—Vamos, un festival —puntualizo, nerviosa.
—Sí. ¡Y tanto! Te volveríamos loca, señorita Becca. Loca de lujuria, loca de placer —susurra acercándose de nuevo a mí—. Estarías tan dilatada que después podría meterte hasta mi mano. Dios mío. Trago saliva al notar un ligero espasmo en el clítoris. El tío es bueno.
—¿La mano? ¿Como a las vacas? No, por Dios.
—Y llorarías.
—No es para menos.
—Llorarías —continúa, apasionado—, suplicando que te diéramos lo que necesitas.
—¿Y qué necesito?
—Un orgasmo bestial. Y en ese momento… Me quedo en silencio, esperando el final.
—Mis dos compañeros a los que no dejas de masajear y se están hinchando en tus manos, acabarían contigo y se correrían en tu cara y en tu cuerpo.
Abro los ojos de golpe al oír esa asquerosidad. Ni siquiera sabía que los tenía cerrados. Roberto está a pocos centímetros de mi cara, agarrado a mi tumbona, inclinándose hacia delante, como si quisiera echarse encima de mí.
Lo aparto con disgusto y me quedo sentada en la hamaca, reprobándolo con la mirada.
—¡¿En serio?!
Roberto frunce el ceño.
—En serio ¿qué?
—¿En serio se corren en mi cara?
—Sí.
—¡¿Qué dices?! ¡No! ¡Lo has estropeado! —protesto con una carcajada—. Pero ¡qué asco! Odio que hagan eso. A mí no me gusta, vamos —digo poniéndome una mano en el centro del pecho—. Me irrita los ojos. —Y los cierro en un gesto teatral.
—¿Te estás riendo de mí?
Los vuelvo a abrir, consternada, y niego con la cabeza.
—¡No! ¡Para nada! ¡Lo digo en serio! A ninguna mujer le gusta, por favor. Solo a las actrices porno, y porque les pagan por eso. ¿Qué te crees? ¿Que están ahí deseosas de que les pegues las pestañas con tu leche? No —murmuro, divertida, y al instante se me ocurre otra cosa—. Es como lo de tragarse el semen. —Pongo los ojos en blanco—. ¿A quién le gusta?
Roberto está cruzado de brazos, mirándome con interés, como si estuviera entretenido con mi discurso.
—Te podría enumerar a muchas.
—Pues tienen distrofia en las papilas o algo parecido. El semen no sabe bien. Vamos a ver, en el mundo sacan sabores de todo tipo, ¿a que sí? ¿Por qué crees que no han sacado nada con sabor a semen? —A mí me parece una pregunta muy razonable, hasta que la digo en voz alta y descubro lo obscena que es—. Porque sabe mal. Bueno, y como ese día hayas comido espárragos… ni te cuento.
—Vale. Eliminemos de la ecuación lo de que se te corran en la cara.
Admiro la facilidad con la que redirige la conversación.
—Eliminada.
—¿No te atrae la idea de te follen un equipo entero de fútbol?
Las fantasías sexuales y yo tenemos una relación cordial. Eso implica que hasta que llegó Axel, solo me veía haciendo guarradas con Henry Cavill, siempre y cuando me hubiera montado antes una historia de amor en la cabeza. Solo él estaba en mis fantasías. Bueno, y Jason Momoa también.
Lo que quiero decir es que follar por follar… pues no me va. Pero desde la primera vez que me acosté con Axel, la cosa ha cambiado. Pienso mucho en el sexo. Pero no en tríos ni en sexo en grupo. Pienso en hacer lo siguiente al Kamasutra, pero solo con él. Así que esta es mi respuesta a su pregunta:
—¿Sabes cuál es el problema, Roberto?
—No.
—Que soy una mujer muy conectada con mis emociones. Y no sé follar si no hay sentimientos de por medio. Como no pienso enamorarme de once tíos a la vez, ni pienso en entregarme solo para que disfruten de mi cuerpo o solo para que me hagan disfrutar, no barajo la posibilidad de una gang bang, ni de un póquer, un trío, dobles parejas… Lo lamento. No está entre mis fantasías, rubio.
Roberto relaja los hombros e inclina la cabeza a un lado. Su mirada valora mis palabras y la expresión de mi rostro, como si quisiera verificar si soy de verdad, o si lo que digo es cierto.
