Y para ello, no me puedo sentir mejor acompañada.
—Eh, bicho palo. Vamos a gastos pagados, ¿verdad? —dice Faina—. Lo digo porque voy a pedirme todo el catálogo de bebidas del resort. ¿A que sí, G?
Frente a mí, Faina y Genio están sentados el uno al lado del otro, como una pareja de adorables tortolitos.
La ancha y larga camisa amarilla de flores estampadas le da al rostro de Faina mucha más alegría de la que ya tiene. Con esos mofletes mullidos y rojos, y sus ojazos azules y su sempiterna sonrisa, Faina es un rayito de luz. Ese collar que da calambres y que se parece a la correa de lujo de un perro, detecta cuándo hace uno de sus famosos Fujitsus, e inmediatamente le da una descarga para que no se quede dormida. Faina es una tinerfeña que fue paciente de mi Diván en España, y me pidió ayuda para luchar contra su miedo a su propia narcolepsia y a todas sus inseguridades con los hombres. Al igual que Genio, su pareja.
Genio es un hombre lleno de humor, propietario de un hotel restaurante en Cangas de Onís, aquejado de labio leporino y en conjunto poco agraciado físicamente. Como es normal, desarrolló miedo social y fobia a que se metieran con él y a los insultos y agresiones que había sufrido a lo largo de su vida, y yo le ayudé a que se liberase de ese miedo, a que se aceptase, y también le eché una mano con una pequeña intervención para arreglar ese labio que, por su tradición judía, sus padres no le habían permitido solucionar. A Viggo Mortensen y a Joaquín Phoenix sí, pero al pobre Genio nadie le ayudó.
Excepto Axel, que facilitó los contactos para que yo buscara a un cirujano plástico para él.
Y ahí están los dos, acaramelados y sonrientes. Me gustaría saber cómo les va, pero, en este caso, una imagen vale más que mil palabras.
Genio asiente y acaricia el dorso de la mano de Faina con su dedo pulgar.
—Por supuesto, gordita mía —contesta el de Cangas.
A Genio siempre le han gustado las mujeres grandes, y la gordura le parece sexi. Cuando vio a Faina fue para él como amor a primera vista. Y me alegra que entre los dos sientan esa atracción y esa complicidad porque, para empezar, la base de su relación debe arraigar en algo real. Y es evidente que se gustan mucho.
Me apetece tanto saber cómo les va y que me cuenten lo que ellos quieran, pero, por lo pronto, a simple vista yo les veo bien. Aunque ya sabemos que las apariencias pueden engañar muchas veces.
A mí me sucedió con Axel. No suelo prejuzgar, solo analizo y espero a que los demás me expliquen qué es eso que los tiene tan mal, pero este hombre me dejó descolocada, porque con tíos como él, nada es lo que parece ser nunca y su historia, la de fondo, era mucho más sorprendente de lo que yo esperaba, y desgarradora, y descorazonadora. Por eso valoro tanto lo valiente que está siendo en abrirse cada día, en elegirme y en quererme como está aprendiendo a hacer. Axel da pasitos cada día, y está dispuesto a cambiar esos mecanismos que, durante años, lo pusieron tan a la defensiva, y eso es lo que más me enamora de él.
Estoy loca por este señor. No lo voy a negar. Me pierden sus ojos verdes y su sonrisa, y su humor más macarra. Y esa pasión que enciende en mí con solo un susurro, o una caricia. Pero lo que más me prende es lo protector que es, y lo cuidadoso y considerado que es con todos los que le importan.
Sé que nos queda un largo camino por delante, pero lo bueno es que lo queremos caminar juntos.
En las otras dos butacas del jet, tengo a mis Supremas. Lisensiada abogada Carla y Lisensiada terapeuta de parejas Eli. La primera es mi hermana pibón, morenaza y de ojos claros, abogada familiar y madre del niño de mis ojos, mi sobrino Iván. Una valiente madre soltera que recientemente ha descubierto que puede sentir amor y pasión también por una mujer. Y esa mujer no es otra que mi mejor amiga Eli, la rubia nórdica de ojos negros y sexi a rabiar que se dedica a mediar con las parejas en crisis y a hacer terapia con ellas.
