Fernando Beltrán Llavador - La encendida memoria - aproximación a Thomas Merton

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La encendida memoria: aproximación a Thomas Merton: краткое содержание, описание и аннотация

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Este volumen analiza la vida y obra de Thomas Merton a partir de la relación entre los conceptos de soledad y sociedad desde una memoria iluminada. Se establecen correspondencias entre aspectos cruciales que se abordan dentro de las categorías amplias de soledad y sociedad desde la perspectiva de los estudios norteamericanos. La estructura monástica sería transformada en un proceso religioso dinámico, al igual que un tiempo de silencio habría de acompañar una necesidad de anunciar las buenas noticias halladas en el corazón de la contemplación y de denunciar los males de su tiempo. El crecimiento de Merton ilustra cómo iluminación y compasión acompañan indisociablemente el sendero de descenso al deshacer la caída de Adán. Se exploran las consecuencias éticas y políticas de una reconstrucción de la propia identidad con Cristo en su contexto estadounidense.

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Para Jean Leclerq, autor reconocido como autoridad en san Bernardo, el padre de los cistercienses, sobre el que ha escrito de manera exhaustiva, el carácter de la espiritualidad de Merton queda resumido en la radical orientación de la totalidad de la vida como oración: “Not so much prayer as an activity, as an obligation, a particular exercise, but a prayer life. To be a pray-er. Each one according to his environment”. Y una vez más señala cómo su soledad y su solidaridad estaban entreveradas: “The more alone he was, the more his horizons were open. So I think Merton showed that it’s for ordinary people to have a real prayer life and to be committed to universal concerns at all levels”. 15

Lejos del anterior físicamente, pero no en espíritu, su santidad el Dalai Lama, con quien tuvo la fortuna de entrevistarse en su último peregrinaje asiático, lo considera “a Catholic Geshe (‘a learned one’)” y también “a holy man”, y explica al respecto: “a holy man is one who sincerely implements what he knows… and despite his knowledge or his position, lives a very simple way of life and is honest, and respects other people”. 16

Para Thich Nhat Hanh, 17 monje budista exiliado de Vietnam por motivos políticos, resulta difícil rememorar su aspecto, pero no su actitud: “He was open to everything. I remember that I told him about my being a Buddhist novice in Vietnam. About my life. And that was very interesting to him. He wanted to know more and more. He did not talk so much about himself”. 18

Por último, dentro de esta caleidoscópica colección de testimonios, el arzobispo Jean Jadot, presidente del Secretariado Vaticano para los no cristianos en Roma, resume en tres los valores para los que Merton encontró una dimensión más honda: en primer lugar, nuestra relación con la naturaleza; a continuación, nuestra relación con la interioridad como algo natural, básico, común y esencial para todos los seres humanos y no exclusiva de ninguna élite de signo secular o religioso; y finalmente, nuestra relación con los otros de una manera completamente personal, una relación de comunión como la forma de comunicación más genuina, en comunidad por tanto mejor que en colectividad. Jean Jadot, a la luz de los escritos de Merton y de sus múltiples y variadas amistades, reconoce asimismo en su persona el carisma de un auténtico maestro espiritual. 19

Con otra orientación distinta a la de Wilkes, pero igualmente valiosa, Monica Furlong, en el epílogo a su biografía de Thomas Merton, 20 apunta algunos rasgos de su personalidad, luces y sombras de una vida compleja y rica, aunque también sencilla y pobre en otro sentido. Quizá debido a su orfandad temprana, a su permanente búsqueda de un hogar más allá del que pudiera ofrecerle su estancia terrena, a su necesidad imperiosa de encontrar estabilidad, se pueda entender mejor el sello de su marginalidad, su soledad constitutiva y también su enorme calor humano, ese difícil equilibrio entre una entrega compasiva y una distancia infranqueable. Pronto, señala, se sintió llamado a una misión “especial” en su vida, de modo a veces romántico, y en ocasiones extremas cercano a adoptar posturas neuróticas. La grandeza de su propósito, junto con el reconocimiento abierto de sus conflictos, contradicciones, frustraciones y equívocos, y la expresión desnuda y apasionada de todos ellos en su obra configuran un espejo de auténtica dimensión humana en el que tal vez podemos ver un reflejo de la pequeña gran dignidad compartida, el espectro de nuestra doble naturaleza, caída e inocente, contingente pero trascendente. Reconociéndose producto de su tiempo, de su clase y de su sociedad, quiso renegar de ellos para descubrir su yo verdadero en un paradisus claustralis (WS: 332-351), pero el propio monasterio, así entendido, quedaba reducido, en la clausura de un microcosmos, a otra versión sublimada del mundo que pretendía abandonar. Si su reclusión monacal iba a convertirse en un ejercicio de separación, entonces el significado religioso de la misma quedaría pervertido y disfrazaría, con oropeles de espiritualidad, un núcleo escondido de desprecio, miedo y culpa hacia la condición humana. Sin embargo, el propósito sincero de unión amorosa transformó providencialmente el potencial escenario de separación en un recinto para una cercanía más honda, en un espacio de comunión: “He plunged with extraordinary zeal into everything that made up the public consciousness of the 1960s, from presidential elections to fallout shelters, from Bob Dylan to ecumenism, from the beat poets to the renewal of the Catholic Church. He was passionately engaged”. 21 La misma autora señala sus frecuentes problemas de salud, su tendencia a trabajar de manera extrema, tanto física como intelectualmente, su asombrosa capacidad de lectura y escritura, su fidelidad permanente a la regla monástica, con el cumplimiento diario de las horas prescritas para la oración y la meditación además de su exploración seria de las vías del yoga y el zen.