—Eres muy peculiar, señorita Becca.
—¿Por qué dices eso?
—Las mujeres que he conocido no son como tú.
—Eso dice mucho a mi favor. —Sonrío—. Viendo la desafortunada relación que has tenido con ellas.
—¿Desafortunada? No. Esto nada tiene que ver con la fortuna, sino con la naturaleza.
Lo tengo. Ahí está. Debo aprovechar mi oportunidad.
—No tiene que ver con la naturaleza. No todas las mujeres somos como las que han estado en tu vida, Roberto.
—Deja que lo dude.
—¿No nos tienes ni un mínimo de respeto?
—Creo que servís para lo que servís. Cualquier intento de vinculación con vosotras es complicado y dañino.
Guapo, sí, pero ¡qué hijo de puta!
—No es cierto —protesto—. ¿No me estoy ganando un poco de tu respeto? —Esta vez soy yo la que se sienta en la tumbona y lo mira de frente.
—¿Quieres mi respeto? ¿Por qué? ¿No te basta con que quiera follarte?
—Deja de ser gilipollas —le suelto, incrédula.
—¿Por qué tendría que respetarte?
—Porque no cedo a tus tonterías. Y porque soy la única ahora mismo que te aguanta lo suficiente como para tratarte. Soy tu única oportunidad para que vuelvas a abrirte y a dejar de vivir como lo haces.
—Estoy feliz con mi vida. Tengo todo lo que quiero.
—Todo lo que quieres, pero no todo lo que necesitas.
—De eso me sobra.
—Y una mierda. A mí no me engañas. Hay muchos tipos de fobia, Roberto. Y tú no estás exento de sufrir sus efectos. De hecho, los sufres desde que la última mujer te traicionó. Desde que Bea se fue con Fede.
—Disparas a dar, ¿eh…? —musita sintiéndose atacado. Se levanta dispuesto a dejarme sola.
—Esto es inútil. No soy uno de tus conejillos de Indias. Estoy aquí por obligación, no porque te haya pedido ayuda.
Yo me levanto con él y le agarro del antebrazo.
—Pero la necesitas.
Estoy saltándome muchos protocolos con Roberto. Pero él tampoco es un paciente común. Sé que puedo introducirme a través de esa dura coraza que se ha creado para que todo le rebote, para que nada más vuelva a herirle. Pero las cosas siguen doliéndole, y puedo entrar a través de esas heridas sin cicatrizar. No importa si mis métodos son algo agresivos ahora. Lo único que importa es la terapia de choque y cómo impactar contra esos duros principios que ha adoptado como un todo.
No es tan indiferente como él desearía, tal y como yo imaginaba.
—¿Sabes qué creo? Que eres un cobarde —Le señalo con el índice de la mano que sostiene mi Martini. Entrecierro los ojos y asiento—. Sí, amigo. Estás muerto de miedo. Y yo sé muy bien por qué.
—Tú no sabes una mierda —gruñe con los dientes apretados. Su hermoso rostro se convierte en otro lleno de ira.
No me va a amilanar. Así que levanto la barbilla y sigo disparando.
—Métete tus psicoanálisis por donde te quepan.
—Está bien, pero antes tienes que escuchar mi resumen.
—¿Y si no quiero?
—Se lo debes a Fede —le advierto—. Sabes que si él quiere, puede destruirte con todas las imágenes que tenemos del programa.
Sé que Roberto está luchando contra sí mismo, contra esa necesidad de irse y dejarlo todo atrás. Pero valora mucho su trabajo, lo ama, y no piensa abandonarlo.
—Te escondes en el sexo en grupo porque deseas acercarte a una mujer, para no ser el chivo expiatorio. Por eso las posees acompañado de más hombres, porque así tienes menos posibilidades de que te increpen en caso de que algo salga mal. En las gang bangs te sientes cómodo, tienes la situación controlada, y sabes que las mujeres que frecuentas quieren de ti justo lo que tú estás dispuesto a dar, no más. En ese momento te sientes imprescindible para ellas, sabes que jamás te dejarían de lado. En ese punto en el que su cuerpo y sus necesidades priman por encima de todo lo demás, tú tienes el poder. Te gusta sentirte así, poderoso, porque solo tienes que follar, y nada más. Adoras volverlas locas y que te supliquen.
Читать дальше