La obra clave por la que es más conocido es sin duda su Evolución de la industria textil castellana (Iradiel, 1974). Más de cuarenta años después sigue vigente como el primer día tanto como modelo de investigación impecable a la que los jóvenes medievalistas deberían aspirar, como por tratarse de un diagnóstico tan profundo y certero del desarrollo industrial castellano que solo ha sido matizado levemente por otros autores e incluso por él mismo al cabo del tiempo. Es la edición de su memoria o tesis de licenciatura de la Universidad de Salamanca. En ella demostró ser un perfecto conocedor de las manufacturas laneras de Cuenca, pero no se limitó a describir el proceso técnico, sino que pasó a interpretarlo siempre desde la perspectiva de un materialismo histórico depurado, integrándolo en la realidad de la economía europea medieval. Como recuerda en el prólogo su director José Luis Martín, el estudio lo inició antes de conocer al que sería uno de los grandes referentes en la vida académica de Paulino Iradiel, el profesor Federigo Melis, promotor de aquella segunda Settimana di Studi de Prato sobre producción, comercio y consumo de paños de lana. Es cierto, pero conviene apuntar que para llevarlo a cabo estuvo aconsejado desde el principio por el profesor Felipe Ruiz Martín, el cual fue quien le sugirió la documentación de Cuenca. Por añadidura, a finales de los años sesenta Iradiel fue alumno de profesores de la talla de Miguel Artola o José Ángel García de Cortázar, por aquel tiempo docentes en la Universidad de Salamanca. Ambos le influyeron notablemente en su concepción de la historia y en sus perspectivas de interpretación.
Así narra sus comienzos el propio Iradiel en una entrevista bastante posterior:
Yo empecé en el tardofranquismo, pero ya en un momento muy de transición y en un lugar un poco privilegiado. Era el final de la década de los años 60 y principios de los 70, la cosa ya empezaba a cambiar. Y en un lugar privilegiado porque estudié en Salamanca y realmente Salamanca en aquella época era un poco excepcional. Había inquietud, había ya aires bastante europeos, había una excelente Facultad de Historia y, respecto a otras universidades, tenía ciertas ventajas. Sí, se notaba la cerrazón, el nacionalismo un poco insano y fuerte, y el retraso respecto a historiografías europeas, pero no era tanto como en otras universidades españolas. Por ejemplo, yo vine a Valencia en 1981 y todavía encontré un poso de historiografía y de visión que no acababa de lanzarse plenamente hacia una renovación total. Estaba como estábamos en Salamanca 10 años antes. Pero bueno, en los inicios de los años 70 el franquismo se notaba y mucho (Cerdà, 2008).
Su argumento incidía en el hecho de que en Salamanca se comenzaba ya a hablar de marxismo, renovación o Annales en esos momentos. Y no era problema hacerlo respecto a épocas como la Edad Media, por el contrario a las dificultades que ello suponía cuando se pretendía aplicar a la historia del siglo XX, por ejemplo. En ese sentido, Iradiel no reconoce haber tenido una vocación concreta por la Edad Media o por otra época, aunque es cierto que le gustaban más las sociedades anteriores a lo contemporáneo, pero su dedicación al medievalismo fue casi por casualidad. Podría haber sido modernista o historiador de la economía. En verdad también lo es. En suma, lo suyo era vocación de historiador y punto.
Su toma de contacto con Federigo Melis aconteció en 1970. El profesor Antoni Riera describe así sus primeros pasos en la querida Italia:
Paulino Iradiel –recien licenciado– con las sugerentes figuras de Federigo Melis, en el Instituto Internazionale di Storia Economica Francesco Datini de Prato, y de Ovidio Capitani, en la Universidad de Bolonia, había reforzado su opción por la historia social y económica. Con un sólido bagaje teórico, el profesor Iradiel reinició su actividad investigadora en los archivos mediterráneos ibéricos, cuya riqueza en documentación privada le permitió ampliar considerablemente su horizonte temático (Riera, 2001: 14-15).
En efecto, Italia y el Mediterráneo lo atraparon para siempre en el mejor de los sentidos. Su estancia como becario del Colegio de España en Bolonia (1970-1971) le permitió concretar su tesis doctoral sobre la propiedad agraria de esa misma institución que le acogía a él como colegial «albornociano». Y sí, es cierto, el tema visto así suena a cuestión española, pero en la práctica lo convertía de facto en historiador de la economía rural del norte de Italia. Era un medievalista castellano que se transmutaba en italianista. Cuando un extranjero investiga la historia de España lo llamamos hispanista, pues bien españoles como Iradiel lo han hecho acerca de otros países. En su caso bajo la batuta de uno de los mejores maestros del medievalismo italiano, el profesor Ovidio Capitani.
La publicación de la tesis doctoral (Iradiel, 1978) constituye una segunda obra maestra después de la edición de su Evolución de la industria textil castellana cuatro años antes. Sinceramente, más que una memoria de licenciatura y una tesis de doctorado lo que escribió al final fueron dos tesis doctorales. La segunda, la tesis reconocida como tal, ostenta un título extremadamente potente: Progreso agrario, desequilibrio social y agricultura de transición . Fue pensada en Italia –como dice su autor en la presentación– con el apoyo de otro gran historiador del medievalismo italiano, el profesor Antonio Ivan Pini, pero reelaborada sin embargo en el Departamento de Historia Medieval de la Universidad de Salamanca, quedando claro que fue en ámbito castellano donde había nacido antes su interés por el mundo agrario (Iradiel, 1978: 10).
En el corazón del libro Progreso agrario estaba la idea de que el modelo social es el envolvente del modelo económico, y en ese punto la diferente relación con la tierra que generaba cada familia campesina en su modo de reproducción social es un aspecto fundamental para entender el lugar que ocupaba en la tipología social. De hecho, la delimitación, todo lo más precisa que sea posible, de la empresa agraria, esto es, la individualización del tipo de unidad productiva predominante en dicho territorio durante los siglos XIV-XV, constituye uno de los elementos más fuertes de su trabajo. La primera tarea debe ser reconocer la ubicación y la composición de las unidades de producción. La historia social del campesinado ha de partir siempre de un análisis de las formas de explotación de la tierra aludiendo al medio físico y los recursos naturales disponibles, la demografía y la organización del espacio, y, en suma, las características fundamentales de la economía agropecuaria. Por ese motivo es necesario centrar el campo de investigación en los límites precisos de un área geográfico-económica bien delimitada o de unidades autónomas y perfectamente conocidas de producción.
Entre las ideas importantes que subyacen de la tesis de Iradiel está la de que el análisis de la producción implica la investigación de las formas específicas que reviste la organización de todo el proceso de trabajo social. En todo intento de real convergencia entre análisis económico y conocimiento histórico es fundamental una investigación tendente a identificar con exactitud las relaciones de producción y la concreta estructura económico-social en la que ellas se insertan. Cuando hoy trabajamos en novedosos programas de investigación como ERMO («Empresas Rurales en el Mediterráneo Occidental»), liderado por la Casa de Velázquez de Madrid, debemos releer esta tesis que tiene casi cuarenta años. En ella ya se planteaba una historia de la economía rural en la que el primado de la producción es el elemento prioritario y que lleva consigo también una reorientación en la búsqueda de la documentación más idónea y unos métodos nuevos.
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