En todas estas aproximaciones no es difícil empezar a atisbar en el eje de la personalidad de Merton una realidad paradójica, cuando no abiertamente contradictoria, como acertadamente ha destacado en otro lugar Lawrence S. Cunningham. 22 El primer hecho desconcertante, y central en esta sucinta introducción, es su exposición como personaje público. Lo que en opinión de ese autor hace de Merton una figura pública es su concepción de la vida contemplativa como un asunto que no podía quedar circunscrito meramente al ámbito privado. Cunningham sugiere que la paradoja de la elección de su milieu monástico y todas las que de ella se derivan quedan resueltas finalmente en el compromiso radical de Merton, desde las estructuras monásticas, no con ellas sino ante todo con Dios. Poseedor de un vasto conocimiento de su tradición y habiendo alzado en ocasiones la voz en favor de la reforma de la vida monástica, nunca se detuvo con especial empeño en cuestiones superficiales o meramente formales. Sin embargo, mostró un celo extremo en cuidar que la soledad monástica no se confundiera con la sutil construcción de una torre de marfil frente a la sociedad, y por eso insistió en la idea de que algunos monjes de probada capacidad y madurez pudieran establecer un diálogo serio con todas aquellas personas interesadas en las dimensiones internas del crecimiento humano y de la experiencia espiritual: poetas, filósofos, psiquiatras, artistas que pudieran reconocer en los monjes a otros “profesionales” como ellos mismos aunque deliberadamente escogen una clase de experiencia de otro orden y una visión diferente en su vida profesa.

Todas estas aproximaciones, a modo de pinceladas, pueden aún parecer una invitación a proyectar nuestra propia imaginación sobre una persona de rasgos concretos bien definidos, idealizándola de forma ingenua. En un entrañable escrito, Matthew Kelty nos describe su humanidad más cercana: manos y pies pequeños, vestir descuidado, siempre atento ante el interlocutor, de mirada rica y agradecido ante cualquier excusa para unas pequeñas pausas regaladas a una conversación siempre llena de buen humor y jovial, si bien presto a concluirla casi bruscamente cuando sentía que esta había llegado a término. Tenía un acusado sentido de la economía del tiempo, y aunque no escatimaba su dedicación a los otros, tampoco consentía entretenimientos vanos. En su opinión, “he had a great reverence for time, had a sacramental view of it”. 23 Poseía una extraordinaria capacidad de concentración y era organizado y disciplinado en su trabajo; en sus escritos, añade, seguía un patrón de escritura regular hasta obtener su versión mecanografiada. Planificaba sus días hasta el menor detalle, aunque sistematizar todas las actividades no le producía tensión. Afable y abierto en la conversación, siempre ofrecía ángulos originales ante el tema que se abordara, y si bien escuchaba con sumo respeto, cuando tenía alguna firme convicción difícilmente se le podía hacer cambiar de punto de vista. Escribía con portentosa rapidez, y nunca utilizaba los periodos de siesta diurna para decansar, aunque tampoco se consentía, ni consentía a los novicios, prolongar los periodos de trabajo más allá de lo prescrito para robárselo a los tiempos asignados a la oración. Sentía una profunda aversión por lo que él consideraba decoraciones extravagantes en ciertas festividades especiales como las Navidades o Corpus Christi. Disfrutaba especialmente de las horas de oración nocturna. Respecto a su relación con la lectura, “he was fussy, though he read much and widely. He kept in close touch with the library, knew what new books came in, checked the periodicals regularly”. 24 Sentía, prosigue, un gran amor por las personas y por la naturaleza, y sus caminatas por el bosque le proporcionaban horas de sencilla felicidad. Por el contrario, era poco amigo de la maquinaria agrícola, y su visión de la gestión de una granja era más romántica que práctica, aunque en otros aspectos sentía una gran admiración por los beneficios de la tecnología. Apreciaba asimismo las destrezas manuales de todo tipo, aunque él mismo era desmañado; sus habilidades culinarias eran escasas y usaba las herramientas con torpeza. Entre la comunidad no destacaba de manera especial, y hay quien tardó años en identificar al Padre Louis con el famoso escritor de la narrativa de conversión que llegó a ser un superventas. En suma: “He said what he thought and did what he thought should be done, and that was all there was to it. And what he said and what he did was rooted in love for God and man”. 25 Era, concluye, un hombre plagado de intuiciones e inspiraciones, y mostraba valentía para traducirlas al terreno de lo real por medio de acciones concretas, aún a riesgo de equivocarse, y no quedó exento de algunos grandes errores. Así pues, para Matthew Kelty, Merton fue una suerte de espíritu divisorio, una “bandera discutida”, un interrogante abierto en demanda de respuesta, un hombre libre: “He belonged to nobody, free as a bird. He could not be categorized, labeled, pigeonholed. And he had vision. Putting this together makes it clear that the fire in him burned not only himself, but burned many around him as well”. 26

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