Julius Bahnsen - Lo trágico como ley del mundo y el humor como forma estética de lo metafísico

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Publicado en 1877 por Julius Bahnsen, uno de los principales representantes de la escuela pesimista alemana del siglo XIX," Lo trágico como ley del mundo y el humor como forma estética de lo metafísico" manifiesta el original modo de filosofar de Bahnsen, expuesto en su peculiar estilo literario, caracterizado por una amarga ironía y un corrosivo humorismo. En él presenta «in nuce» su estética, y los rasgos fundamentales de su «pesimismo de la contradicción», que se traduce en una reinterpretación de las categorías estéticas de la «tragedia» y el «humor». Se trata del escrito más accesible para el lector actual, que se sentirá en el centro mismo del nihilismo, ese mal de nuestro tiempo.

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Un problema con el que se enfrenta la filosofía desarrollada por Bahnsen estriba en su intento de enunciar a través del lenguaje –un medio de expresión estructurado lógicamente– una realidad que, por ser dialéctica y auto-contradictoria, nunca puede someterse a la lógica: ¿cómo exponer sin contradicción la verdad de un mundo lleno de contradicciones? 11 Bahnsen afronta esta tarea empleando un estilo muy metafórico y en ocasiones humorístico, casi «barroco», cargado de innumerables referencias y de comparaciones ingeniosas, a veces un tanto oscuras, con las que trata de aclararnos la permanente contradicción como esencia fundamental del mundo. Así se explica que Bahnsen no parezca seguir ningún método sistemático de exposición, procediendo más bien con afirmaciones y enunciaciones de hechos, convencido de que el conocimiento discursivo obtenido por los procedimientos escolásticos no penetra en la realidad, y es necesario sustituirlo por una visión intuitiva del Universo. Resulta difícil, en consecuencia, seguir el desarrollo de su doctrina, si bien nunca falta alguna fórmula aguda y luminosa, que nos permite adivinar la potente originalidad de su discurso. 12

4.TRAGEDIA Y HUMOR

Una de las formulaciones más lúcidas del carácter dialéctico-real, absolutamente contradictorio, de la realidad que nos rodea, la encuentra Bahnsen en el análisis que realiza de lo trágico , categoría estética que saca a relucir la auto-escisión fundamental de la voluntad, y que se encuentra indisolublemente unida en su ensayo Das Tragische als Weltgesetz a los conceptos filosóficos del deber y la moralidad.

Bahnsen mantiene en su escrito sobre lo trágico que este concepto tiene dos dimensiones: una ontológica , por cuanto la ley fundamental que rige nuestro mundo es de naturaleza conflictiva, y por consiguiente «trágica»; y otra estética, puesto que el arte dramático responde al propósito fundamental de poner de manifiesto ante los espectadores la tremenda fuerza de esta ley, que desgarra la voluntad, mostrando cómo sucumben los hombres ante su peso aplastante.

En efecto, Bahnsen apunta al hecho, esencialmente trágico, por el cual, cuanto más se alza un individuo hacia la moral, más autónoma y fuerte deviene su voluntad, de manera que su sufrimiento se hace mucho más intenso; primero, porque la propia noción del deber a menudo resulta poco clara para él, y, en segundo lugar, porque sus principios, precisamente por su extremada elevación, se encuentran en permanente conflicto con las tendencias egoístas y los malos instintos que se agitan en su seno, impulsándole hacia el mal. Esto sin contar con que, por encima de todo, la naturaleza del deber resulta en muchas ocasiones en sí misma contradictoria, pues el sujeto se encuentra situado ante dos obligaciones contrapuestas, de manera que, obedeciendo a una de ellas, no puede evitar violar la otra. 13 Y lo terrible de este destino es que se trata de algo inevitable, inscrito, por así decirlo, en la naturaleza de las cosas: está en la naturaleza, por ejemplo, que el ser humano pertenezca a la vez a su familia y a una patria, y que, en tiempos de peligro nacional, ambas se lo disputen.

Este dilema atañe, igualmente, a la naturaleza de la voluntad: pues cualquier acto se encuentra precedido de una deliberación entre dos tendencias del querer opuestas, cuya resolución, que parece concluir el debate, no hace otra cosa que terminarlo mediante un brusco golpe de fuerza que no prueba nada; si se prolongase, la disputa podría muy bien haber finalizado de otro modo, sin contar con que el querer que ha sido vencido, subsiste en estado de frustración, y siempre podemos dudar de si la razón no estaba también de su lado. Por todas estas causas, la vida no es sino una sucesión de faltas inevitables y una acumulación de remordimientos; dicho de otro modo: cuanto más clara y delicada es en nosotros la conciencia del deber, más nos toca sufrir.

