William H. Shea - Daniel. Una guía para el estudioso

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¡Daniel! El mero nombre de este héroe de Dios evoca vívidas imágenes en nuestra mente. Ningún libro del Antiguo Testamento se compara con Daniel y sus sueños sobre imperios mundiales, sus estatuas de oro y otros metales, sus hornos de fuego, su foso de leones, sus cuernos, sus bestias, sus mensajeros angélicos con sus misteriosas profecías de tiempo, y sus predicciones del surgimiento y la caída de gobiernos terrenales a lo largo de la historia. Un reconocido teólogo nos ayuda a estudiar este antiguo libro y a entender que en las manos de Dios nuestro futuro está seguro.

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Uno de los problemas más desagradables que enfrentaron los hebreos en su plan de estudios babilónico era la materia de astrología. El lado científico de esa materia es la astronomía, y ahí no había ningún problema. El lado interpretativo, subjetivo de la astronomía, sin embargo, es la astrología. La cultura babilónica estaba embebida en este tipo de cosas y a los cautivos hebreos probablemente se los introdujo la misma en sus clases.

Aquí encontramos una aguda distinción entre la Biblia y el mundo antiguo. El mundo antiguo era muy devoto al tema de la astrología; las observaciones basadas en los movimientos de los cuerpos celestes eran usadas para predecir eventos humanos y sus consecuencias. La Biblia, sin embargo, está diametralmente opuesta a estas cosas. Dicha oposición está claramente declarada tanto en la legislación mosaica (véase Deut. 18:9-14) como por los profetas (véase Isa. 8:19, 20). En este sentido, por lo tanto, la Biblia se coloca en completa oposición a algunas de las prácticas que se daban en el ambiente que rodeaba a los israelitas. Indudablemente Daniel y sus amigos se habrían opuesto al uso de estos métodos astrológicos en su trabajo para el gobierno de Babilonia. Ellos contaban con una fuente confiable de conocimiento acerca del futuro en la que podían confiar que era mucho más segura que las prácticas de adivinación de Babilonia. Esa fuente era el verdadero Dios.

No obstante, es una paradoja que Daniel más tarde fue puesto a cargo de los sabios de Babilonia (Dan. 2:48), quienes eran practicantes activos de la astrología. Algunos de los episodios descritos más tarde en su libro demuestran la superioridad del conocimiento recibido del verdadero Dios en oposición a los falsos métodos de los sabios (véase Dan. 2-4).

Si bien estamos de acuerdo con la oposición a los pensamientos y prácticas de la religión babilónica, también necesitamos ser justos con los babilonios en términos de lo que hacían y de lo que no intentaban hacer con estos cautivos. Este asunto brota de los nombres que les fueron asignados a los hebreos. Una vez llegado a la capital, Daniel recibió como nuevo nombre Beltsasar (Dan. 1:7). Este nombre se divide en tres componentes: Belit , el título de una diosa; shar , el término para denotar “rey”; y el verbo uzur , que significa proteger. Entonces, literalmente, el nombre babilónico de Daniel significaba, “Que [la diosa] Belit proteja al rey”. El gobernante Belsasar portaba un nombre muy similar, cuya única diferencia era que el título Bel, “señor”, se refería a una deidad masculina y no femenina.

Los tres amigos de Daniel recibieron nombres similares que comunicaban cierto significado, y ese significado estaba, en algunos casos, ligado con los dioses babilónicos. Sin embargo, esto no quiere decir que los babilonios estaban tratando de convertir a la fuerza a Daniel y sus amigos a la religión babilónica valiéndose de nombres que contenían un elemento divino. La meta era mucho más pragmática que eso. Sencillamente, los babilonios querían darles a los cautivos nombres que serían fáciles de reconocer por los babilonios con quienes estarían trabajando.

LA PRUEBA

Inmediatamente después de matricularse en la escuela para escribas de Babilonia, Daniel y sus amigos se vieron en problemas. El problema no tenía que ver con la astrología, o con sus nombres babilónicos, o la adoración de ídolos. Tenía que ver con los alimentos. Que los estudiantes se quejen de la comida que se sirve en la escuela no es un fenómeno moderno. Se remonta a mucho tiempo atrás, ¡2.500 años en este caso! Pero esta vez había razones suficientes para fundamentar las quejas: “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Dan. 1:8).

