—Mañana madrugaré para localizar planos. Saldrá todo bien, Becca —afirma como un adivino—. Los de Estados Unidos quedarán satisfechos. —Sonríe, y sus ojos negros brillan con determinación, aunque no ocultan sus ojeras. Este tampoco duerme bien, pobre.
—Gracias, Bruno. Espero lo mejor de todos. Es una gran oportunidad para daros a conocer —les explico—, y para ampliar horizontes. A pesar de que nuestro corazón esté con Axel, nuestra cabeza debe estar aquí. El formato de Becca es muy revolucionario y novedoso; si lo hacemos bien, seguro que todos podremos aprovecharnos de ello. Aunque nos cueste, tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos.
Ingrid sonríe ilusionada. Ella está pensando en un puesto de alguna producción norteamericana como maquilladora de efectos especiales, y si los productores tienen contactos y están bien relacionados en el mundillo, verá sus puertas abiertas.
Bruno no sé lo que espera. Creo que ni él sabe lo que quiere. Pero no sé por qué me da que su decisión dependerá de la actitud de la pelicastaña de piernas interminables.
Y yo… Bueno, yo en estos momentos no sé dónde está el norte. En otro momento, como por ejemplo cuando estaba con David y mi objetivo era trabajar en Estados Unidos para estar junto a él, estaría dando brincos por la casa, decidida a aprovechar esta gran oportunidad que me brindaba la vida. Sin embargo, ahora mi objetivo profesional se ha difuminado, y en su lugar solo tengo el inmenso anhelo de ver a Axel y consolarlo.
Solo pienso en él.
—¿Y cuál es el plan hoy, jefa? —pregunta Bruno—. ¿Necesitas algo?
Sí. Necesito muchas cosas, pero Bruno no me las puede dar. No obstante, hay algo que necesito de Bruno. Y en todo caso, Bruno es mucho mejor que Axel para este encargo, porque él no tendrá el instinto de arrancarle la cabeza al rubio. Y yo tengo la necesidad de seguir trabajando en su terapia para no pensar en nada más. Mi trabajo también supone un salvavidas personal, porque me obliga a centrarme en los problemas de los demás en vez de hacerlo en los míos, aunque eso no impida que por las noches, esta en especial, no pueda dormir pensando en él.
—Tengo que hablar con Roberto sobre su adicción y su compulsión —explico algo dubitativa—. ¿Crees…? ¿Crees que podrías grabarlo sin que él se diera cuenta? Necesito que vea con sus propios ojos cómo se comporta en realidad, cómo le vemos los demás. Y tengo que advertirle sobre lo que puede pasar mañana. Es de vital importancia…
Suena el timbre de fuera, que me sobresalta y me interrumpe. Los tres nos miramos extrañados.
—¿Esperamos a alguien? —pregunta Ingrid.
Yo parpadeo algo perdida y el pecho me hace vacío.
—Axel.
No doy tiempo a que contesten.
Tengo el corazón en la garganta. De repente, se me humedecen los ojos. Me va a doler ver a Axel con su fachada dura, ocultando todo el dolor que sé que en realidad siente. Su padre ha muerto, y por muy mal que se llevaran, no deja de ser su padre. Los hijos nos sentimos atados, ya sea por el amor o el resentimiento a nuestros progenitores, a pesar del dolor que nos hayan causado.
Corro como una gacela hasta la puerta de la entrada, y salgo al jardín.
Dos hombres morenos y muy corpulentos sobresalen por encima de la valla colindante de la propiedad. Están hablando haciendo gestos con las manos, señalando cada orientación de la casa.
Mi decepción aumenta y mi esperanza cae en picado cuando reconozco quiénes son.
Gero y André. Los paracaidistas.
Sin embargo, ahora ya sé cuál es la auténtica relación que tienen estos dos con Axel, y todo gracias al cirujano tarado que está tratando a Eugenio.
La guerra une a las personas eternamente.
@eldivandeBecca #Beccarias Dicen que de cría tenía muchos tics. Yo digo que la niñez es como estar borracha. Todos recuerdan lo que hacías, menos tú @tictac
—Hola, Becca —me saludan los dos, muy serios—. ¿Cómo estás?
