John Watts - La formación de los sistemas políticos

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Este gran mapa de la vida política en la Europa medieval tardía proporciona un nuevo marco para entender los desarrollos que formaron este periodo turbulento. El relato se centra en los resultados combinados del crecimiento político y gubernamental a través del continente. La época de la Guerra de los Cien Años, el cisma y la revuelta también fue un tiempo de rápido crecimiento en jurisdicción, impuestos y representación, en el que se incrementó la alfabetización y se desarrolló la técnica política. Con una introducción completa a los acontecimientos y a los procesos políticos acaecidos entre los siglos XIV y XVI, este libro combina una narración amplia y comparativa con la discusión de regiones y estados individuales, incluyendo la Europa oriental y del norte junto con la más familiar Europa occidental y del sur.

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Existen, sin embargo, importantes problemas con las interpretaciones políticas invocadas por dicho contexto socioeconómico generalizado. En primer lugar, hay –y siempre lo ha habido– un desacuerdo sustancial entre los historiadores sociales y económicos acerca de qué estaba sucediendo en verdad durante aquel periodo. Como el propio Perroy señalaba en 1949, «crisis» es una palabra ambigua –puede significar punto de inflexión, pero también depresión y, en este sentido, los historiadores han disentido profundamente sobre la condición de la economía bajomedieval, por no hablar de la naturaleza de su relación con la vida social y política–. 18 Si bien existe un gran consenso sobre la estagnación de la primera mitad del siglo XIV y la deflación de mediados del XV, las valoraciones sobre el final de ambas centurias varían ampliamente, con algunos autores que enfatizan la vitalidad y la expansión (especialmente en las manufacturas) y otros que destacan la recesión y el declive. Puede parecer obvio que el descenso generalizado de la población de finales del siglo XIV y principios del XV produjera una contracción de la economía, pero, evidentmente, el mismo descenso demográfico también generó un balance más positivo entre población y recursos, creó nuevos mercados para bienes y, como han enfatizado especialmente los historiadores marxistas, coincidió con ciertos progresos socioeconómicos agudamente divergentes en Oriente y Occidente. Incluso se han llegado a cuestionar algunas de las presunciones más básicas de la historiografía, con un destacado historiador que ha desafiado la antigua creencia universal de que Europa había llegado al límite de su sostenibilidad demográfica en torno a 1300, mientras que otro ha sugerido que la población de Francia en 1328 era quizás tan solo la mitad de lo que solíamos creer. 19

Al mismo tiempo, los historiadores franceses y alemanes son cada vez más escépticos sobre el supuesto empobrecimiento de la nobleza bajomedieval: por más que las rentas estrictamente agrarias pudieron haber declinado, dichas familias siempre habían extraído ingresos de una notable variedad de recursos –molinos, mercados, peajes, tallas, diezmos, jurisdicciones– y siguieron haciéndolo; ciertamente se pudieron beneficiar de los nuevos mecanismos gubernamentales, como la fiscalidad real, pero también continuaron beneficiándose de los antiguos. 20 No en vano, la propia noción de «crisis» ha quedado en entredicho: el difunto Stephan Epstein la reconfiguró como una «crisis de integración» –un proceso de ajuste de las estructuras mercantiles del continente– y muchos historiadores italianos han abandonado el término en general, prefiriendo hablar de «reconversión» o «transformación». 21 Por supuesto, para los historiadores de la economía que trabajan con datos fragmentarios y locales resulta complicado distinguir las sacudidas cíclicas de las tendencias a largo plazo, por lo que es difícil decidir dónde poner el énfasis cuando cada cambio demográfico o social produce una mezcla de resultados positivos y negativos. Si alguna vez fue posible llegar a un cierto consenso, o si existieron debates manejables entre los que enfatizaban los aspectos depresivos de la economía y los que se centraban en las áreas de crecimiento, la imagen es ahora demasiado compleja como para resistir a una generalización. Bajo estas circunstancias, la pretensión de que la economía sirva como mecanismo central de explicación e interpretación de la vida política medieval parece endeble.