Surge la pregunta: ¿Por qué Daniel rehusó comer de los alimentos provistos de la alacena o cocina real? El texto nos da una respuesta clara y directa: “Daniel propuso en su corazón no contaminarse”.

¡Hubiera sido interesante escuchar la conversación mientras Daniel trataba de explicarle al funcionario babilónico acerca de la impureza, basada en las leyes alimenticias establecidas en Levítico 11 y Deuteronomio 14! Entre los textos cuneiformes que han sido catalogados y traducidos, hay algunos que enumeran los platillos que se proveían al ejército babilónico. Las provisiones incluían cerdo. Para un israelita, el cerdo era impuro y considerado impropio para la alimentación. Si a las tropas se les daba cerdo, muy probablemente también se les daba a los burócratas en el palacio y a los estudiantes en la escuela para escribas. Por lo tanto, Daniel y sus amigos habrían tenido que enfrentar este asunto de las carnes inmundas que se les servían, las cuales declinaron comer porque las tales los “contaminarían”.

Habría otras razones también. Como en el caso del Nuevo Testamento en Corinto, parte de la carne que se proveía en Babilonia pudo haber sido ofrecida a los ídolos (véase 1 Cor. 8). De la misma manera, en ese entonces estaba el asunto de la preparación de la comida. Los carniceros babilonios no habrían preparado la carne de manera que fuera autorizada por la ley judía (véase Lev. 17:10-14). La preparación bien pudo haber incluido altas concentraciones de especias.

La forma más fácil y directa de evitar todos estos problemas era consumir una dieta vegetariana y beber agua solamente. Esto fue lo que Daniel solicitó al oficial. Literalmente, le pidió legumbres para comer, esto es lo que crece de las semillas, o plantas (Dan. 1:12). Daniel se dio cuenta de los problemas con la dieta babilónica, y también pudo ver que la forma más directa de evadirla era evitando el problema por completo en vez de darle la vuelta y comer de la mesa lo que pudieran. Él pidió una dieta vegetariana y la principal bebida no alcohólica disponible: agua.

El funcionario, sin embargo, no estaba dispuesto a poner a Daniel en esa clase de régimen (1:10). Tenía temor de que hubiera resultados adversos sobre los hebreos. Pero Daniel persistió, y al fin se le dio permiso de comer su dieta elegida por un periodo de diez días (1:14). Diez días de los tres años del curso no era un riesgo demasiado grande, pero aun así, el oficial de mala gana les dio a Daniel y a sus amigos permiso para proceder. El oficial era responsable por el bienestar de los cautivos, y si ellos sufrían debido a la nueva dieta, él sufriría la ira de Nabucodonosor (1:10). Los reyes del mundo antiguo eran conocidos por su tendencia a castigar a los mensajeros que les traían malas noticias.

¿Podría un periodo de solo diez días verdaderamente marcar una diferencia? En la sociedad moderna, hay muchos ejemplos que demuestran que diez días pueden ciertamente producir cambios. Un plan dietético especial anunciado en la televisión norteamericana promete: “Dénos una semana, y le quitaremos el sobrepeso”. Más intenso aun era el régimen del Dr. Pritikin, un nutricionista cuya severa dieta baja en grasas iba dirigida a la reducción rápida del colesterol y el peso como parte de un programa de rehabilitación y acondicionamiento para pacientes con serios problemas del corazón. Para participar en dicho programa, uno tenía que pasar una semana en el centro médico de Pritikin. Debe hacerse notar también que un paciente bien puede recuperarse de una cirugía seria y ser dado de alta del hospital en menos de diez días. De hecho, la duración de las estadías en los hospitales se está tornando cada vez más corta. Por lo tanto, la petición de Daniel de diez días como periodo de prueba era razonable, aunque él probablemente hubiera preferido tener más tiempo.

Nuevamente, no era solamente la fuerza ordinaria de las circunstancias humanas lo que abrió esta posibilidad para Daniel y sus amigos. No es que eran mejores nutricionistas o quinestesiólogos ni eran individuos intelectualmente superiores a los otros estudiantes matriculados. Pudieron obtener el favor del funcionario y llevar a cabo su programa porque “puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos” (1:9). Tan inteligente como era, Daniel tenía otro factor que operaba a su favor, y ese factor era el más importante: el favor divino. En esta situación, Dios fue capaz de usar y bendecir a Daniel y sus amigos debido a su fe en él y sus promesas.

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