En definitiva:
Merton reveals himself as one human being with perhaps greater possibilities than most of us (extraordinary combination of talents and interests), and undoubtedly more realizations. He stands before us —occasionally tempted to pose— as contemplative monk (man of mystical prayer, cenobite, Master of Novices, hermit); versatile writer (autobiographer, poet, novelist, commentator, critic, essayist, meditator-on-paper); passionate intellectual (probing literature, art, theology, philosophy, history, psychology, the traditions of many cultures); committed seeker of justice (for minorities, the underprivileged, the oppressed, the rejected, the ignored and forgotten ones); lover of peace (among nations, races, religious traditions, and within the individual heart). Thomas Merton does not put himself forth as a paradigm; he does not give us a model but “only” himself. 27
II
Los apelativos para referirse a Thomas Merton no cesaron de proliferar: “bridgeperson”, 28 “monastic sport”, 29 “solitary”, 30 “man of prayer”, 31 “evolving monk”, 32 “Zen master”, 33 “monk of renewal”, 34 “ecumenical monk”, 35 “peacemaker”, 36 “contemplative critic”, 37 “friend of Latin America”, 38 “monk on a journey”, 39 “pilgrim in process”, 40 etc. También él mismo resolvió mostrarse al mundo con multitud de nombres a modo de guiños, “disfraces” oportunos o heterónimos necesarios; detrás de todos ellos, y en su representación, se sintió llamado a una identidad sin atributos; desde ese nuevo ser continúa hablando un hombre nuevo de nombre impronunciable, y en su inefabilidad tal vez más cercano a nosotros que nuestras frecuentemente equívocas señas de identidad: “Because You have called me here not to wear a label by which I can recognize myself and place myself in some kind of a category. You do not want me to be thinking about what I am, but about what You are. Or rather, you do not even want me to be thinking about anything much: for you would rise me above the level of thought. And if I am always trying to figure out what I am and where I am and why I am, how will that work be done?” (SSM: 421). Un año antes de morir, Merton escribía de sí en los siguientes términos:
Born 1915 in Southern France a few miles from Catalonia so that I imagine myself by birth Catalan and am accepted as such in Barcelona where I have never been. Exiled from Catalonia I came to New York, then went to Bermuda, then back to France, then to school at Montauban, then to school at Oakham in England, to Clare College Cambridge where my scholarship was taken away after a year of riotous living, to Columbia University New York where I earned two degrees of dullness and wrote a Master’s thesis on Blake. Taught English among Franciscan football players at St. Bonaventure University, and then became a Trappist monk at Gethsemani KY in 1941. First published book of poems 1944. Autobiography 1948 created a general hallucination followed by too many pious books. Back to poetry in the fifties and sixties. Gradual backing away from the monastic institution until I now live alone in the woods not claiming to be anything, except of course a Catalan. But a Catalan in exile who would not return to Barcelona under any circumstances, never having been there. Recently published Raids on the Unspeakable, Conjectures of a Guilty Bystander, Mystics and Zen Masters , have translated work by poets like Vallejo, Alberti, Hernández, Nicanor Parra, etc. Proud of facial resemblance to Picasso and/or Jean Genet or alternatively Henry Miller (though not so much Miller). 41
El texto es interesante por distintos motivos, pero lo que merece señalarse ahora es que en él revela cómo, de una forma asombrosa y paradójica, y a pesar de su decisión radical de adoptar una nueva forma de vida, esta iba a terminar por cumplir los designios iniciales de su madre, el proyecto educativo que Ruth Merton concibiera para sus hijos Tom y John Paul; en su temprana autobiografía el joven monje se encontraba aún lejos de sospechar tal cosa de sí mismo, y así, aún en contra de sus expectativas, el párrafo que sigue resultaría casi profético:
Mother wanted me to be independent, and not to run with the herd. I was to be original, individual; I was to have a definite character and ideas of my own. I was not to be an article thrown together, on the common bourgeois pattern, on everybody else’s assembly line. If we had continued as we had begun, and if John Paul and I had grown up in that house… we would have turned into good-mannered and earnest sceptics, polite, intelligent, and perhaps even in some sense useful. We might have become successful authors, or editors of magazines, professors at small and progressive colleges. The way would have been all-smooth and perhaps I would never have ended up as a monk. (SSM: 11)
