Sin embargo, tengo una serie de hipótesis al respecto que les voy a pasar a contar. La primera de ellas está relacionada con un evento que tuve que vivenciar en el colegio Werner Holliday en donde me desempeñé como docente de ciencias durante el lapso de un año y medio. Aquel día, tendría lugar mi última clase allí. Al día siguiente habría de presentar mi renuncia. Cuando mis alumnos salieron al recreo, divisé sobre un pupitre un teléfono celular que supuse que era el mío. Por un momento dudé si era realmente el propio, por lo que lo tomé y pude comprobar que el wallpaper coincidía con el de mi teléfono, de manera que era sin dudas mi celular.
Al salir del aula, tenía que concurrir a la oficina de personal ya que había sido citado en ese día y horario por la encargada de recursos humanos de la escuela por el asunto referido a mi renuncia. Golpeé la puerta de su despacho, mas ella no salió. Habrían pasado unos cinco minutos más cuando volví a golpear pero no tuve respuesta. Repetí dos o tres veces más lo de dejar pasar un intervalo de cinco minutos y volver a golpear, pero una vez más, nadie abrió la puerta. Tuve la certeza de encontrarme en la mayor soledad que podría haber imaginado.
Sin embargo, mis pensamientos se esfumaron repentinamente cuando se apersonó ante mí un preceptor quien me comentó en voz muy baja casi en forma de susurro que la encargada del sector no estaba en su oficina ya que unos días atrás le habían gastado una broma de bastante mal gusto habiéndole bajado los pantalones dejándola completamente desnuda y a causa de esto contrajo lo que en términos médicos denominó como una “infección vaginal con secreción grisácea”, motivo por el cual se hallaba internada en el hospital afortunadamente ya fuera de peligro.
Antes que mi cerebro pudiese procesar aquella horripilante y a su vez bizarra situación, una mujer de recia expresión se apersonó ante mí. Dijo ser la apoderada legal de la institución, me condujo hacia otra oficina, contigua a la de recursos humanos, me invitó a tomar asiento en una silla y me labró un acta de acusación por hurto y/o sustracción de teléfono celular. En ese momento, supe que fui víctima de un engaño: el teléfono que yo había tomado del pupitre no era el mío sino que era uno idéntico con la misma rajadura en la pantalla y con el mismo fondo de escritorio. Evidentemente me habían tendido una trampa. Sin darme cuenta mordí el anzuelo y quizá fue este el hecho que me llevó a una huida despavorida, aunque no tengo la total de las certezas al respecto. Es sólo una hipótesis.
¿Quién o quiénes, cómo y por qué decidió o decidieron hacerme morder el anzuelo con lo del teléfono celular? No tengo certezas al respecto pero sí alguna que otra hipótesis que creo más o menos convincente. Principalmente la de la noche en que un alumno mío de la escuela, Nacho Kaufmann sorpresivamente me invitó a cenar a su casa. No sé por qué acepté la invitación y menos aún por qué decidí ir en colectivo.
Recuerdo que me costó muchísimo llegar: Su casa no era necesariamente lejos de la mía, sino que era bastante trasmano. Había tomado un colectivo que me llevó en dirección opuesta. Tampoco supe por qué razón para llegar a su casa tenía que primero llegar hasta la puerta de la universidad (teniendo que desviarme en forma obligada –como si se tratara de un centro neurálgico de combinación de medios de transportes-) para recién desde allí estar en condiciones de emprender el viaje a su vivienda.
Ni bien llegué, Nacho, el anfitrión, junto con sus padres me regaló una bolsa repleta de chapitas de cerveza y gaseosa de Estados Unidos sin coronar, que se trataban de objetos que yo coleccionaba.
