5. Nuestra ruralidad no es sostenible, estable ni resiliente; se encuentra en una situación de gran vulnerabilidad.
6. El desarrollo rural y urbano están en conflicto. Compiten por obtener recursos del presupuesto público, pero la tajada grande se la lleva siempre lo urbano. Además, no existe convergencia ni coherencia entre ellos.
7. La sociedad rural es objeto de extracción de excedentes económicos, expulsa población hacia los centros urbanos y aporta bienes esenciales a la vida urbana (alimentos, aire, agua y paisaje). Entrega mucho más de lo que recibe y esto produce brechas en los niveles de ingresos y la calidad de vida de sus habitantes.
8. La ruralidad la administra y gobierna una institución débil (el municipio), sin la capacidad para promover el desarrollo. Así, se halla sometida a múltiples reglamentaciones y se enfrenta a la manipulación de intereses políticos individuales y oscuros.
9. Los pobladores rurales viven en la desesperanza, han perdido la confianza en el Estado y sus instituciones. Actúan a la defensiva frente los actores violentos y se sienten desprotegidos. La ruralidad no tiene una gobernanza confiable ni democrática.
10.La ruralidad es objeto de codicia por parte de muchos actores, nacionales e internacionales, urbanos y rurales en razón a los valiosos recursos que poseen en el suelo y el subsuelo.
Existen igualmente razones de peso para reafirmar la idea de que tenemos un desarrollo urbano incompatible con un mundo sostenible, amable, ambientalmente sano y saludable, donde el mejor vivir sea el bien más apreciado por todos los ciudadanos sin distinción. El modelo de desarrollo urbano, que imita el establecido en los países industrializados, puede considerarse hoy más que un éxito, un fracaso por razones diversas, algunas de las cuales se exponen parcialmente en los capítulos siguientes.
El rediseño de la ruralidad se fundamenta en el postulado de que el problema no es lo rural en sí, los campesinos pobres y desvalidos o una agricultura que no puede competir en los mercados internacionales y no cambia su modelo extractivista. El problema radica más en nosotros, en la manera como concebimos la ruralidad, como la tratamos con nuestra mentalidad urbana, en las actitudes que asumimos frente a ella y la forma como se ha administrado lo rural. Se la concibe desde lo urbano y se considera que los pobladores rurales deben adoptar ese estilo de vida. Todo ello surge de la ideología que implantó el viejo paradigma del desarrollo. Así pues, no se trata solamente de resolver problemas como lo hace la política pública, sino de gestar procesos que contribuyan a transformar la realidad a largo plazo. La sociedad, con sus visiones y actitudes, ha visto lo rural como un problema y no como parte de una solución.
3. De la utopía a la eutopía: una invitación a soñar
Con la propuesta desarrollada en este libro, no nos ubicamos en el campo de la utopía. Contrario a esto, asumimos el concepto de eutopía sugerido por Lewis Mumford (2015). La eutopía se diferencia considerablemente de los ideales clásicos sobre la utopía desarrollados por Platón en la República y luego por Tomás Moro en 1516 (Moro, 2000) y otros renacentistas. Por supuesto, se aleja también de la visión de utopía del neoliberalismo, que busca un mercado puro y perfecto como lo indica Bourdieu.
Bertrand Russell, citado por Bregman (2017, p. 29), señaló en una oportunidad que: “No es una utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivos y activos”. Es a partir de esa esperanza y la utilización de nuestra imaginación que se puede ejercer el poder de soñar y visualizar otros futuros más deseables para asegurar la supervivencia de nuestras sociedades. Lo que se busca es un camino donde nadie nos quite la esperanza de vivir mejor y “donde todos los hombres se tornen hermanos”, según reza el Himno a la alegría escrito por el poeta alemán Friedrich von Schiller, que Beethoven inmortalizó en su novena sinfonía; es decir, un mundo más humano y para todos.
Para el propósito de este libro, nos alejamos un poco de las propuestas elaboradas por Rutger Bregman en Una utopía para realistas (2017). Su propuesta busca obtener una renta básica universal, una semana laboral de quince horas y un mundo sin fronteras, saliéndole al paso a las tendencias actuales del capitalismo, aunque no se descartan algunas de esas posibilidades. Su propuesta se ubica en el campo global de la economía, la sociedad y la globalización, sin llegar a establecer una distinción entre lo urbano y lo rural. Acá, adoptamos una ruta diferente para inducir transformaciones en el actual modelo de desarrollo con una propuesta situada entre los sueños de Tomas Moro y otros, y la realidad actual.
El concepto de eutopía resulta adecuado para proponer un proceso de transformación centrado en el rediseño de la ruralidad y de las relaciones rural-urbanas actuales. Esto conlleva finalmente a estructurar una serie de procesos encadenados y acumulativos que en el largo plazo conducirán a la implementación de un modelo alternativo de desarrollo. Según Mumford, hay dos clases de utopías 5: las de escape, que dejan el mundo tal como es, pues procede a través de la construcción de castillos en el aire, y las de reconstrucción, las cuales buscan cambiarlo de manera que pueda actuarse con él en nuestros propios términos. La primera es un relato sin rumbo, mientras la segunda es intencional y pretende reconstruir lo existente; es la eutopía. Este es el camino mejor adaptado a nuestra realidad, posibilidades y propósitos.
En este sentido, se puede aceptar la afirmación de Bregman de que “es hora de regresar al pensamiento utópico” (2017, p. 28) y buscar “horizontes alternativos que activen la imaginación” (Ibídem) para alcanzar un orden social imaginado mediante la transformación de lo existente para un mejor vivir. Sin embargo, el camino no es necesariamente el de la utopía como tradicionalmente se ha concebido, resulta preferible una senda de transformación que no termine en un mero idealismo.
El rediseño de la ruralidad se acerca a la utopía de reconstrucción, es decir, a la eutopía, consistente en lo que Mumford define como:
[…] la visión de un entorno reconstituido que está mejor adaptado a la naturaleza y los objetivos de los seres humanos que lo habitan que al ambiente real; y no meramente mejor adaptado a su naturaleza real, sino mejor ajustado a sus posibles desarrollos. (Mumford, 2015, p. 33).
También agrega más adelante: “No tenemos que abandonar el mundo real para penetrar en esos otros mundos realizables, porque estos siempre surgen de aquel” (Ibídem, p. 37).
El autor no se queda solamente en proponer transformaciones materiales en el mundo que nos rodea (el entorno reconstruido), avanza cuando indica que se trata también de incorporar:
[…] nuevos hábitos, a una escala de valores inédita, a una red diferente de relaciones e instituciones y posiblemente —pues casi todas las utopías enfatizan el factor de la crianza— a una alteración de las características físicas y mentales de las personas elegidas, mediante la educación, la selección biológica, etc. (Ibídem, p. 33).
El autor deja abierta la discusión con una afirmación básica que se desarrolla más adelante y representa la esencia de cualquier eutopía o proceso de transformación reconstructivo:
Para poner fin a la desintegración de la civilización occidental y poner en marcha su reconstrucción, el primer paso consiste en la transformación de nuestro mundo interior, de forma que establezcamos un nuevo fundamento para nuestro conocimiento y nuestros proyectos. La realización del potencial de la comunidad —que es el problema fundamental de la reconstrucción eutópica— no es un simple asunto de economía, eugenesia o ética, como han remarcado diversos especialistas en la materia y sus seguidores políticos. (Ibídem, p. 250).
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