Los miedos nunca desaparecen, pero se hacen más pequeños con la confianza y con saber que, aunque los tengas, no dejas de enfrentarlos, y no dejas de ser tú ni de hacer lo que quieres hacer solo porque temas.
Él me ofrece la copa llena de margarita y me mira de arriba abajo con esos ojos verdes descomunales que solo él tiene. Siempre me deja sin palabras. Es un hombre morenito de piel —no es mulato—, alto y fuerte, y con el pelo muy cortito como un militar —porque él siempre va a tener algo de eso— y, sin embargo, no es nada de eso lo que me pone tan tonta. Es su sonrisa. Sus sonrisas de verdad. Ya sabéis que hay gente que sonríe de mentira, o que el gesto no cambia la expresión de sus ojos ni los ilumina. En Axel se nota mucho cuando él se ríe auténticamente.
Seguro que mi pelo rojo se ha alisado, porque sé muy bien qué dicen sus ojos, y es algo muy caliente y muy nuestro.
Como nos vamos a Punta Cana llevo una camisa playera larga y estampada que me llega hasta los muslos. Y un bikini debajo. En el jet hay mantas por si tenemos frío, pero es que yo soy de las que baja del avión y si puede se va directa a la playa.
—Oye, rizos —me dice haciendo chocar su copa contra la mía—, ¿has entrado al baño?
Bueno, es que es matemático. La sangre colorea mis mejillas y Axel se echa a reír.
—Axel, no empieces —digo entre dientes y en voz baja.
—El lavamanos tiene la altura perfecta —dice bebiéndose la copa lentamente, mientras me mira de reojo—. Una vez tuviste un sueño conmigo en un…
—Axel —me sale la risita nerviosa—… frena.
—No, rizos. No freno —asegura él dejando la copa sobre la mesita—. Quiero hacértelo ahora mismo.
—No. Mi hermana se va a dar cuenta y no quiero.
Y Eli… y Faina. O sea, no.
Axel resopla y mira al techo del avión con algo de decepción.
—Ellos están a lo suyo. Eli y Carla miran casas.
—¿Cómo que casas? —pregunto anonadada. Él asiente con firmeza.
—Sí. Casas en Barcelona.
Eso me deja a cuadros. ¿Que se van a vivir juntas y no me han dicho nada?
—¿Casas de alquiler o de compra? —pregunto en voz baja con el dedo alzado.
Axel se ríe.
—No he llegado a ver tanto.
—Madre mía… Me tienen que explicar muchas cosas.
—Y Faina le está enseñando unas bolas chinas de Amazon a Genio.
Dejo ir una risita. Eso no me sorprende tanto como lo otro. De Faina no me sorprende nada. Es altamente extrovertida en todos los ámbitos de la vida.
—Por Dios… Cómo le gusta probar cosas nuevas…
—Es una valiente de la vida. ¿A ti no te gusta probar cosas nuevas? —me pregunta alzando una de sus cejas negras que tanto contraste hacen con sus ojos de color verde.
Me sorprende que me lo pregunte. Llevamos un mes juntos desde que me salvó de perder la vida a manos de Vendetta, y este tiempo, aunque muy ajetreado y demasiado mediático para mí, ha sido precioso, porque lo he tenido cerca, excepto cuando él tenía que viajar a Madrid para hacerse con las riendas del Chantilly y también para estudiar lo que son lo derechos audiovisuales de algo con tanto éxito como mi Diván. Mi guardaespaldas se ha convertido en un hombre empresario de éxito, y a mí me encanta verlo sumido entre contratos y papeleos, pero más adoro verlo en plan salvaje y luchador. Axel es de estos que «me pone» en el plan que sea.
—A mí sí —contesto con sinceridad—. Pero en los lugares adecuados, guapo.
—Mira, Bec… —Axel se acerca a mí, me sujeta la mano y se la coloca sobre su munición. Va cargadito—. No es bueno volar así. Es como tener silicona en los huevos —Yo vuelvo a reír y le acaricio por encima de la tela de las bermudas militares que lleva—. Es doloroso. Como ves, nadie aquí está pendiente de nosotros… —me asegura sonriendo como el satánico que es—. Podemos ir al baño, loquera, y jugar a los doctores.