Antes de cenar, Nacho me mostró la ostentosa casa en donde vivían y vislumbré que en su habitación tenía muchísimos juguetes, entre ellos una gran colección de playmobil. Le pedí si le podía sacar algunas fotos a todos aquellos costosos juguetes. ¿Acaso en aquel momento de total relajación, en el cuál fui embelezado con objetos que eran de mi total adoración, pude haber bajado la guardia y empezar a morder el anzuelo que significó la trampa del celular? ¿Fue acaso el bueno de Nacho Kaufmann el ideólogo de aquella broma pesada que me llevó a esa situación embarazosa en el despacho de la apoderada legal de la escuela que a su vez es una hipótesis sobre el móvil de mi persecución inicial?

4
“DE REHEN EN UN BANCO A ASESINO DE UN LADRÓN”
La segunda hipótesis que manejo sobre el móvil de mi persecución es la que les voy a pasar a contar a continuación. Por alguna razón vinculada ya sea con el VERAZ o con alguna deuda contraída con alguna entidad financiera que acaso me había generado intereses leoninos en mi saldo deudor, me vi obligado a concurrir junto con mi esposa a realizar un trámite bancario a la zona del microcentro porteño. Habíamos llegado antes de las catorce horas con bastante demora ya que nos llevó más de una hora y media encontrar un lugar para estacionar el auto. Desde aquel estacionamiento hasta las puertas del banco nos separaban más de treinta cuadras. Ni bien nos abrieron las puertas de la entidad, unos asaltantes armados tomaron posesión del banco, transformándonos así, conjuntamente con varias decenas de personas más, en rehenes.
Luego de varias horas de espera (horas que parecieron días) encerrados en una habitación apenas iluminada, escuchando gritos y golpes en forma constante que tenían lugar entre nuestros captores y los miembros del comando enviado para la negociación, se llegó a un supuesto arreglo y muy tarde a la noche fuimos finalmente liberados.
Un gentío que incluía policías, periodistas, familiares de los rehenes y curiosos estaba apostado en la entrada del banco. Entre la intermitencia de las luces emitidas por las sirenas de las ambulancias, autobombas y patrulleros que perforaban la profunda y fría noche porteña, pude divisar a mi hijo que nos estaba esperando junto con unos amigos suyos.
Le comenté, que a causa de la traumática situación que habíamos vivido, había olvidado por completo el lugar en donde había estacionado el auto. Los chicos se ofrecieron a ayudarnos en la búsqueda. Nos dividimos y de esa manera, mi mujer y yo caminaríamos por la calle de nombre Jorge García en dirección a nuestra casa.
Caminamos a lo largo de casi dieciocho kilómetros en la búsqueda del auto pero no logramos dar con éste.
Terminamos regresando a casa a pie sin poder recordar el lugar en donde había dejado mi rodado. Casi lo había olvidado, pero durante esos días vivíamos en un departamento de dos ambientes con doble cochera ya que contábamos con dos vehículos.
Se me había ocurrido entonces, sacar el segundo auto para salir a buscar el lugar en donde había dejado estacionado el primero. Sin embargo, cuando me acerqué al vehículo, la oscuridad total de la cochera se vio discontinuada por una ténue luz amarilla desde el interior de mi rodado. Al asomarme a la ventanilla, vi a un hombre tendido sobre el piso alfombrado del auto, el cual ya carecía del asiento del conductor, sustrayendo los cables de la instalación eléctrica desde abajo del volante con la ayuda de una linterna y de una tenaza. A modo de reflejo, acaso debido al estrés que me habían causado todas las peripecias vividas a lo largo de esa fatídica e interminable jornada, insulté al ladrón, quién se apeó de repente amenazándome con la tenaza, acto seguido cerré la puerta del auto con tal violencia que le hizo estallar el globo ocular izquierdo salpicando con sangre la ventanilla, y quien luego de perder el conocimiento, murió desangrado encerrado dentro del vehículo. Este hecho bien me pudo haber ocasionado ansias de huir ante las represalias o el rigor legal que tuviese que afrontar y quizá fue el desencadenante de mi persecución inicial.
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