Aquello que observamos en la realidad y concebimos como imperfecto, que no nos gusta y queremos cambiar, es el resultado de los ideales que han aplicado personas, gobiernos, partidos políticos, funcionarios, técnicos, organizaciones diversas, etc. No obstante, esto forma parte del proceso de evolución de la humanidad, la cual vemos aún en una etapa temprana. Sin embargo, si lo que hacemos hoy se acomoda en el futuro a una concepción y sabiduría regida por las leyes del universo, entonces cobra sentido proponer transformaciones de la realidad a sabiendas de que no se darán de inmediato, sino después cuando la humanidad avance en su proceso evolutivo. Esas propuestas deben hacerse ya y empezar a realizarse en la medida que aumente el nivel de conciencia de los ciudadanos.
El hecho de que aceptemos la realidad tal cual es, considerando que cumple un propósito específico en el proceso de evolución, no quiere decir que pasemos a la inacción, pues dependiendo del nivel alcanzado por nuestra conciencia podremos hacer propuestas. “Cuando se llegue al nivel de comprensión tal que ya nada más tenemos que aprender de la realidad presente, entonces y solo entonces, se producirá el fenómeno mágico de que la realidad pareciera transformarse totalmente” (Schmedling, 2014, p. 7).
Existen, sin embargo, individuos cuya misión consiste en cambiar el entorno que ya no guarda correspondencia con las expectativas de las personas que allí viven. Si se reconoce que cambiar la realidad presente es nuestra misión en este proceso de aprendizaje, estamos en el lugar correcto para proponer cambios en ella en un horizonte que definirá el futuro. Eso es lo que este libro plantea. Estamos en ese nivel intermedio entre el atraso espiritual de unos y aquellos que ya han logrado modificar su propia conciencia, alcanzando un alto nivel de ella, a través de la aceptación de la realidad presente como una maravillosa oportunidad para trascender sin limitaciones internas. Si se reconoce y considera que tenemos la misión de cambiar algo como lo dicta nuestra conciencia, será necesario disponer de las herramientas y medios para lograrlo.
En consecuencia, la propuesta desarrollada en los próximos capítulos forma parte del cumplimiento de esa misión, la evolución de nuestra propia conciencia. Constituye un proceso de aprendizaje y una misión. Por esas y otras razones, se propone un cambio de paradigma y un proceso de transformación de la ruralidad y sus relaciones con lo urbano a la luz de la idea de que los cambios imperceptibles y continuos terminan por transformar la realidad al estilo de la gran transformación que Karl Polanyi describió para Inglaterra y el mundo occidental en un periodo de largo plazo. Se trata de promover cambios a pequeña escala que permitan generar acumulados constructivos y que devengan en una modificación de las características del modelo actual de desarrollo. En ese sentido, este libro es una invitación a soñar a partir de una lectura diferente de la vida rural y urbana, y de sus relaciones.
2. El paradigma insostenible: el modelo dicotómico rural-urbano
La visión de la modernidad que pone en cabeza de la ciudad y el desarrollo urbano el único centro posible de progreso, dejando al campo o lo rural por fuera y considerándolo como subsidiario del desarrollo urbano-industrial y financiero, se ha cuestionado desde hace mucho tiempo. Así ocurre desde que el desarrollo urbano, siguiendo las pautas de la modernidad, empezó a crear desequilibrios regionales, sectoriales, poblacionales y sociales que situaron a buena parte de la población en la marginalidad, la informalidad y la desesperanza.
Ese modelo se fortaleció después de la Segunda Guerra Mundial cuando el mundo académico norteamericano, especialmente, definió a través del emblemático artículo de Johnston y Mellor las funciones y el destino del sector agropecuario como subsidiario. Su función consistía en aportar al proceso de industrialización urbano y la modernización de la sociedad mediante el aprovisionamiento de alimentos, mano de obra y materias primas baratas y excedentes agropecuarios de carácter primario para las exportaciones y la generación de divisas. De este modo, se sistematizó el modelo generado desde el comienzo de la Revolución Industrial en Inglaterra, Estados Unidos y los países europeos, con lo cual se impulsó la era del antropocentrismo y el consumismo, grandes depredadores de los recursos naturales.
La subsidiaridad mencionada consolidó un modelo de desarrollo desigual, inequitativo y asimétrico que devino en serios desequilibrios sociales y un tratamiento sectorial diferenciado. Este último orientó las principales inversiones estatales hacia las ciudades y dio paso a un abandono secular de lo rural. Además, fortaleció la idea del papel de las naciones en vías de desarrollo, especialmente en América Latina, África y parte de Asia, como productores de materias primas que solo podían procesarse en los países más industrializados, poseedores de las tecnologías, el capital y las capacidades para esos procesos. A esto, lo denominamos el paradigma rural-urbano dicotómico del atraso rural, la desigualdad y los desequilibrios.
Un aspecto fundamental de esa visión tradicional se encuentra en la consideración de lo rural y lo urbano como constituyentes de una dicotomía, la cual se manifiesta en las políticas públicas que han privilegiado el desarrollo urbano frente al rural. Esa concepción desconoce una realidad contundente: lo rural y lo urbano integran una totalidad, un mismo cuerpo social que se expresa en una realidad territorial.
En Colombia, el modelo ha tenido expresiones perversas, reflejadas en procesos como el despojo masivo de tierras, el desplazamiento forzado de los pobladores rurales y el desconocimiento de los acuerdos que se han emitido en defensa del reconocimiento de los derechos y posibilidades de desarrollo de las sociedades campesinas en sus diversas manifestaciones. En el ámbito internacional, esto se ha evidenciado recientemente en decisiones como la negación de Colombia, a finales del año 2018, para firmar la Resolución de las Naciones Unidas sobre los derechos de los campesinos. Esos actos políticos e institucionales son coherentes con la concepción vigente bajo la cual se desprecia, desvaloriza y no se reconoce lo rural como un escenario estratégico para el desarrollo.
La ruralidad actual en Colombia está cooptada por el mercado y los diferentes grupos ilegales y de agentes concentradores de recursos y poder (Revéiz, 2016). Está ahogada por una cooptación perversa que no la deja respirar y no les permite a sus habitantes y sus actividades ser valorados y reconocidos por el resto de la sociedad. Pero además, el Estado la ha mantenido subvalorada en las políticas públicas y las consideraciones sobre el desarrollo. Existen así muchas razones para emprender un proceso de cambio en lo rural y sus relaciones con lo urbano. Entre las principales, podemos señalar:
1. La ruralidad actual está diseñada de manera inapropiada, no coincide con las expectativas de sus habitantes. Han sido el mercado, las malas políticas y los intereses políticos de grupos que no trabajan por el bienestar colectivo, quienes la configuraron. Ese diseño se hizo sin la participación y consulta a sus pobladores.
2. La ruralidad está subdimensionada y es débil, mientras las ciudades están sobredimensionadas y se han convertido en espacios problemáticos para los ciudadanos.
3. La sociedad y especialmente los habitantes de las grandes ciudades desvalorizan la ruralidad. La reconocen como atrasada, pobre, conflictiva y como un receptáculo de todo tipo de criminalidades e ilegalidades, violencias, narcotráfico, informalidades; pero olvidan que las ciudades también presentan esas y otras características indeseables.
4. La ruralidad existente y las políticas que la han orientado, no han garantizado un mejor nivel de vida e ingresos para sus pobladores, ni han permitido que ellos construyan y disfruten de un estilo de vida propio. Sus habitantes están desamparados, se enfrentan a un Estado ausente y no disponen de gobernabilidad en los territorios.
Читать дальше