—Axel… —lo reprendo.
—Tú la llevas. Cinco minutos. Si no vienes antes de cinco minutos, es que eres una rajada. —Se levanta de golpe, y se dirige al baño con toda la parsimonia del mundo. Me lanza una mirada llena de advertencia, y yo no sé qué hacer ni dónde meterme.
Me pasa que, cuando voy a hacer algo a escondidas, pienso que todos me leen y que lo tengo grabado en la frente.
Pero siempre he dicho que la vida es para valientes, y hacerlo en el baño de un avión es una de las muchas fantasías que me gustaría cumplir con Axel.
Así que, dejo mi copa en la mesita, me levanto con cuidado, me aliso la parte baja de la camisa larga y atizo mis rizos rojos.
No estoy mirando a nadie. No lo pienso hacer. No quiero caer en juegos de miraditas con ninguna de ellas, porque sé lo que va a pasar. Y no quiero cortarme.
Así que retiro la cortinita que separa el baño del compartimento de lujo en el que viajamos, y abro la puerta.
Axel estira el brazo y me mete dentro de un tirón.
En realidad, Axel va y viene. En estas cuatro semanas, nos hemos encontrado siempre en Sant Andreu, en mi loft. Y hemos pasado juntos todo el tiempo que hemos podido, que no ha sido mucho. Por eso este viaje nos va tan bien a los dos.
Porque le echo de menos y quiero estar con él. Porque nos han pasado muchas cosas juntos, pero después de la más gorda, la vida nos ha mantenido un poco a distancia.
Hasta hoy. Hoy empiezan nuestras vacaciones juntos. Nuestro viaje. Y quiero que sea inolvidable.
Para mí. Y para él. Quiero que nos alejemos de todo el ruido, de los conflictos y los acosadores y que seamos solo él y yo, y nuestro círculo.
Y sé que él quiere lo mismo, por el modo en que me mira en ese espacio reducido del jet.
Me toma de la cintura y me pega a su cuerpo. Yo puedo ver nuestro reflejo en el espejo y es algo que siempre me va a turbar, por lo diferentes que somos. Mi tez es pálida, tengo unas pocas pequitas en el puente de la nariz y los ojos azules y grandes, y mis labios casi siempre están rojos, como mi pelo curly a lo loco.
Axel es de tez más bien morena, ojos claros y muy verdes, mirada penetrante, mucho más alto y más fuerte que yo y de pelo negro y rasurado al uno. Es que está muy bueno, no lo puedo negar.
Sé que le gusto, por cómo me mira. Tiene ese aspecto de hombre con modales pero que en el fondo es el Tarzán de Greystoke y que en cualquier momento se puede golpear el pecho.
—No podemos hacer ruido —le digo rodeando su nuca con mis manos.
—Pues ya sabes —me dice él levantándome por el culo—. No hagas ruido.
Se da la vuelta y me coloca sobre el lavamanos.
—Tampoco podemos estar mucho rato… —le recuerdo.
—Cuánta presión, señorita.
Él se hace sitio entre mis piernas. Cuela las manos por debajo de mi larga camisa y arrastra mis braguitas del bikini amarillo por mis muslos hasta sacármelo por los tobillos.
—Uy, qué buena tienes que estar con el bikini… pero esto ahora no me sirve.
—Ya, bueno… Qué vergüenza —susurro—. Seguro que saben lo que estamos haciendo.
—Becca, podemos estar haciendo muchas cosas. Por ejemplo —dice dejando las braguitas sobre el dispensador de papel.
—Sí, ya, hemos ido a comprar al súper… —murmuro con ironía.
—No —sonríe—. Pero sí hemos podido ir a visitar la cabina del piloto, o a abrir las neveras, o a hablar con la camarera para pedirle algo especial… —Resoplo y cierro los ojos muerta de gusto cuando él besa mi garganta—. Necesito estar más tiempo contigo —gruñe—. No me gusta esto de estar viajando. Menos mal que ya se ha acabado.
—Eres un hombre de negocios… un magnate. Axel dice que no y me desabotona la camisa hawaiana para abarcar uno de mis pechos con una mano.
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