De hecho, los intentos por relacionar las causas económicas y las consecuencias políticas siempre han sido algo escurridizos. En primer lugar, los modelos principales de la economía política tienden a centrarse en el siglo XIV, dejando para el XV una mezcla relativamente poco teorizada y explorada de estagnación y recuperación. 22 Es cierto que hay un énfasis bien establecido en el papel de los factores monetarios en los problemas de mediados de siglo y que ha habido también cierto interés en la «economía del Renacimiento», pero, en conjunto, las explicaciones economicistas no dominan los relatos de la política del siglo XV como lo hacen con el XIV. 23 A su vez, a partir de investigaciones más detalladas ha quedado claro que ni las dificultades económicas ni el bienestar explican demasiado sobre las revueltas políticas del periodo, ya fueran populares o aristocráticas. La visión de Mollat y Wolff acerca de que el empobrecimiento habría dado lugar a los alzamientos de las décadas de 1350, 1370 y 1380 se ha mostrado errónea en suficientes casos como para que la descartemos definitivamente como causa general, mientras que la explicación alternativa –la prosperidad creciente de las capas bajas– únicamente funciona a medias para la revuelta de los campesinos ingleses y no encaja en otras insurrecciones bien conocidas como la rebelión flamenca de 1323-1324, la de los Ciompi de 1378, los pogromos hispánicos de 1391 o el alzamiento de Caux en 1435. Si reparamos en que muchos movimientos populares involucraron a otros grupos, incluyendo a los que tenían intereses económicos opuestos, se nos muestra probable que hubiera otros factores más importantes en la configuración de dichos episodios; en este sentido, para explicar el comportamiento de los rebeldes, Samuel Cohn ha destacado de manera reciente la prominencia de los sentimientos de injusticia y otros valores políticos que ellos mismos alegaban. 24

En sus interpretaciones, Mollat, Wolff y otros prestan cierta atención a las causas políticas, incluyendo algunas generales como la fiscalidad y el crecimiento del estado, pero invariablemente las consideran secundarias. La historia económica de hoy, por otra parte, pone mayor énfasis en la interacción de factores económicos, sociales y políticos, lo que ha permitido que estos últimos influyeran por fin sobre los dos primeros. La audaz reinterpretación de la economía bajomedieval de Epstein atribuye un papel mayor, incluso primordial, a un proceso esencialmente político, el de la formación del estado, en la configuración del cambio económico: a corto plazo, argumenta, el desarrollo de los estados fue un factor para el crecimiento de la guerra y contribuyeron con ello a las crisis de distribución y a la poca inversión de comienzos del siglo XIV; a largo plazo fomentó un mejor crecimiento, al romper los obstáculos a la especialización y al intercambio que unos municipios y unos señores feudales anteriormente independientes habrían impuesto. 25 Otros estudios locales han enfatizado igualmente el papel de la política gubernamental y la cultura política en la producción de resultados económicos, de manera que, por ejemplo, se ha mostrado que la opresión del campesinado catalán provino principalmente del orden legal y político desarrollado en el siglo XIII, mientras que en Castilla se ha indicado que la suerte de la industria de la lana y el textil durante siglo XV estuvo condicionada por las relaciones de poder entre los reyes, los magnates y los municipios. 26

No es difícil ver por qué la noción clave de crisis socioeconómica ha alterado tan poco las narrativas convencionales de declive y transición. De hecho, en todo caso, las ha fortalecido, reconociendo la importancia histórica de la elevada mortalidad del periodo y proporcionando el peso historiográfico de la teoría marxista a unos relatos más tradicionales. De esta manera la historia política ha sido incuestionablemente enriquecida por el reconocimiento de sus circunstancias sociales y económicas, pero al mismo tiempo parece que la abrumadora preeminencia de aquel tipo de interpretación en las explicaciones de nuestro periodo –especialmente para el siglo XIV– se base en el atractivo de inserirse en una explicación a gran escala y en la falta de tesis alternativas ofrecidas por los historiadores políticos y constitucionales de mediados del siglo XX. Las hambrunas, la Peste Negra, el descenso demográfico prolongado, la escasez de plata en torno a 1400 y a mediados del siglo XV, las fluctuaciones de la producción urbana y rural y los patrones cambiantes de la explotación económica debieron afectar a la política, y negarlo no es, en absoluto, la intención de este libro, pero de todo lo que hemos expuesto debería quedar claro que los procesos económicos son demasiados complejos y diversos para dar el tipo de explicación general sobre la política bajomedieval que se les ha forzado a ofrecer. Ahora que se reconoce que los factores políticos también ayudan a configurar el comportamiento social y económico, parece aún más importante tener también en consideración el papel que los progresos de la cultura política y gubernamental pudieron haber jugado en el estallido de las crisis políticas de nuestro periodo.

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