La gracia de una política unidimensional es que es muy claro qué pretende. Esto le permite a todo el mundo tomar posición a favor y en contra. El problema es lo que esa batalla olvida.
El desafío olvidado de la fraternidad
En la literatura económica más tradicional, el uso del enfoque utilitario mezclado con consideraciones distributivas, puede leerse como la intención de usar un enfoque científico para hacer compatibles la eficiencia y la igualdad. Un caso claro es la discusión sobre el régimen tributario óptimo (como en Diamond y Saez o en el Mirrlees Review). Entre estos dos valores —eficiencia e igualdad— hay una tensión. Resolver este dilema ha tenido un costo. Se llama fraternidad.
Varios autores han advertido que la expansión de la lógica de mercado liberada por la caída del Muro de Berlín y el triunfo ideológico neoliberal ha tenido consecuencias importantes en otras áreas. En 2013, Michael Sandel señaló que, sin límites, la expansión de la lógica de mercado podía transformar la naturaleza de ciertos valores que son importantes.
Ese mismo año, en El otro modelo (Atria et al., 2013) postulábamos que era necesario encontrar un punto intermedio entre el régimen del Estado —que fija las condiciones en las que el Estado provee derechos sociales— y el régimen privado —que fija las condiciones para que el sector privado maximizador de utilidades desarrolle sus actividades—. Ese régimen, que denominamos “régimen de lo público”, pretende generar condiciones para que los privados puedan proveer derechos sociales sin poner en peligro la descomodificación que estos pretenden.
Más recientemente, en 2018, Paul Collier en The Future of Capitalism señala que la socialdemocracia europea se olvidó de construir una lógica y un discurso sobre las obligaciones recíprocas (lo que veremos es la esencia de la lógica contractualista), y se dedicó más a optimizar la eficiencia de las políticas de ingresos redistributivos, que a minimizar los desincentivos para trabajar e invertir.
Según Collier, esto generó un efecto no deseado: las obligaciones morales interpersonales se depositaban cada vez más dentro del alcance del Estado. Para decirlo en términos del lema de la Revolución francesa, los economistas intentan maximizar la libertad y la igualdad, con resultados positivos en el primero y resultados negativos en el segundo, pero olvidando el tercer componente: la fraternidad.
Y la fraternidad es algo que podemos experimentar en grupos pequeños. Raghuram Rajan, hasta cierto punto reconoce esto en su libro El tercer pilar (2019), cuando argumenta a favor del desarrollo de relaciones basadas en la comunidad.
La gran víctima del utilitarismo de derecha e izquierda ha sido la fraternidad.
Utilitarismo y comportamiento racional
El enfoque utilitario se basa en una lógica bien desarrollada en teoría económica. Los economistas piensan en el ser humano como un ser racional, cuyo objetivo es la maximización de la utilidad, en particular, el consumo. Si alguien no cumple con este principio, decimos que él o ella no es racional.
Pensadores prominentes como Daniel Kahneman dicen hoy que tal visión de los seres humanos no es realista. Durante mucho tiempo, dentro de la corriente económica principal, la opinión predominante fue la de John Harsanyi, un influyente pensador neoliberal. Según Harsanyi (1977), “los filósofos y los científicos sociales no se dan cuenta de cuán débiles son los postulados de racionalidad”, y continúa: “Todo lo que necesitamos es el requisito de preferencias consistentes, un axioma de continuidad”. Estos dos elementos son condiciones extremadamente estrictas para mantener. Acordemos que es una posición extrema.
Una crítica a esto viene de la sociología. Gérald Bronner en L’empire des croyances (2003), cuestiona esta forma de entender la racionalidad. Dice que, en lugar de imponer una forma precisa de entender la racionalidad humana, como lo hace el economista, el sociólogo procede a la inversa. Comienza a identificar un determinado comportamiento, por ejemplo, en el caso de Bronner, el extremismo, y se pregunta qué razones, lógica, prioridades y preferencias hacen que el extremista actúe, algo racional desde la perspectiva de quién lo ejecuta. El economista piensa en la racionalidad desde donde observa al agente. El sociólogo piensa la racionalidad desde la posición del propio agente.
Desde la perspectiva del utilitarismo, el trabajo del sociólogo nos recuerda que no todos los seres humanos valoran igualmente los criterios de mayor disponibilidad de bienes y servicios para pensar que cualquier política dada es deseable.
Pero el ataque más fuerte contra el homo economicus ha surgido de la psicología, particularmente gracias al trabajo de Daniel Kahneman y Amos Tversky, ganadores del Premio Nobel de Economía. Ellos consideran que la forma en que los economistas pensamos en la racionalidad humana es crudamente simplista. Al ser unidimensional —la única cosa que importa es el bienestar material—, no es capaz de identificar con precisión y claridad las tensiones que siempre acompañan las decisiones de política pública. El desarrollo de la economía del comportamiento está abriendo nuevos campos de comprensión sobre cómo desarrollar mejores políticas públicas que, a la vez que busquen incentivos de crecimiento, puedan identificar mejor las compensaciones que surgen. Una sofisticación de la metodología económica en este sentido ayudará naturalmente a superar el utilitarismo.
Por ejemplo, Jonathan Haidt, en The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion (2012), plantea dos ideas interesantes. Primero, que las intuiciones morales del ser humano aparecen automáticamente y casi instantáneamente, mucho antes de que el razonamiento comience a funcionar. Esto hace que sea muy complejo para el razonamiento ignorar las intuiciones morales que lo condicionan. Una persona con intuiciones morales conservadoras usará su racionalidad de tal manera que minimice la disonancia cognitiva que podría ocurrir si racionalmente concluye algo más de lo que cree. El corolario obvio es que es necesario prestar atención a los argumentos que justifican cierta posición moral como si fuera racional en sí misma.
Segundo, los valores morales que son importantes para los seres humanos de diferentes culturas y niveles socioeconómicos, van más allá de la preocupación por la justicia y el dolor. Según Haidt, las personas tienen otras intuiciones morales muy poderosas, como las relacionadas con la libertad, la lealtad, la autoridad y la santidad (en el sentido de no degradación).11 Los economistas tendríamos problemas para maximizar una función con seis argumentos, lo que requeriría seis restricciones, casi todas las cuales serían inconmensurables.
En el estado actual de desarrollo de la economía, la principal ventaja del enfoque utilitario es que se adapta muy bien a una metodología simple y elegante. Esta discusión, sin embargo, nos dice que el enfoque utilitario para analizar fenómenos complejos como el malestar en las sociedades modernas es, en el mejor de los casos, incompleto.
El utilitarismo nos lleva por caminos en los que no encontraremos la solución que buscamos para restablecer la confianza en nuestras instituciones. Desde su perspectiva, el problema se resolvería con una buena agenda a favor del crecimiento. Esto es necesario, pero está lejos de ser suficiente. Para avanzar en el análisis de las instituciones, debemos modificar el curso; es necesario adoptar otra perspectiva.
La principal alternativa al utilitarismo es el contractualismo, cuya obra reciente más destacada es Teoría de la justicia (1971), de John Rawls. Para el economista, el enfoque contractualista es más complejo, pero tiene una importante herramienta a la mano para analizarla: la teoría de juegos. Si el utilitarismo usa la maximización de la utilidad como su marco analítico, el contractualismo puede usar la teoría de juegos.
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