Roubaud, a quien algunos vieron a la salida, declaró, como yo, el tema ridículo, mal planteado, incluso escrito en mal francés; estaba un poco encolerizado al pensar que había negligido en sus clases el régimen de Canadá y el de Australia, lo que había hecho que todos nosotros hubiéramos desarrollado el tema en torno a la India y no hubiéramos hablado de Australia. Me temo que este será el punto débil de nuestros ejercicios. Roubaud habría, como yo, hecho girar el tema en torno al liberalismo y a 1869, con la abolición de la ley de Navegación. Pero ¿qué quería el tipo? ¿Es que tenía alguna idea preconcebida? ¿Quería discursos, precisiones? Sobre 60, tanto puedo tener 12 como 45.
El único consuelo era que todos se encontraban en la misma situación. De hecho, seis compañeros habían abandonado. La media hora que, con Lamicq, sentados en el Parque de Luxemburgo, habían estado hablando también había consolado mucho a Vilar:
he tenido el placer de constatar que él había desarrollado exactamente las mismas ideas y el mismo plan que yo. Él también quedó, en un primer momento, trastocado, pero después se recuperó, y cuando reflexiona sobre su ejercicio, está muy contento de su inicio, bastante contento de su parte central, y no descontento del final. Así que no hay motivo para la desesperación, ni para él, ni para mí.
El lunes 8 de junio tuvo lugar el examen de francés. Vilar habla de ello en una carta que había empezado a escribir aquel mismo día a las cinco menos cuarto de la tarde, en la Biblioteque Pédagogique:
Estoy contento, no lo estoy, no lo sé; me temo que, como en historia, no he sido imparcial y es posible que ello me cueste una nota mala. Pero es que, con los temas que eligen, que son los más idiotas del mundo, hace falta ser ingenioso para hacerlos un poco interesantes y entonces se corre el riesgo de decir tonterías. Os adjunto el enunciado del tema, demasiado largo para copiarlo, guardadlo como recuerdo. No tiene nada de apasionante; y durante una hora y media he refunfuñado contra el tribunal; pero después esto ha pasado y he conseguido construir todo el tema: he ido hasta el fondo en ideas astutas, hurgando en el criticismo y el cartesianismo de Boileau que se define así en el siglo XVIII, mientras que las tendencias que corresponden a Perrault, por ejemplo, son –contrariamente a lo que aparentan– antinacionalistas y en la línea romántica: ello supone invertir todas las apariencias, y sugiere una reconciliación posible entre Boileau y sus adversarios, aunque la querella entre racionalistas y subjetivistas continúe; me he manifestado contra Boileau, a pesar de admirar su lógica. Estoy contento de mi plan, y de mis ideas. Si ellas concuerdan con las del profesor, las cosas irán bien; en cuanto al estilo, el principio no ha sido muy afortunado; he empezado sin saber qué seguiría: al final, las cosas mejoran y he puesto algunas fórmulas de las cuales estoy contento.
Entre los compañeros, la opinión no era unánime; de hecho, en el examen se había dejado elegir el punto de vista y le parecía que los dos correctores, que eran los mismos del año anterior, eran bastante abiertos como para aceptar cualquier opción.
El miércoles 10 de junio fue el turno del examen de filosofía. Este es el comentario de Vilar:
Esto marcha bien. La mayor parte ya se ha hecho, y estoy bastante satisfecho: «Conciencia psicológica y conciencia moral». Esto puede hacerse, pero desgraciadamente, lo puede hacer todo el mundo, y además los de Henri IV lo habían hecho como disertación. Pero no tiene demasiada importancia. Serán 30 que meterán las idioteces del señor Chartier. Yo he inventado y parecerá más original... Con Colonna, hubiera sacado un 14 (sobre 20); esperemos tan solo sacar más de 14 (sobre 60).
