John Watts - La formación de los sistemas políticos

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Este gran mapa de la vida política en la Europa medieval tardía proporciona un nuevo marco para entender los desarrollos que formaron este periodo turbulento. El relato se centra en los resultados combinados del crecimiento político y gubernamental a través del continente. La época de la Guerra de los Cien Años, el cisma y la revuelta también fue un tiempo de rápido crecimiento en jurisdicción, impuestos y representación, en el que se incrementó la alfabetización y se desarrolló la técnica política. Con una introducción completa a los acontecimientos y a los procesos políticos acaecidos entre los siglos XIV y XVI, este libro combina una narración amplia y comparativa con la discusión de regiones y estados individuales, incluyendo la Europa oriental y del norte junto con la más familiar Europa occidental y del sur.

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Mientras trabajaba en el libro me he beneficiado de la ayuda de muchas personas. Ante todo, estoy muy agradecido a los que me han alentado desde el principio –al difunto Rees Davies y a Barrie Dobson, Michael Jones y Steven Gunn, que leyeron mi propuesta inicial y realizaron valiosos comentarios–. Con Steve tengo además otras deudas: tuvo la gentileza de leer y hacer comentarios sobre el capítulo 4 y ha sido una sólida fuente de apoyo y consejo a lo largo de todo mi tiempo en Oxford. También fue suya la idea de comenzar un seminario sobre historia europea bajomedieval, que durante la última década hemos dirigido entre él, Malcolm Vale y yo –más tarde junto a Natalia Nowakowska–. He aprendido muchísimo de ellos y también de las más de ochenta personas que han pasado por el seminario; he tratado de no picotear sus ideas y de acreditar sus obras publicadas allá donde fuera posible, pero, en cualquier caso, me gustaría agradecer aquí, con su permiso, el influjo de un trabajo de visión general, brillante e inédito, que Henry Cohn presentó sobre «El Imperio en el siglo XV: ¿decadencia o renovación?». También me gustaría dar las gracias a Jean-Philippe Genet por involucrarme en diversos proyectos y congresos colaborativos: aunque difiero en ciertos aspectos de su interpretación de los desarrollos de este periodo, me he beneficiado enormemente de su trabajo y su conversación, de las conexiones que me ha abierto con otros autores en Francia y otros lugares, y de su generosidad. Tengo otras dos grandes deudas, con David Abulafia y David D’Avray. Ambos me dieron amablemente su apoyo en una serie de convocatorias del Art & Humanities Research Council, de las que solo la última fue exitosa, y les doy las gracias por su ayuda y paciencia. Al primero todavía le debo más. Mis primeros conocimientos sobre la Europa medieval fueron con David Abulafia en otoño de 1983 y su inspiración, consejo y crítica han sido absolutamente inestimables a lo largo de los seis años en que he trabajado en este libro. Con una agenda repleta, fuera como fuera encontró tiempo para leer el manuscrito entero, en determinadas partes dos veces, y me ofreció su ánimo generoso y ciertas correcciones fundamentales: le estoy extremadamente agradecido por todo ello. Otro conjunto de colegas y amigos también han buscado tiempo para leer determinados apartados del libro: estoy muy agradecido a Catherine Holmes, Natalia Nowakowska, Jay Sexton, Serena Ferente, Jan Dumolyn, Jenny Wormald, David Rundle y Len Scales, por las molestias que se han tomado con mi trabajo, a menudo en momentos altamente inconvenientes. Finalmente, me gustaría dar las gracias a Robert Evans, Jeremy Catto y Craig Taylor, por sus consejos en determinados pasajes, y a Magnus Ryan, por los muchos debates inspiradores que hemos mantenido sobre la Europa bajomedieval: una vez ideamos escribir juntos un libro como este y estoy seguro de que la presente obra hubiera sido mucho más notable si finalmente la hubiéramos hecho entre los dos. Si bien todas estas personas han intentado prevenirme de cometer errores, y he hecho lo que he podido para evitarlos, asumo naturalmente toda responsabilidad por cualquier fallo cometido.