Y si las vierais, por las tonterías que todos tenemos sobre los estereotipos, nunca diríais que son pareja. Pero solo hay que ser observador y darse cuenta de cómo se miran y de la energía que transmiten. Y de lo que habla su lenguaje corporal, siempre cerca la una de la otra, siempre en contacto. Sé lo mucho que se cortan delante de mí, y no sé por qué, porque a mí me da igual que se besen y se quieran, porque es fascinante verlas así de felices.
Ellas aman correctamente. Lo veo, lo percibo en cómo se hablan y en cómo se apoyan. Y sé que, en el fondo, a veces sienten vergüenza de ser ellas mismas, porque aún no se lo creen, porque su amor les explotó en la cara, como a todos. Pero cuando acepten quiénes son y se experimenten más, y dejen de temer a hacerse daño la una a la otra, todas sus posibilidades se expandirán. Y yo estaré ahí para ayudarlas como sea. Porque Eli y Carla se quieren como hay que quererse, ni una encima ni la otra debajo. Ellas están caminando juntas, en la misma dirección, la una a la vera de la otra. Y es precioso verlas andar.
Es maravilloso para mí aprender del amor con ellas, viéndolas. Nunca me hubiera imaginado que se enamorarían, fue un shock alucinante descubrirlo. A las dos las avasallaban los tíos, nunca tuvieron problemas en ligar y habían catado lo que tenían que catar. Sé que les gustan los hombres, pero tengo la plena certeza de que, hoy por hoy, ellas se gustan más. Y me parece genial.
El amor es estar despierto, con los ojos abiertos y encontrarlo en los lugares y en las personas más inesperadas. El amor es estar accesible, sin miedos a «y sis…», o a «peros», porque en él nos descubrimos muchas veces y, si no nos lanzamos, nunca sabremos quiénes somos realmente. Por eso ellas han sido tan valientes. Les ha dado igual ser mujeres, sentían algo, y han querido descubrir qué era. Y resulta que era eso: amor. Seguramente también estén pasando por su fase de aclimatación. Porque puede que haya cosas con las que aún les cueste lidiar, pero si se quieren de verdad, sea lo que sea, seguirán adelante.
Axel se acaba de sentar a mi lado. Ha preparado una copa para mí y otra para él, y cada vez que se mueve a mi alrededor, me coloco con su colonia y con esa fragancia tan suya. ¿No os pasa? ¿No os pasa que os encanta cómo huele vuestra persona favorita? Tiene que ser así, porque la atracción responde a esos olores.
Pero yo respondo a cualquier cosa suya, por nimia que sea. A una mirada, a un roce intencionado, aunque él diga que no… estamos en ese momento en el que todo es nuevo, todo es emocionante, y cada día nos gustamos más y nos deseamos más. Con el paso del tiempo, esas necesidades se relajarán, pero lo que ambos queremos, es llegar algún día a lo otro. A ser. Ser de verdad, el uno para el otro, el apoyo del otro, la muleta en la que apoyarse si tenemos un esguince emocional. Creo que eso es a lo que todos deberíamos aspirar. El sexo es bien, es increíble si la pareja en cuestión se entiende, y todo es lujurioso y muy porno… y Axel me está enseñando a dejarme ir en eso y a apreciarlo todo. No le ha costado mucho, dado que mi mente es pervertida de por sí. Pero si en ese cóctel metes las emociones y ese amor que nace y que sabes que va a hacerte explotar, entonces la realidad sentimental que anhelas y que puedes tener en el futuro, se hace más nítida… y piensas: «Que este hombre me haga lo que quiera, que me haga gritar, gemir y llorar del gusto, porque soy suya para toda la vida». Y también porque, al final del día, o en cualquier momento, tendrás su mano entrelazada a la tuya, y un abrazo cálido que te cobije por la noche en la cama.
Eso es el amor. Eso es Axel. Y sé que es demasiadas cosas… pero no me voy a hacer caca solo por aceptar que lo amo.
Y es lo que ambos aprendemos día a día, aún con nuestras reservas, mi estrés y nuestros miedos.
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