Thomas Merton
Traducción de José Coronel Urtecho
PLIEGOS DE ORIENTE
Título original: The Way of Chuang Tzu
© Editorial Trotta, S.A., 2020
www.trotta.es
© The Abbey of Gethsemani, 1965
© José Coronel Urtecho, traducción, 2020
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ISBN (e-pub): 978-84-9879-971-2
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A John C. H. Wu sin cuyo estímulo no me habría atrevido a esto
Advertencia al lector
Estudio sobre Chuang Tzu
VERSIONES DEL LIBRO DE CHUANG TZU
El árbol inservible
El sombrerero y el buen gobernante
El respirar de la naturaleza
El gran saber
El eje
Las tres de la mañana
Destazando un novillo
El hombre sin un pie y el faisán de pantano
El ayuno del corazón
Los tres amigos
La vela de Lao Tzu
Confucio y el loco
El hombre verdadero
Metamorfosis
El hombre nace en el Tao
Dos reyes y no-forma
Hacer saltar la caja de seguridad
Dejar en paz
El hombre real
Qué profundo es el Tao
La perla perdida
En mi fin está mi principio
Cuando la vida estaba en su plenitud, no había historia
Cuando a un hombre muy feo
Los cinco enemigos
Acción y no-acción
El duque Hwan y el carrero
Las crecidas del otoño
Lo grande y lo pequeño
El hombre del Tao
La tortuga
El búho y el Fénix
La alegría de los peces
La perfecta alegría
Sinfonía para un pájaro del mar
Integridad
La necesidad de ganar
Los puercos sacrificiales
El gallo de pelea
El tallador
Cuando el zapato queda bien
El bote vacío
La huida de Lin Hui
Cuando Saber fue al norte
La importancia de ser desdentado
¿Dónde esta el Tao?
Luz de Estrella y No-Ser
Keng Sang Chu
El discípulo de Keng
La torre del espíritu
La ley interior
Excusas
Consejos al príncipe
La vida activa
La Montaña del Mono
La buena suerte
Huyendo de la benevolencia
El Tao
Lo inútil
Medios y fines
Huyendo de su sombra
El funeral de Chuang Tzu
Glosario
Bibliografía
El especial carácter de este libro exige una explicación. Los textos de Chuang Tzu *aquí reunidos son el resultado de cinco años de lectura, estudio, anotación y meditación. Las notas han adquirido con el tiempo su propia forma y han terminado siendo como quien dice, «imitaciones», o mejor dicho, libres lecturas interpretativas de los pasajes característicos que me han llamado especialmente la atención. Estas «lecturas» a mi manera, son el producto de una comparación de cuatro de las mejores traducciones de Chuang Tzu en lenguas occidentales, dos en inglés, una en francés y otra en alemán. Leyéndolas encontré diferencias muy notorias y pronto me di cuenta de que todos los que han traducido a Chuang Tzu han tenido que hacer bastantes conjeturas. Estas reflejan no solamente el grado de su conocimiento del chino, sino también su propia comprensión del misterioso «camino» descrito por un Maestro que escribió en Asia hace aproximadamente dos mil quinientos años. Como solo conozco unos pocos caracteres chinos, es evidente que yo no soy un traductor. Estas «lecturas» no son por consiguiente intentos de fiel reproducción, sino aventuras de interpretación personal y espiritual. Inevitablemente, cualquier versión de Chuang Tzu tiene que ser muy personal. Aunque en lo referente a erudición, ni siquiera soy un enano sobre los hombros de esos cuatro gigantes, y aunque no todas mis versiones puedan calificarse como «poesía», creo que cierto tipo de lector disfrutará de mi intuitiva aproximación a un pensador que es a la vez sutil, entretenido, provocativo y no fácil de captar. Esto lo creo, no con fe ciega, sino porque los que han leído mi manuscrito lo han encontrado de su gusto y me han estimulado a publicarlo. De modo que aunque no creo que este libro merezca censura, si alguien desea ser desagradable respecto a él, puede culpar, a la par mía, a mis amigos, especialmente al doctor John Wu, mi principal animador y cómplice, cuya asistencia me ha sido de muchas maneras utilísima. Vamos juntos en esto. Y podría también añadir que escribir este libro me ha dado más gusto que ningún otro de los que recuerdo. Así es que me confieso pertinaz impenitente. Mis tratos con Chuang Tzu me han sido de lo más satisfactorios.
John tiene la teoría de que en «alguna vida anterior» fui un monje chino. Yo no sé nada de eso y, por supuesto, me apresuro a tranquilizarlos a todos asegurándoles que no creo en la reencarnación (como tampoco él). Pero sí he sido monje cristiano casi veinticinco años, y con el tiempo, así se llega inevitablemente a ver la vida desde un punto de vista que ha sido común entre los solitarios y reclusos de todas las épocas y culturas. Podemos discutir sobre la tesis de que todo monacato, cristiano o no cristiano, esencialmente es uno. Yo creo que el monacato cristiano tiene evidentes características propias. Sin embargo, hay un modo de ver común a todos los que han resuelto poner en cuestión el valor de una vida enteramente sometida a arbitrarias proposiciones seculares, dictada por convencionalismos sociales y dedicada a buscar satisfacciones personales que quizá no son más que un espejismo. Cualquiera que sea el valor de la vida en el mundo, han existido en todas las culturas personas que aseguraban haber hallado en la soledad algo que preferían a todo lo demás.
San Agustín hizo una vez una afirmación algo atrevida (que matizó más tarde), diciendo: «Lo que se llama religión cristiana existió entre los antiguos y no ha dejado de existir desde el principio del género humano hasta la encarnación de Cristo» ( De vera religione , 10). Sería desde luego una exageración llamar «cristiano» a Chuang Tzu y no es mi intención perder tiempo en especular sobre posibles rudimentos de teología que se podrían descubrir en sus misteriosas declaraciones sobre el Tao.
Este libro no intenta probar nada, ni convencer a nadie de algo que ya desde antes no tenga por cierto. En otras palabras, no es una nueva sutileza apologética (como tampoco un acto de prestidigitación jesuítica) en que por arte de magia se sacarán conejos cristianos de un sombrero taoísta.
Simplemente me gusta Chuang Tzu por ser lo que es y no siento ninguna necesidad de justificar esta afición ni ante mí mismo ni ante nadie. Es demasiado grande para necesitar de mis excusas. Si san Agustín podía leer a Plotino y si santo Tomás podía leer a Aristóteles y Averroes (ambos sin duda mucho más distantes del cristianismo que Chuang Tzu) y si Teilhard de Chardin podía hacer uso abundante de Marx y Engels en su síntesis, me parece que puedo ser perdonado por congeniar con un solitario chino que comparte el clima y la paz de mi propia forma de soledad y que es mi tipo de persona.
Su temperamento filosófico es a mi parecer profundamente original y sano. Puede ser, por supuesto, malentendido. Pero es básicamente sencillo y directo. Como sucede siempre con el mejor pensamiento filosófico, trata de penetrar inmediatamente al corazón de las cosas.
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