También me han ayudado diversas instituciones. Siento que estoy en profunda deuda con la Facultad de Historia de Oxford, y también con mi college , el Corpus Christi. Por un lado, nunca me habría atrevido a intentar escribir un libro como este sin el ánimo y el estímulo de los colegas de Oxford. Por otro lado, la universidad, la facultad y el college me han ayudado de manera tangible: estoy muy agradecido por el permiso retribuido de dos trimestres que me concedió la universidad y por el de otro trimestre más que me facilitó la facultad; el Corpus me dio igualmente un permiso de dos trimestres, y estoy agradecido a su presidente y sus fellows , en especial a mi excelente colega en Historia, Jay Sexton, que gestionó la situación durante mis dos largas ausencias. También agradezco el permiso retribuido de un trimestre que me otorgó el Art & Humanities Research Council mediante su (ahora amenazado) «permiso de ausencia por investigación»: no puedo imaginar cuándo podría haber acabado el libro sin haber recibido dicha ayuda. Finalmente, me gustaría agradecer a Michael Watson, Helen Waterhouse y los otros integrantes del equipo de Historia de la Cambridge University Press: además del hermoso trabajo que han hecho con el libro, agradezco su ayuda y su paciencia.

Finalmente, agradezco a mi compañero, Adrian. Este libro ha sido una gran prueba para él –no en vano piensa que la única cosa interesante de la Edad Media es la Peste Negra, que apenas si recibe una mención (en la p. 30)–, pero le prometo que no escribiré otro. Bueno, por lo menos de momento.

I. INTRODUCCIÓN

Este libro tiene dos objetivos principales. El primero, escribir sobre la Baja Edad Media en un lenguaje diferente al de los valores predominantes de «declive», «transición», «crisis» o «desorden». Esto, tal vez, sea empujar una puerta ya abierta –pocos de los bajomedievalistas actuales ven realmente el periodo en dichos términos– pero, por razones que examinaremos a continuación, siguen siendo los términos que manejan los principales manuales. El segundo objetivo, quizás más ambicioso, es ofrecer una interpretación analítica de la política del periodo, explicando qué contenía dicha política, de dónde procedía y cómo se fue desarrollando con el paso del tiempo. 1 Cuando miramos a los siglos XIV y XV, entramos un periodo sin una narrativa política y constitucional que tenga significado. Es cierto que hay un sentido general de que los reinos nacientes del siglo XIII se sumergieron en la «crisis» del XIV y emergieron con la «recuperación» de finales del XV. También encontramos la tradicional visión del declive de la Iglesia universal desde su cénit con Inocencio III hasta el desastre de 1517. De manera más reciente, se ha dado el relato de los «orígenes del estado moderno», en el que la fiscalidad en expansión de nuestro periodo juega un papel central. Y está la perspicaz síntesis de Bernard Guenée, que propone que el desarrollo de las burocracias reales fue frustrado por la guerra, la caballería y la democracia a partir de la década de 1340, siendo reanudado a finales del siglo XV cuando aquellas volátiles fuerzas se habían agotado a sí mismas. 2 Pero estas narrativas no explican nada, ni tan solo se ocupan en su mayor parte, sobre el curso general de los hechos políticos del continente. «Crisis» y «recuperación» son conceptos demasiado generales y vagos como para explicar lo que sucedía: dichos términos se convierten, pues, en sustitutos del análisis, en vez de ser un modo para enfocarlo. La historia de la Iglesia cuenta con una rica historiografía, pero la tendencia a tratarla como un tipo específico de institución, en tensión dialéctica con «el estado», ha establecido límites innecesarios a todo aquello que nos puede explicar sobre la política en general. Las narrativas del crecimiento estatal, a su vez, tienen poco que decir sobre el curso de los acontecimientos; tienden a obviar el frecuente y espectacular derrumbe de la autoridad central en este periodo, dando una solidez inapropiada a los ampulosos, diversos y titubeantes esfuerzos de los gobernantes, restando importancia a la complejidad de un mundo en el que las instituciones continuaban funcionando e ignorando las estructuras menos parecidas al poder estatal que también se esparcían por toda Europa. Incluso el brillante esquema de Guenée comparte algunas de estas carencias y sus tres fases son expuestas en poco más de una página.

En este escenario, los procesos políticos del continente restan opacos: según un historiador fueron «una masa de insignificantes conflictos poco dignos». 3 Otro escribe perspicazmente que «los actores en este drama europeo raramente estuvieron en posesión del argumento» y que, de hecho, «no hubo un solo argumento sino muchos», pero aunque dichas y otras obras relaten debidamente ciertos detalles de dicho argumento (o argumentos), sus dinámicas internas permanecen considerablemente inexploradas. 4 Para Jacques Heers, al tratar vívidamente sobre la vida política de las ciudades italianas medievales, parecía que era casi imposible escribir su historia política. Sus palabras, de hecho, se podrían aplicar en conjunto a la política de la Europa bajomedieval:

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