En un plano más general, el modelo de desarrollo económico y social, que ha orientado el rumbo del país, ha conducido a varias encrucijadas y serias dificultades para transformar los factores estructurales que impiden el desarrollo y el avance de la democracia en la sociedad. Colombia es un país relativamente estancado a pesar de contar con una dotación privilegiada de recursos naturales y una población con grandes capacidades. Las élites, que se han alternado el ejercicio del poder (clase dirigente), no han tenido una visión de país y actúan más en favor de la satisfacción de sus intereses personales y los de pequeños grupos en el corto plazo. Así pues, una porción significativa de la población no ha tenido la oportunidad de incorporarse al desarrollo y lograr el disfrute de los beneficios de una modernidad incluyente.
Colombia ha asistido, desde los años 50 del siglo pasado, a un proceso intenso de colonización desordenada de los territorios existentes en zonas donde la calidad de los suelos es pobre y el Estado no ejerce los controles que le corresponden, ni ha establecido una institucionalidad adecuada para atender a los migrantes o colonos y garantizar los derechos humanos. Allí, se ha asentado la producción de cultivos de uso ilícito como la coca, materia prima del narcotráfico y las mafias derivadas. Esto genera múltiples problemas, conflictos, ilegalidad, conductas criminales, violaciones contra los derechos humanos, corrupción, violencia y sojuzgamiento de las poblaciones por parte de actores en la ilegalidad. Esos cultivos, la colonización, el narcotráfico, la violencia, la pobreza rural y la carencia de una reforma agraria y rural constituyen fenómenos altamente interrelacionados con la problemática social y rural colombiana.
En los últimos sesenta años, el país vivió un conflicto armado interno donde participaron varios grupos al margen de la institucionalidad, especialmente las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). El primer grupo se encuentra hoy desmovilizado en buena parte gracias a la firma del Acuerdo de Paz en la Habana y luego en una ceremonia en el Teatro Colón en Bogotá. Se ha discutido mucho sobre los orígenes de esta confrontación armada y sus diversos géneros y modalidades. Ese debate fue notorio durante la negociación en la Habana y aún persiste con visiones y enfoques diversos, sin que exista en el país un acuerdo al respecto. La diversidad de opiniones y concepciones sobre las causas del conflicto quedó expresada en los doce documentos escritos por expertos durante las discusiones (Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, 2015).
El gobierno de Iván Duque apoya la tesis de que en Colombia no existió un conflicto armado, sino terrorismo y debilidad del Estado para controlarlo, así como el accionar de grupos criminales al margen de la ley (Ministerio de Defensa Nacional, 2019). En esa vía, sostiene que:
Si bien no existen causas que justifiquen la criminalidad y la violencia, sí condiciones que favorecen su surgimiento y perpetuación, lo cual obliga al Estado a combinar todos los recursos que la Constitución otorga para garantizar la vigencia de la legalidad. (Ibídem, p. 5).
También, agrega que “la principal amenaza a la seguridad interna son los espacios vacíos de institucionalidad o con precaria institucionalidad, no simplemente los grupos ilegales o las economías ilícitas” (Ibídem, p. 6). Por lo tanto, no acepta acuerdos de paz que introduzcan reformas sustantivas a las instituciones básicas del Estado y la sociedad. Se negocia con los grupos armados solo para obtener su desmovilización. Esta es una doctrina contraria a la aplicada durante los dos gobiernos de Juan Manuel Santos en la década del 2010.
Sin embargo, no todo es negativo en el sector rural y no se le puede apreciar como un cuerpo totalmente imperfecto según nuestras visiones. Se han logrado avances en muchas áreas, pero aún falta bastante camino por recorrer: las coberturas de educación y salud han crecido de manera importante, aunque la calidad de los servicios está lejos de cumplir los requisitos mínimos aceptables; la seguridad social ha avanzado, pero sigue siendo precaria en comparación con la de las áreas urbanas; la tecnología digital hace presencia en el campo, aunque la infraestructura para facilitar un mayor acceso a ella es aún deficiente. Varios cultivos se han desarrollado creando islas de modernidad productiva, pero no se han podido diversificar las exportaciones de manera significativa y consistente, configurando un patrón primario-exportador. En general, los niveles de calidad de vida han aumentado y las tasas de crecimiento demográfico se han reducido. Es indudable que los indicadores de calidad de vida y desarrollo aún pueden mejorarse significativamente.
Asimismo, existen atrasos notorios en la asistencia técnica, el uso del riego, el acceso al crédito y la tierra, en vías terciarias, movilidad y en las capacidades de negociación de los agricultores pequeños y medianos. Adicionalmente, las brechas rurales-urbanas en términos del nivel de vida e ingresos en lugar de disminuir han crecido en los últimos años. Las estadísticas muestran que las desigualdades existentes son enormes y las condiciones de seguridad de los pobladores y líderes sociales resultan muy preocupantes. Además, buena parte del capital social que se venía generando espontáneamente en la ruralidad fue destruido por el conflicto y hoy las organizaciones sociales se encuentran desarticuladas, son frágiles y el asesinato de líderes sociales en la ruralidad es un fenómeno persistente. La situación de los indígenas y afrodescendientes también es bastante precaria y los factores de discriminación social y política se mantienen elevados.
Este contexto nos ha llevado a creer que estamos llegando, si no es que ya lo hicimos, a un punto de bifurcación como el descrito por Ervin Laszlo en su libro El cambio cuántico (2010), conforme al cual la sociedad se ve obligada a tomar una decisión sobre dos opciones o rutas que le quedan: la continuidad en sus acciones, lo cual la llevará con una alta probabilidad a la catástrofe y la desaparición de la vida humana, o asumir el reto de seguir la ruta de la sostenibilidad manteniendo los equilibrios con la naturaleza, bajo la óptica de una nueva conciencia. Colombia, como la mayoría de los países, se enfrenta a una decisión de esas características, pues el camino actual la conduciría inevitablemente a un caos incontrolable 3. Esto aplica para la mayoría de los países, sean desarrollados o en vías de desarrollo.
Es aquí donde debe hacerse una reflexión sobre el estado de cosas que nos acostumbramos a rechazar porque no coinciden con nuestros ideales y conceptos, si queremos hacer cambios. No aceptar la realidad como es nos genera siempre sufrimiento, como señala la Escuela de Magia del Amor 4. Ese sufrimiento se deriva de la lucha de cada cual para acomodar la vida a sus propios ideales, lo cual pensamos nos generará satisfacción, felicidad y paz; sin entender cuál es la función de la realidad presente, como indica Schmedling. La Escuela mencionada anota que ese propósito nunca se cumple satisfactoriamente ya que siempre existirán fenómenos como la desigualdad, los desequilibrios, la pobreza, las injusticias, la codicia, etc.
La realidad, tal cual debe aceptarse, constituye el instrumento perfecto para nuestro proceso de aprendizaje y la evolución de nuestra conciencia. Rechazarla es anular sus abordajes. Los problemas y dificultades existentes forman parte de nuestra experiencia y están relacionados con nuestro yo. Por eso, para que la realidad cambie, debemos empezar por hacerlo cada uno de nosotros en nuestro ser interior. Esto implica aumentar el nivel de conciencia a partir de la aceptación de la realidad para evitar el sufrimiento y valorar más lo interno (nuestro ser) que el exterior de la materialidad que nos rodea. Los problemas que encontramos en el proceso de desarrollo de la economía y la sociedad son connaturales a nuestro proceso de aprendizaje y perfección, por lo cual debemos perseguir la comprensión de cómo está organizado el universo y el papel que en él desempeñamos.
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