Es la permanente tragedia de la vida común , esa «desgarradura que recorre el mundo del macrocosmos al microcosmos», 14 centrada en el insoluble conflicto de deberes, lo que pone ante nuestros ojos el teatro dramático; pues, en efecto, ¿qué hará el héroe del drama ante dos imperativos contrarios? Si actúa, viola un deber; si duda, falta a los dos. Y si, para acabar con su indecisión, opta –no en virtud de una preferencia razonada, sino por librarse de su angustia– por lanzarse a la acción de forma azarosa (como solemos decir «de cabeza»), pronto se da cuenta de que su acción ha tomado un sesgo funesto, pródigo en crímenes involuntarios.

Así lo demuestra el ejemplo de Hamlet, 15 quien dudando entre el respeto debido a su madre y la venganza prometida a su padre, acaba por matar accidentalmente al inocente Polonio. Y es que el solo hecho de actuar –esto es, de «actualizar la voluntad»–, supone una falta al mismo tiempo que un deber; de manera que el deber no eleva al ser humano más que para destrozarle mejor, y hacerle experimentar un sufrimiento más intenso que, eso sí, lo ennoblece por encima de cualquier otro ser.

Es preciso, por consiguiente, renunciar a la esperanza que habían concebido otros autores pesimistas de liberar al hombre del dolor a través de la moralidad; por el contrario, todo héroe es, de alguna manera, un mártir; y ninguna teoría podrá liberarle de la necesidad de responder a alguna de las contradictorias exigencias que emanan de deberes contrapuestos. El más alto punto al que puede alzarse el ser humano estriba en comprender que la ley suprema del deber es absurda, y sin embargo augusta e irresistible, y que él, a pesar de todo, está obligado a obedecerla velis nolis , con plena conciencia de su carácter absurdo y desesperante.

Solo en el arte trágico, con su amarga seriedad, conoce la voluntad su propio desgarramiento. A través del arte bello , en cambio, que no es más que simple apariencia, intenta eludir esta verdad, e ilusionarse a sí misma, engañándose sobre su radical auto-escisión. Disfrutando de la belleza, a partir de un par de instantes de felicidad, y sin tener presente la realidad de la falla que atraviesa todo su ser y devenir, la voluntad se sueña a sí misma en la posesión de una beatitud ideal, mediante la cual se imagina tornar al seno de la ausencia de lucha premundana. Satisfecha con una belleza que no es más que aparente, la voluntad cree asistir a una supuesta –y en realidad imposible– unificación de lo contradictorio, y aspira a superar la escisión del mundo, haciéndose por un momento la ilusión de haber escapado de ella. 16

Queda, no obstante, una tercera categoría estética: el humor , que permite a la verdad trasladarse a la forma de la apariencia (mientras lo bello exhibe una simple apariencia como si fuese verdad). Por medio del humor y la comedia, el contenido de la voluntad ingresa en la esfera intelectual, elevando con ello al espíritu, que logra volverse así contra lo querido, mostrando al mismo tiempo, junto al padecimiento, lo monstruosamente grotesco y cómico, tanto de nuestra existencia, como del querer mismo. En el humor, «el intelecto, en medio de todos los martirios que padece por causa de la voluntad, se deshace de ésta y de su humillante violencia», 17 dando un salto que le permite alzarse a un ámbito de libertad en el que el individuo, sin perder lo más mínimo en la intensidad de su sentir, deja por debajo de si, sobrevolándolo, todo aquello que le preocupaba y le hacía padecer hasta ese momento, mostrando su completa nulidad.

De este modo, la comedia le permite al sujeto lograr «un relajamiento de la extrema tensión que supone el dolor de la existencia, sin el cual terminaría dando un salto, bien a la muerte, bien a la locura». 18 El humor, sin prescindir del sentimiento (pues no debe confundirse con la burla), logra que el sujeto enfoque de forma objetiva y reflexiva las contradicciones del mundo y de la vida, haciendo que la tase en su verdadero valor, que es casi siempre poco menos que nulo, produciendo en él un efecto liberador, en que se mezclan la ironía y, por qué no, cierto grado de ternura.

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