Esta mañana, alemán pasable. Pero parece claro que nunca haré nada que sea realmente brillante. Es necesario que me resigne a ello. Yo no pensaba ser así. El año pasado, pensé que mi fracaso en el oral se había debido a una falta absoluta de conocimientos. Este año, veo claramente que se trata de una especie de incapacidad física. No puedo, en un cuarto de hora de preparación, agrupar mis ideas. Todo se me acumula de golpe, o no se me ocurre nada. Comienzo a recuperarme cuando es el momento de pasar. Apenas hace tres meses que leí Justicia de [Herbert] Spencer, una de las obras fundamentales de la moral evolucionista; no me he acordado de ello hasta el minuto 20 de la preparación (sobre 25). En este momento he empezado a ver el tema. Pero construirlo en 3 minutos... Después de eso, ¡tirad la escalera!
Pero los compañeros le animaban, y le decían que pasaría. Los ánimos de Vilar remontarían con el examen de física. El profesor le interrogó sobre la ley de Ohm y él consideraba que le había salido bastante bien. Aquella vez había tenido mucha suerte: «¡Me han planteado la pregunta que acababa de ver!». Contaba que le pondrían un 12 o un 15. En el momento en el que lo notifica solo le quedaban dos pruebas, la de Historia y la de Historia Natural. Esperaría a enviar la carta que estaba escribiendo a la salida de Historia Natural, y, para proporcionar la mejor información posible «garabatearé unas palabras para deciros mi impresión». Y, en efecto, al final de la carta encontramos este párrafo, optimista, dedicado al examen de Historia Natural:
Aquí tenéis las palabras: serán simples: si no me veis llegar el día previsto es que estaré en la oscuridad, es decir, en la cárcel, por haber abofeteado al señor Blaringhem, profesor de historia natural. No. Esto aún no se ha acabado, no nos emocionemos demasiado pronto. Pero esto irá bien, seguramente. Tras interrogarme sobre las hojas y los moluscos, cosas sobre las que he respondido bastante bien, aunque turbado por demasiados recuerdos y ejemplos que acababan de pasar ante mí, me ha preguntado si había leído a Pasteur. Yo respondí que había leído (¡lo había ojeado un día en la clase de Cram!) el libro de Valley-Radot sobre Pasteur. Me ha hecho hablar sobre todos los descubrimientos de Pasteur; ha añadido que estaba muy contento de que hubiera leído el libro, y me ha tranquilizado diciéndome: «Usted es uno de mis mejores candidatos!». Pero la manera de decirlo me ha parecido significativa. Si se ríe de mí, y saco solo 8 sobre 40, el sábado por la tarde iré a su despacho, ahora que ya conozco todos los rincones y entresijos ¡y lo estrangularé! Hacerme trabajar, está bien; pero que no me tomen el pelo. O sea que este es el aviso.
Cram era el nombre abreviado del profesor de filosofía de Montpellier, Edmond Cramaussel. La carta acaba con unos «Besos» seguido de una docena de interrogantes, un punto de admiración y estas palabras: «Aquí está mi espíritu con muchos interrogantes». Lamentablemente no hemos encontrado ninguna carta donde explique la prueba oral de Historia. Pero sabemos que años más tarde Vilar recordará aquel primer encuentro con Lucien Febvre con simpatía, reconociendo que, cuando tuvo lugar, no era consciente de la personalidad que tenía delante de él.
LA EDUCACIÓN MORAL LAICA
La vida social de Vilar, en el primer curso en París, se repartiría sobre todo entre la asistencia a actos religiosos y a conferencias de tipo político, además de algunos conciertos y unas pocas obras de teatro. En ninguna de estas actividades, el joven Pierre Vilar se sentiría extraño en el milieu de la khâgne Louis-le-Grand, y eso seguramente tranquilizaba a la hermana y, sobre todo, a la tía, que fácilmente podía reconocer la influencia de su educación en las cartas del sobrino. El modo como todo era rigurosamente explicado es otro factor que debe tenerse en cuenta. Porque si bien es fácil reconocer la huella de la tía en dos rasgos importantes de la personalidad del joven Vilar, como por ejemplo el sentimiento pacifista y antipatriótico y el sentimiento religioso, podrían interpretarse mal estos rasgos si no entendiéramos el peso que el ideal de una educación moral laica ejercía en la personalidad de la tía.
