigos y tenemos mucha comunicación, es cierto que Iván aún espera una figura masculina cerca.
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