Emile-August Chartier, también conocido como Alain, era el profesor de filosofía del Liceu Henri IV, y está considerado uno de los intelectuales más influyentes en el pacifismo de la juventud de aquel año. 7
LA PREPARACIÓN DEL ORAL
Después de unos días en Montpellier, Vilar volvió el 28 de junio a París, donde pudo comprobar que el ambiente se había relajado bastante. Pasarían unos días antes de saber si serían admisibles. La siguiente carta data del 2 de julio, e incluye estos comentarios sobre el proceso preparatorio: «Sé más botánica de la que he sabido en mi vida. Hago latín, historia en pequeñas cantidades, y voy a clase de física. Lo único que estoy sacrificando es la filosofía; no puedo con ella, es más fuerte que yo. Qué le vamos a hacer. La suerte decidirá». Roubaud solo había hecho una clase de historia moderna y le había interrogado durante tres cuartos de hora sobre un tema escogido al azar. Tan solo le había objetado haberlo hecho demasiado largo y detallado. Aún coleaba el fantasma del tema de historia del examen escrito. Es interesante este fragmento de carta en el que Vilar describe una conversación muy reveladora, desde el punto de vista historiográfico, con el profesor:
Roubaud, ayer, en la Biblioteca, cuando yo devolvía el libro de Seignobos, volvió a lamentarse sobre el tema del Concurso; caerá enfermo, si continúa así... El pobre hombre se arranca los pelos de la cabeza. No había hablado sobre Australia ni sobre Canadá. En fin, él espera que, aunque no haya buenas notas, tampoco sean malas. Pero para explicar eso, hace muecas cada vez más exageradas. Yo tomé prestado de la biblioteca La Révolution de Mathiez (volumen II) y él me dijo: «Señor Vilar, vigile... se trata de his-toria... a la Agustín Thierry, y no sé por qué causa tanto furor. En fin... léalo, pero desconfíe». ¡Caramba! ¡Es que Mathiez va más allá de los hechos! ¡Y de qué modo!
El mismo día Vilar comenta que ha visto su boletín de notas. Está contento. En historia, Roubaud había escrito «espíritu sólido»: Y «¡es todo un cumplido viniendo de él! ¡Él que solo valora la solidez! ¡Como para los artículos de vestir!». Godart, el profesor de alemán, había escrito: «¡da grandes esperanzas para el oral!». Una semana más tarde, escribe que Roubaud le interrogaba en cada clase, lo que le hacía pensar que tenía esperanzas de que pasara. Escribe la carta en la Bibliothèque Pédagoquique, mientras espera un libro de Pizon sobre Anatomía Humana, para la preparación de la prueba de Historia Natural. Los resultados no llegaron hasta el 16 de julio. Los comunica al día siguiente, en una carta en la que también detalla que el 14 de julio había hecho una pausa en el trabajo y había ido a cenar a un restaurante por dos francos, y a continuación a ver la exposición, con Andrieu, Dresch y Fabry. Los cuatro habían estado haciendo planes para el futuro. Todos tenían miedo de no aprobar, pero en el fondo todos esperaban aprobar. El 16 de julio saben que, de los cuatro, él es el único admisible. Al día siguiente, a pesar de su alegría, la partida de muchos había puesto «una nota triste en el panorama». Además, el conocimiento de las notas de los no admisibles estaba provocando muchas especulaciones entre los que sí lo habían sido, que desconocen las suyas. Las notas de filosofía, por ejemplo, habían sido especialmente bajas; las de ciencias, en cambio, altas.
El tono de la carta del 22 de julio, la primera que informa sobre cómo marchan los orales, es especialmente pesimista. Vilar explica que el día antes había sido mediocre en la prueba de latín, donde «habría podido brillar». Los miembros de aquel tribunal no habían sido muy simpáticos. Contaba haber tenido un 20 o 22 sobre 40; tampoco encontró amables a los miembros del tribunal de filosofía, que le habían examinado aquella mañana. Aquí Vilar dice haber tropezado con la «moda evolucionista». Además corrían rumores alarmantes sobre el escrito. Le había desanimado mucho saber que Lamicq solo era sexto y, especialmente, que Delavenay, a quien no tenía una especial estima, fuese séptimo. Le habían dicho que él ocupaba un muy buen lugar, pero debía haber muy pocas diferencias de puntuación entre los 50 últimos admisibles, por lo que el oral acabaría decidiendo y eso le preocupaba especialmente. La reflexión general que hace el 23 de julio, que acompaña los comentarios sobre los exámenes orales de alemán y filosofía, lo prueba:
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