—Bien.
A ellos no les pasa desapercibido el pequeño chichón con corte que me cubro con el pelo. Habrán visto miles de heridas. La mía es como un mal chiste, no es importante.
—¿Qué hacéis aquí? —pregunto, sorprendida.
André me estudia con atención, y después chasquea con la lengua.
—Axel nos ha llamado para que te cuidemos en su ausencia.
—¿Qué? ¿Cómo que os ha llamado? —Frunzo el ceño—.
¿Cuándo?
—Esta mañana. Nos ha dicho que el indeseable de su padre ha muerto.
Esas palabras son como un jarro de agua fría. Él habla con todos, menos conmigo, al parecer.
—Sabemos que te están acosando, Becca —asume André con responsabilidad—. Nos ha pedido que cuidemos de ti hasta que él llegue.
¿Están de broma? ¿Axel ha tenido tiempo de llamarles a ellos para contarles lo de su padre y a mí no, pero me envía a dos centinelas?
—Ah… —Mis ojos se pierden en la punta de los dedos de mis pies, pintados de verde oscuro. Hay revelaciones que arden. Y esa, el saber que eres el último mono, es una de ellas—. Así que Axel os ha llamado para decíroslo… Nada más supo la terrible noticia… —Apenas me sale la voz.
—Sí. Nada más saber lo de su defunción.
«Bien. Hurga, hurga más en la herida.»
—Vamos a quedarnos por aquí, ¿de acuerdo? —Gero señala su todoterreno aparcado a dos metros de donde ellos están—. Ahora nos encargamos de tu seguridad.
—Ah, claro… Bien —No me siento cómoda con esto.
Lo cierto es que necesito seguridad para mi día a día, al menos hasta que cojamos a Vendetta. Y espero que sea así, antes de que él acabe conmigo. El pensamiento provoca que se me erice la piel, y eso que hace un sol de escándalo.
Parece que los dos ex soldados lo advierten, e intentan tranquilizarme. Lo más curioso es que, aunque cada vez soy más consciente de que alguien quiere hacerme daño, no es mi bienestar lo que ahora ocupa mi mente, sino lo mal que me sienta que Axel se comporte así conmigo.
—No tienes nada que temer —asegura André—. Vigilaremos el perímetro de la casa y te seguiremos a donde vayas.
Me muerdo el labio inferior, y rodeo la muñeca que se me luxó en el accidente de tráfico con mi perseguidor, como si fuera un reflejo de mi mente ante el dolor y el miedo. Estoy contrariada y afligida por la situación.
—¿Cómo… cómo lo habéis notado?
—¿A Axel?
—Sí.
—Estaba bien —contesta Gero como si leyera a través de mí—. Ese cabrón debió morir hace mucho ya. Me alegro de que por fin…
—Gero, joder, no te pases… No es que Axel estuviera dando una fiesta —le recrimina André.
—No pienso retractarme. Tú piensas lo mismo que yo, pero eres más diplomático. —Sonríe picándose con él—. El padre de Axel era un tipo mezquino.
Ellos también están al tanto de la relación traumática que había entre los Montes.
Ahora las palabras que Axel me dirigió la noche anterior me parecen un tanto vacuas: «Eres la persona más mágica que he conocido y todavía no sé si eres real… Hacía mucho que no me sentía así. De hecho, jamás me he sentido como me siento cuando estoy contigo…».
¿Cómo puede ser eso verdad? Pasan las semanas y Axel continúa siendo un rompecabezas para mí. Un libro cerrado a perpetuidad.
Es desesperante y decepcionante, al mismo tiempo, darme cuenta de que no puedo hacer que se abra la única persona que me muero de ganas de ayudar.
«Hay personas como yo que no sabemos dejarnos llevar por la marea», me dijo.
Cierro los ojos y trago la bola de angustia que se atraviesa en mi garganta.
Claro que no. Axel no sabe dejarse llevar por mi marea, porque no confía en mí.
—Será solo por un día. Axel estará aquí antes de lo que esperas.
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