Es cierto que Merton no terminó siendo solamente un escritor, pero uno de sus mayores conflictos de lealtad 42 lo supuso el que mantuvo entre su papel de monje y de escritor durante toda su vida monástica; por otra parte, pese a su resistencia, sí acabaría después de todo siendo un autor famoso, y editor de una pequeña revista contracultural, 43 y aunque no fue profesor universitario, ejerció un oficio semejante en sus responsabilidades consecutivas como maestro de escolásticos y maestro de novicios, impartiendo conferencias de carácter muy diverso. 44
Con todo, no podemos pasar por alto que hay una enorme diferencia entre el joven intelectual de ropaje secular, sofisticado, familiarizado con los movimientos artísticos de vanguardia, lector ávido, y estudiante febril, peregrino mundano en Europa y América, y el mismo joven, esta vez con un hábito religioso que iba a significar mucho más que un mero cambio de apariencia, incluso si esa elección radical estuviera inicialmente impregnada de romanticismo. La diferencia radica en que su nueva vida habría de estar orientada a un sólo propósito, renunciando a cualquier otro proyecto personal, y por encima de toda otra determinación familiar o social. En su trayectoria monástica, su comprensión de lo que es un monachos habría de sufrir alteraciones hasta alcanzar resonancias universales, o podríamos decir, hasta hacerse “integradora”, esto es, inclusiva del hecho religioso esencial en cualquiera de sus manifestaciones. El monachos solitario habría de transformarse en un monachos solidario.
Quizá convenga, antes de aventurarse en la exploración mertoniana de ese “rostro original” que constituye la médula de toda búsqueda religiosa, recorrer el abanico de identidades diferentes que Merton adoptó a lo largo de su vida. Nicholls y Kent 45 establecen varias etapas, muchas veces solapadas.
La primera, una etapa de búsqueda de arraigo social, resultó especialmente ardua en su caso, por proceder de una familia de orígenes distintos —su madre era estadounidense y su padre de Nueva Zelanda, y por verse obligado a pasar su niñez y juventud en tres países diferentes; esta etapa inicial concluiría significativamente con la obtención de la nacionalidad norteamericana, una década después de su ingreso en el monasterio. Ahora su condición de ciudadano extemporáneo y contemporáneo, de católico converso, primero “romano” y finalmente “universal”, y de americano por libre decisión, le iba ofrecer la oportunidad con mucha frecuencia, como deber de conciencia y como imperativo cívico, de alzar la voz ante los hechos moralmente reprobables que tuvieron lugar en los Estados Unidos o en otros países directamente afectados por las intervenciones, cuando no injerencias, políticas de su gobierno.
Antes de haber concluido esa primera etapa, de acuerdo con Nicholls y Kent, emprendería una nueva búsqueda de filiación religiosa, otra forma de pertenencia que empezaría a sustanciarse con su conversión al catolicismo en noviembre de 1938, y que continuaría consolidándose de modo firme hasta su ingreso en la orden trapense y allí, con la adopción simbólica de un nuevo nombre, Brother Louis. Bajo esta nueva guisa, tres nuevas búsquedas iban a tener lugar, derivadas de la primera, y cada una de ellas más exigente que la anterior: la del monacato, la de la contemplación, y por último, la de la santidad. Simultáneamente, su vocación de escritor experimentó distintas redefiniciones: al principio, supuso una amenaza para la vida religiosa, más tarde aportó una faceta complementaria a la de la contemplación —recordemos que Elena Malits se refería a Merton como “a meditator-on-paper”— y por último sirvió para dar cumplimiento a una llamada irrenunciable. Hacia el final de su vida veremos emerger a un monje diferente, ansioso por abrirse paso más allá del “ghetto Catholicism” y de ciertas estructuras monacales, bien que no de su espíritu, consecuente con el auténtico aliento ecuménico de los monasterios católicos, en pos de una mirada más universal y sin etiquetas particulares, la de un ser humano pleno, un “hombre nuevo” y portador, en su vida, de una buena nueva. En ese desarrollo resulta de crucial importancia su interés creciente por la vía del zen, y su afinidad con el talante espiritual de sus representantes o de representantes de otras corrientes de afín sensibilidad. 46 Lejos de cualquier falso rumor, no se trataba de que renegara de su credo o de su condición; por el contrario, esa apertura suponía otra forma de hospitalidad antes que de hostilidad monástica y una expresión de libertad interior:
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