EL SENTIMIENTO PACIFISTA
Las cartas aportan a menudo pruebas del sentimiento antipatriótico. Por ejemplo, cuando seguimos las impresiones del joven Vilar el domingo que paseando por París, tal como describe el miércoles siguiente, el 22 de octubre de 1924, visitó la Explanada de los Inválidos y, también, el Museo del Ejército:
después de comer, como era mi intención, me paseé «perdibus» por las calles hasta llegar al puente de Alejandro IV y a la Explanada de los Inválidos. La Explanada se hallaba ocupada por los preparativos, bastante avanzados, de la Exposición, barracas en planchas, casas construidas con ladrillos, monumentos y palacios de hormigón, todo cubierto de enormes anuncios; en los Inválidos, visito el Patio del Honor, el vagón donde el mariscal Foch firmó el armisticio, diversos recuerdos de la guerra, la Capilla con las Banderas, la tumba de Napoleón [...]; lo más interesante es la iluminación maravillosa de los vitrales en vidrios especiales, que dan un tono extraño pero muy bien adaptado; es muy bello para el «arte puro»; pero como futuro historiador, me confieso absolutamente incapaz de experimentar « la emoción histórica» ; dos horas y media en el museo del ejército; hay cosas muy interesantes; lo he visitado con todo detalle; ahora bien, a pesar del interés de las salas históricas, he preferido el segundo piso, donde se hallan todos los recuerdos de la guerra de 1914; presentación simple y sin artificios patrióticos; hay la sala de los Americanos, la de los Ingleses, de la Marina, de la Aviación (con el avión de Gruynemer), uno ve ciertamente por medio de la ingeniería, modelos reducidos y algunos restos de aparatos, cómo eran los grandes instrumentos de la guerra; prefiero este simple punto de vista documental a las exposiciones de las salas del primer piso, donde se muestra a Napoleón, ¡desde sus calcetines hasta su reloj y sus cabellos! Los extranjeros parecen decir: «Mirad los Franceses, cómo admiran a Napoleón; ¡qué imperialistas son!». En realidad son ellos quienes se emocionan más que nosotros por este género de recuerdos; solamente que todo esto concentrado en un mismo punto da la impresión de un nacionalismo exasperado. ¡Y nosotros nos lamentamos de las reverencias de los alemanes a la estatua de Hindenburg, o del monumento de Leipzig!
El subrayado es mío. Gracias a una carta del 1 de noviembre, tenemos elementos para pensar que la tía compartía esta manera de pensar, y que probablemente el pensamiento de aquella maestra había marcado la posición del sobrino. En una carta anterior, ella le había comentado la visita de un inspector a la escuela donde trabajaba, y había criticado el patriotismo francés y antialemán. Vilar estaba de acuerdo y aporta, como prueba de que no se debía presentar a los alemanes como «bárbaros», el testimonio de un compañero del liceo, hijo de maestros como él, pero de Saint-Quentin, es decir, de la zona ocupada por los alemanes durante la guerra; este chico había trabado relaciones de amistad con un oficial alemán que había convivido con la familia, que le había enseñado alemán; de hecho, aspiraba a obtener la Agregación en esta materia. Además, Vilar había estado hojeando algunos periódicos alemanes en la biblioteca, y había encontrado páginas entusiastas dedicadas al escritor Anatole France, conocido por su pacifismo. La carta acaba con esta declaración: «puedes ver que continúo estando en el Internacionalismo ; pero no me gusta demasiado explicar mis ideas a todo el mundo; por eso las escribo aquí».
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