Noelia Truffa
Escribiendo por el mundo
Relatos de vida nómada
Ilustrado por Omar Truco
Truffa, Noelia
Escribiendo por el mundo : relatos de vida nómada / Noelia Truffa ; Ilustrado por Omar Truco. 1a ed Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-4188-93-9
1. Diario de Viajes. I. Truco, Omar, ilus. II. Título.
CDD A863
© Noelia Truffa, 2021
Primera edición, septiembre de 2021
Edición
Magalí Etchebarne
Diseño y diagramación
Noelia Truffa
Corrección
Martín Vittón y Karina Garofalo
Ilustraciones
Omar Truco
Conversión a formato digital: Libresque
Hecho el depósito que establece la ley 11.723.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra
sin la autorización por escrito de los titulares del copyright .
metropolis@pampublicaciones.com.ar
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Si este libro llegó a tus manos, supongo que es porque te gusta viajar y leer sobre viajes. Si es así, vamos por buen camino. Pero acá vas a encontrar mucho más y este es, en realidad, un libro interactivo para que viajemos juntos. Te cuento cómo es eso.
El libro está dividido en doce capítulos, que corresponden a los doce países que Omar y yo visitamos a lo largo de nuestros primeros dos años de vida nómada, durante 2019 y 2020. En cada capítulo vas a encontrar relatos de nuestras experiencias, cosas que nos pasaron, decisiones que tuvimos que tomar cuando no teníamos idea de qué hacer, situaciones que hubiéramos querido evitar, errores que cometimos, historias de la gente que conocimos a lo largo de los kilómetros, recuerdos que vamos a guardar siempre como tesoros y otros que preferiríamos olvidar, cosas que sentimos, temas en los que no estuvimos de acuerdo, qué hicimos cuando se paró el mundo y viajar se volvió impracticable, y mucho más. Vendría a ser como una radiografía, el viaje visto desde adentro, entre bambalinas.
¡Pero eso no es todo! También vas a encontrar una receta típica de cada país que visitamos. Los ingredientes, técnicas, tradiciones y todo lo que hace a la gastronomía de un lugar dicen mucho sobre él, y conocer algo de eso, para mí, es una de las formas más hermosas de viajar. Procuré que cada una de las recetas, además de tener una razón de ser, de estar conectada con nuestro viaje de alguna manera y de reflejar la esencia de cada lugar, sea fácil y tenga ingredientes simples para que la puedas preparar en el lugar del mundo donde estés. Si te gusta cocinar, probablemente sabés de qué te hablo. Y si no, te propongo que les des una oportunidad a estas recetas que elegí con mucha dedicación para que fueran parte de este libro, porque no hay nada más hermoso —¡y rico!— que conocer o recordar un lugar a través de sus sabores. Ojalá te gusten y te animes a sumarte a este recorrido con todos los sentidos.
Si además de leer sobre viajes y disfrutar de una comida étnica preparada en casa también te gusta escribir o ejercitar la creatividad, estás de suerte: en el libro vas a encontrar doce consignas para completar. Cada una forma parte de un capítulo y no de otro porque está relacionada con nuestro paso por ese país, aunque son totalmente adaptables para que las completes en el rincón del globo donde estés y cuando quieras.
Espero que disfrutes estas páginas tanto como yo disfruté escribirlas y ¡gracias infinitas por viajar con nosotros!
NOE
El 1.º de enero de 2019 a las doce y diez de la madrugada, justo después de que el piloto nos deseara feliz año nuevo por el altoparlante, despegó del Aeropuerto de Ezeiza un avión de Turkish Airlines con destino al principio de esa vida nómada que tanto habíamos imaginado. Antes de ese momento, en el que estábamos empezando una aventura y un nuevo estilo de vida juntos, Omar y yo habíamos recorrido caminos muy diferentes, caminos que, afortunadamente, en algún punto se cruzaron.
Mi historia empezó en Buenos Aires, donde nací y viví hasta que empezó este viaje. De chica, el viajar estaba asociado a diferentes lugares de la costa atlántica de Buenos Aires, como Villa Gesell, Mar del Plata, Pinamar, Miramar y San Bernardo. A los once años llegó el viaje de egresados de la escuela primaria, nos fuimos a Tandil y allí conocí las sierras. A los dieciocho volví a ver sierras (ahora un poquito más altas) en un viaje a Córdoba.
Más tarde en la vida, muy de a poco y con mucho esfuerzo, siguieron viajes a Uruguay, Chile, México, Bolivia y varias provincias de Argentina.
La vida continuó su curso y un día helado de febrero de 2012 pisé Europa. El viaje duró un mes y lo estuve pagando durante los tres años siguientes. Cada centavo —¡de euro!— valió la pena. No podía creer lo lejos que había llegado.
Todos y cada uno de esos viajes habían sido en vacaciones. Eso significaba que siempre tenía que volver muchísimo antes de lo que quería, y que siempre había un departamento alquilado, un trabajo, una carrera y mil cosas más esperándome en Buenos Aires.
En 2016, poco antes de cumplir treinta años y —¿casualmente?— durante uno de esos viajes de los que nunca quería volver, tuve la revelación que cambiaría por completo el resto de mi vida. La recuerdo fresca como el rocío en una madrugada de verano. Aquel era un viaje en solitario y estaba en un colectivo local destartalado de la ciudad de Chiang Rai, en Tailandia. Era muy temprano, las siete y media de la mañana. Había elegido ese horario para conocer el Templo Blanco, la atracción más importante de la ciudad, porque era la hora del día en la que el calor agobiante del verano en el trópico todavía daba un respiro.
El colectivo estaba casi vacío y los pocos pasajeros que me rodeaban eran tailandeses y monjes budistas rapados y vestidos con túnicas de color anaranjado. Los turistas todavía estaban durmiendo y en el entorno no se respiraba nada más que calma. El colectivo avanzaba con todas las ventanas abiertas mientras yo miraba el paisaje que pasaba delante de mis ojos como si fuera una película. No recuerdo nada que me llamara particularmente la atención, pero aun así estaba alucinando con lo que me rodeaba.
En medio de ese trance, apareció un momento de lucidez que no puedo explicar de dónde habrá salido pero lo vi más claro que el agua. Supe que quería vivir viajando, ser nómada, dedicar mis días a recorrer lugares como aquel y tantísimos otros que todavía no conocía. A modo de cierre del trato conmigo misma, sonreí como agradecimiento al universo por esa epifanía y se me cayó una lágrima de emoción de solo imaginarlo. Me prometí que nunca más volvería a Buenos Aires de la misma forma en que había vuelto de todos los viajes anteriores y, en cambio, solo volvería para prepararme para salir, tardara lo que tardase. No sabía ni cuándo ni cómo, pero lo había visto muy claro, se había sembrado una semilla viajera que crecía a toda velocidad y ya no había posibilidad de volver atrás.
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