En esto, sentimos los pasos de su padre que regresaba a casa, y al ver, ellas, que me disponía a cumplir delante de ellas mi propósito, mi novia me dijo por lo bajo: «No digas nada a papá, porque yo te diré quién es».
Y, al marcharme, me dijo que había ido a visitarlas aquella tarde el ama de llaves de un amigo y compañero de su papá, familiar retirado, y sin familia. Aquella individua figuraba entre las beatas que en la primera misa de la Clerecía iban a tomar de los padres jesuitas el santo y seña de su respectivo confesor. «Pues yo te aseguro –le dije al despedirme– que esta misma noche no me acuesto hasta no desenredar este lío».
Salí a la calle. Y me dirigí a la casa de una íntima amiga de la beata, que había sido patrona mía, la cual hubo de cantar de plano al achacarle yo a ella ser la autora de la intriga en que se había puesto en tan mal lugar a mi madre, que vivía a tantas leguas de Salamanca.
Total, cuando volví después de la hora de la cena aproveché unos momentos para dar cuenta, a mi novia y a su hermana, de mis gestiones y de su resultado, añadiéndoles que, por mi antigua patrona, había yo mandado un recado a la interfecta que le daría al día siguiente: que en el momento en que yo supiera que se volvía a meter o a ocupar de mí, o que intentara poner los pies en casa de mi novia, la retorcería el pescuezo, y dirigiéndome a mi novia le dije:
Ahora que está todo aclarado, puedes decidir si continuamos o no nuestras relaciones. Por mi parte, sostengo la palabra que te di desde un principio, pero con la condición de que no recibirás jamás a esa demandadera de los jesuitas, a la que ya he mandado la receta, si pretende venir aquí, porque, en el momento en que la recibáis o habléis con ella, seré yo quien romperá nuestras relaciones definitivamente, aunque me duela mucho por entender incompatible con ellas ese trato que no nos dejará tranquilos.
Mi medida fue radical. La individua, después de mucho tiempo, fue un día a casa de mi novia, a la que le dio acceso la criada; pero a poco de llegar, según supe después, llamaron a la puerta, y creyendo que pudiera ser yo corrió, llena de pánico, a esconderse. Luego resultó que quien llamaba era el cartero, pero en cuanto se enteró se marchó inmediatamente y no volvió más.
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